Nada es tan sencillo como parece. Ni cabe dogmatizar, desde que hemos descubierto, por medio de cabezas mejor usadas o con mayor capacidad que la mía, que cuanto sabemos es cuestionable y que todas y cada una de nuestras verdades admiten diversas interpretaciones, algunas casi contradictorias. Por ejemplo, cuando usted me dice que todos los ciudadanos merecen el respeto de sus, como humanos, humanos derechos, yo me pregunto hasta dónde puede tener razón quien hace poco defendía con ocasión de otra diferencia de criterios, el de que quien delinque contra otro ser humano de su grupo social, o lo que es lo mismo, el ciudadano de un estado de derecho que delinque contra otro conciudadano suyo, tácita, pero no por ello menos expresamente, está renunciando a su condición de ciudadano, y, en los casos de algunos delitos, incluso a su condición humana, con lo que a la vez está renunciando a que el estado de derecho le reconozca unos derechos que sólo como ciudadano y como ser humano, le corresponden.
Quedaría, en cualquier caso, servida una polémica que ya a primera vista tiene visos de la insolubilidad que suele seguirse del empecinamiento en toda una cadena inextricable de raíces y principios al final de los cuales está la recomendación, si quieres el mandato, de respetar siempre y en cualquier caso a los demás, incluso cuando enemigos, probablemente la única respuesta incontrovertible, que deja en pie una nueva pregunta: ¿qué puede hacer la sociedad con los recalcitrantes?
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