domingo, 30 de septiembre de 2007

Ocurre a veces
que presiento tu voz, ahora
que hace tanto que no sé de tí
y ¿qué más da, realmente,
que estés muy lejos, del otro lado del mundo
o que estés ya en el otro?, ahí
a mi lado, contándome no sé qué, que no escucho,
porque me gusta recorrerte
con la mirada, poco a poco,
como si te acariciase,
al acecho de tu gesto
nuevo y también deslumbrante,
o lleno de ternura,
o de promesa de amor que aunque no llegue a serlo
ya es amor,
desfallezco,
pero no trato de coger tus manos,
me basta
escucharte sin saber qué dices,
saber que estás,
todavía
dondequiera que estés.
Regreso a través de mi nuevo libro de historia al medievo y hago un esfuerzo para imaginar la época desde el punto de vista del soldado de los tercios viejos, del labrador agobiado por la renta frecuente, la hambruna posible, las exigencias vacías de sentido para él del señor y del rey, la enfermedad sin remedios, la suciedad, el barro, las distancias, el miedo a los mitos recientes y a la religión incomprensible, llena de probabilidades del fuego eterno como remate. Todo estaba lejos, para esta víctima a cuya tristeza de algún modo al imaginarla a través del recuerdo que deduzco de mi nuevo libro de historia, asisto y apenas comprendo, con una esperanza de vida de un tercio de lo que hoy se baraja. ¿Para qué más, si al llegar a la treintena, Alejandro y Aníbal ya habían hecho mucho antes historia?. Al fin y al cabo, la vida es una soplo, entre el recuerdo y la imaginación. Un frágil espacio donde poner el pie e imaginar la inmensidad de lo que no acabará nunca, fuego o gloria. Los recuerdos no tienen más combustible para volar que la efimeridad de los recuerdos. ¿Cómo podré imaginar lo eterno si cuanto conozco apenas duró un parpadeo del tiempo posible en esta esquina del universo? Asistimos a una exposición de pintura. Como cazo yo las palabras, un pintor caza los colores que hay en los sonidos que flotan en el aire. Consiste la sinestesia en que los sentidos equivoquen doblemente a la máquina de pensar y le proporcionen toda una escala cromática a partir de los sonidos, o viceversa. En este caso, el pintor, con trazos nerviosos, latigazos que araña en la luz, pinta súbitas manchas desgarradas de algún todo para fingir esbozos, proyectos o recuerdos de figuras que o estuvieron o van a estar a su lado cuando mira a su alrededor.

sábado, 29 de septiembre de 2007

¿Dónde van, cuando despierto, los fantasmas
con que hablé
durante el sueño?

¿Hay otro mundo,
otra vida,
que visito, sin saberlo,
cada vez que me duermo?

¿Son atisbos
de eternidad, que entreveo
cuando se queda dormido
el ángel que me acompaña
mientras hago el camino?
Recibimos en sueños con una sonrisa a los mismo fantasmas que nos horrorizarían si topásemos con ellos en cualquier estancia de cualquier casa mientras despiertos. Y unas veces, durante el sueño, recordamos la teórica imposibilidad de su presencia, puesto que murieron ya, pero otras, ni siquiera eso, sino que charlamos con naturalidad con ellos o los saludamos al paso como hubiéramos hecho en vida, dando por supuesto que siguen comportándose como eran.

viernes, 28 de septiembre de 2007

El viejo pescador,
con su cesto y su caña, silueta
de la puesta de sol,
vigila sin duda a los peces. Sospecho
que los convoca y les cuenta
poemas y cuentos, viejas leyendas,
consejas.
Nadie le ha visto pescar nunca nada. El está,
perfil de sombra humana,
hilo de sueños
perdidos
en el agua,
vara alzada
para escribir poemas muy arriba, en lo azul
de otro mar paralelo donde otros peces luminosos
lo vienen
a escuchar.
El está en medio sin estar,
contándoles a unos las cosas de los otros.
Tal vez sea el reflejo, la sombra
del buen padre Dios.
Me suele acompañar Látimer, que es un gato atigrado, vulgar, grande, por el que siento afecto tal vez precisamente por ser atigrado, grande y vulgar, o lo que es lo mismo, molesto para cualquiera a que acompañase que no fuera yo. No puedo decir que es mío, porque, a diferencia de lo que ocurre de ordinario con los perros, los gatos no son de nadie, sino que ocasionalmente acompañan a esto o a aquél, según sus para nosotros inexplicables preferencias gatunas Y me resulta incluso útil ´-viaja conmigo, invisible, en el coche; se aloja en mi habitación y supongo que subrepticiamente, de noche, se mete en lo que sobra de mi cama o en la cama de al lado, cuando la habitación del hotel tiene dos-, porque devora mis sueños, se come mi imaginación, engulle mi fantasía. Y así yo, que de lo contrario no podría dormir, abrumado por sueños, desasosegado por la imaginación, inquieto de fantasías, me duermo apacible, descuidada, puede que insensatamente, cuando son tantas y tan horribles o tan bellas las cosas que te pueden ocurrir durante un viaje o en el transcurso de una noche de hotel, dormido entre extraños y tan solo como de modo inexorable se está para nacer y para morir. Hay noches, sin embargo, en que devorando seres imaginarios de mi cosecha, Látimer se traga a sí mismo. Entonces siento esta inquietud irremediable que se sigue de estar vivo, que es tanto como sufrir el temor de dejar de estarlo en cualquier momento. Por fortuna, Látimer, como el ave fénix, hasta ahora ha renacido siempre de sus cenizas. Lo imagino de nuevo y es siempre el mismo: grande, atigrado, vulgar. Me mira con desprecio, arquea el lomo, se vuelve rabialzado y se me come el sueño de soñar.
JUEVES 27 DE SETIEMBRE DE 2007

