domingo, 27 de septiembre de 2009

Pasa cada cual su crisis, a la vez que el mundo y los volcanes y cada ratoncillo de campo las suyas, sin orden, coincidencia ni concierto, y te reconcomen las tremendas decisiones posibles, casi siempre disparatadas, porque las crisis, como el miedo, como la parte oscura de la noche y las puestas de sol en otoño, alargan las sombras y agigantan las figuras de los monstruos, a otras horas de dimensiones sólo entomológicas.

Y llega el domingo, anuncian los papeles de hoy encarecimiento de los impuestos y cacarean los políticos, si son de la zona de la izquierda, que es lo mejor, y, si son de la de la derecha que así se empobrecerá la sociedad víctima.

Componen una fotografía imposible los claroscuros del túnel por debajo del puente, con una modesta combinación de colores y luz del otro lado, el cielo azul, y, muy altas, dos solitarias gaviotas, tal vez amigas, enamoradas o compañeras. También hay, en el encuadre, un farol. Te vuelves, lo hago, a mirar, y una estructura de cemento te entristece, sucia y enorme, abrumadora. En el río, como participando de la absurda campaña contra las bolsas de plástico, flota una, semidesgarrada.

Los perros, cuando se cruzan como ahora mismo, esta mañana, en la calle, unas veces se ven, excitan y comunican con amenazadores, o con estridentes, o con sordos ladridos, o gemidos, otras se ignoran, supongo que deliberadamente, según secretos códigos cuyas características y cuyos propósitos ignoramos los humanos.

Hay en el otoño una desmesurada invasión de fútbol que alterna con la basura del impudor sentimental de unos programas de la televisión que disputan los espacios a ciertos cómicos sin gracia, banalidades y la terca repetición de sólo un escaso número de películas que alguien debe haber concebido la peregrina idea de que deberíamos aprender de memoria los aburridos, en seguida dormidos, espectadores, que aprovechamos cada interrupción publicitaria para conciliar un misericordioso sueño. Decía la abuelina que incluso todos los días gallina, amargan la cocina, y oí contar que los constructores de un salto de agua de cierto río salmonero, se declararon en huelga porque les daban todos los días, de comer, salmón.-

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