miércoles, 9 de septiembre de 2009

Echo un vistazo semidistraído a la guía del vino y en seguida vuelvo sobre mis miradas y me fijo en lo que dice que valen este vino y aquél. Miente. Lo cuestan, que valer, lo que se dice valer, no hay vino que valga lo que no sé quién ha escrito supongo que para reírse de nosotros. El vino vale lo que le pagan por él al labrador vinatero, al dueño o el aparcero o el arrendatario de la viña, señor de su dominio útil, que la trabaja con amor todo el año y la cosecha con delicadeza. Lo que le pagan a ése es lo que vale el vino. Lo demás son especulaciones de mal bebedor y mal bebedor el que bebe un vino porque figura en la lista de los inasequibles y no porque sea el que le gusta en realidad. Coincidir en una persona el dinero suficiente y la exquisita sensibilidad imprescindible para distinguir entre un buen vino y otro que sin duda podría merecer la calificación de excelso, no sé si habrá una docena en el devastado mundo de nuestros días.

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