Algo ocurre hoy en Arenys de Munt, ese sitio del Maresme de Cataluña donde han convocado a la gente para que vote y diga si prefiere que Cataluña se independice o no de España. Yo diría que la pregunta correcta –supuesta la dudosa legitimidad del hecho en sí, de la pregunta misma-, debería ser si el votante prefiere o no deshacer y desmantelar España.
Creo que España es una idea –por encima de ser un territorio delimitado por mares o por fronteras y un conjunto de personas vinculadas por su condición de sujetos, activos o pasivos, del grupo social vinculado por esta idea- y como tal se compone esencialmente de todas las imaginables partes en que prefiera dividirse para contemplarla, definirla o considerarla. A falta de cualquiera de esas partes, que una historia y un proyecto común vinculan, lo separado o lo que quedase ya no sería España, sino otra cosa. Tal vez regresáramos a la condición medieval de la yuxtaposición o de la conjunción de reinos o similares y quedaría Castilla -¿insistirían los castellanos en ese dislate de separar dos Castillas? ¿seguirían prefiriendo los asturianos, gallegos, y leoneses trocear un poco más, rebuscar más hondo y más lejos en la historia y pensar que sus tribus fueron algo más que eso: tribus de pésicos y de albiones, unos cántabros y otros celtas?-, como podrían quedar los reinos de taifas, de un lado, y los caprichos feudales del otro, dependientes, para aliarse con cada vecino, del capricho de cada señor o de su enfado y ¿por qué no volver a los repartos de tierras y señoríos por decisión testamentaria de cada rey y señor de vidas y de haciendas, de cada guerra y de cada paz?
Un Wells redivivo, ha recaído en inventar la máquina supuestamente capaz, no sólo de explorar la paradoja del tiempo, sino incluso de vagar por ella, al azar, y cambiarle a la historia una y otra vez sus consecuencias. La humanidad está sumida en la crisis más prefunda de su historia, dudando nada que menos que de la utilidad, la existencia y la fiabilidad del dinero para organizar relaciones económicas y hay como por contraste unos anacrónicos personajes a quienes se ha ocurrido persistir en la idea de que es el sol, en este caso la sombra colectiva de las espadañas de sus monumentos históricos, el centro y ombligo del universo conocido.
No hay duda de que sería bonito que el dux recuperase su poltrona, que Florencia, Génova, Venecia y los almogávares incluso, y los templarios, recuperasen las playas mediterráneas y renunciando … ¿Se habrán dado cuenta los responsables de la utopía votada, de todo a lo que habría que renunciar si Europa reincidiese en el propósito de reconvertirse en el complicado tablero de sus orígenes.
A lo mejor, lo que hay que hacer es volver a las hambrunas y la peste, para reemprender el camino con otra humildad. Y el miedo de volver a hacerlo igual. Me temo que no aprendemos. Que reintentaríamos resolver todas y cada una de las ecuaciones existenciales con los mismos ensayos, los mismos guarismos, los mismos errores, y que si por desventura, como en el juego de la Oca, reemprendiésemos la tarea, nuestros tataranietos estarían, dentro de cierto tiempo aquí, ante las mismas incógnitas. Una pena que, disponiendo del futuro para poblarlo, se empecinen tantos en regresar a los barrizales del pasado, impregnados de tanta sangre, tanta ceniza, tanto sudor.
Cataluña me ha inspirado siempre, por su modo de ser, su gente, sus costumbres, singular atracción. Tal vez por eso, me afecta, duele más, esto que pasa hoy.
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