sábado, 26 de septiembre de 2009

La eternidad ociosa no tendría explicación. Debe haber algo en que consiste nuestra vida útil, ya fuera del tiempo y por tanto inimaginable, para la que sin duda nos prepara el continuado fracaso de ésta en que consiste la liberación de la esclavitud de los sentidos. Nos mantienen, los sentidos digo, aherrojados en caverna análoga a la de Segismundo. Nos suponemos limitados por las posibilidades de esos cinco, tal vez seis, según los más optimistas, cuando un poco más allá, intangible al parecer, ininteligible, al no poder ser objeto de ninguno de los cinco, el sexto es menos previsible, sin duda hay algo, ya que el vacío es improbable. Atravesar el espacio entre el nacimiento y la muerte, el orto y el ocaso de cada cual, ambos situados por los mismos cinco, tal vez seis, entre las rejas de una paradoja temporal, podría ser tanto como sufrir un examen, hacer un camino, completar una obra, en que cada uno consistiríamos, todo ello o cada una de sus partes indispensable para llegar a dondequiera que vayamos.

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