En el mundo, hoy,
me han dicho que existen seis mil millones de maneras diferentes
de pronunciar el nombre de alguien
y que otro se vuelva,
me mire
y ambos sepamos que no estamos solos
en este denodado empeño de vivir
y esta esperanza
de seguir vivos más allá de la muerte,
donde lo inexplicable.
Se me ha ocurrido durante el viaje pensar que tanto los genios como los estúpidos podrían ser malformaciones o si se prefiere deformaciones de un modelo único, y a partir de ahí lo serían todas las variaciones que hacen diferentes a las personas y por lo tanto lo que hace la vida unos dirían que tan entretenida, otros que apasionante.

Unas deformaciones son pequeñas, casi insignificantes, otras tan acusadas que producen seres tan distintos como Leonardo y el tonto de cualquier pueblo imaginable.

Y ahora que hablo de Leonardo, me pregunto si cuando dio por terminada La Gioconda se percató de que los perfiles de la boca y los ojos de su pintura eran de por sí algo tan extraordinario o si eso le pareció un simple y sencillo detalle técnico, un recurso para él habitual de su modo de hacer y de resolver los detalles complementarios de la belleza.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Giro sobre mi eje
de miopías antiguas, olvidado
del universo todo,
quizá demasiado grande,
tal vez tan pequeño
que no me veo sino a mí,
este copo de oscuridad
que nieva en el vacío. Si no fuese
porque creo
que es tu mano
la que espera,
no sé dónde,
ignoro cuándo,
llegaría a creer que no existo.
Aliento de dragón, dicen que es el viento del sur. Está apagado, pero caliente, lo seca todo, vacía. Es como una acordanza de aquellos viejos reptiles voladores, acorazados, de mirar ominoso y lengua bífida, mitad parlanchina, mitad lanzallamas. Porque no los hay ahora, dicen que fueron mentira. Tampoco hay mamuts, y cierto que de los mamuts aparecen de vez en cuando esqueletos pelados, pero tal vez eso sea señal, atisbo de que los dragones, más avisados, resistentes, acorazados, voladores, se hayan ido a otro planeta o al vacío sideral, cuando husmearon que llegaba el aerolito ese que dicen que acabó con los dinos de otrora. Todavía no hay viento del sur. Lo esperan las castañas, arriba, erizadas en cada rama de cada agobiado castaño, que mueve su preocupada copa e identifica los vientos que van pasando, mueven, pero no son el viento de las castañas, que es el que viene del sur y las siembre, generoso, por las cunetas de los caminos, ya que es un viento que no caza para comer, sino para divertirse, arrancar y sembrar las castañas y que el año que viene haya más y otro viento, o tal vez el mismo, venga y se divierta disparándolas, con rama y todo, si se tercia, ululando de placer.

martes, 25 de septiembre de 2007

Estoy quieto, ahora mismo
en medio de un paisaje
que algún pintor perezoso dejó a medias:
chafarrinones de color, aquí;
allá, un espacio en blanco,
una herida en lienzo, que asoma,
impúdico,
en medio del juego de verdes, azules y la raya que separa
lo oscuro de la luz.
Estoy quieto casi,
casi como el silencio.
Me salva de estar muerto
estar remansado
en la incertidumbre
de mis pensamientos.
Me pregunto, a esta hora indecisa del día, recién llegado, bienvenido, el otoño, con sus ocres, sienas y olor a fuego de la hoguera furtiva, cómo será el sueño, con qué soñaremos durante este invierno que se anuncia nevado con los fríos que han llegado en seguida este año, ya en su trimestre final y sin embargo principio del curso escolar, con tantas caras nuevas asomadas a los diferentes cursos primeros de todas las enseñanzas. Es un vicio, el de mirar a lo lejos, en vez de concentrarme en lo que estoy haciendo hoy, ahora, en este preciso momento, que es el único que tengo para vivir la vida de hoy, sin anticiparse a mirar de qué color son las aguas del futuro que llega. La vida es así: agua viva que corre, transparente, clara, o muerta, que se remansa y convierte en agua oscura, espesa, opaca. La señora que vende los periódicos me anuncia alguna de las noticias que vienen en letra más gruesa, los titulares. Hoy casi lloraba porque han muerto tan inútilmente más soldados. Legiones enviadas a los extremos del mundo como si así fuera posible arreglar parte de lo que ocurre aquí, en el centro de lo que somos y tenemos mientras allá lejos ni tienen ni son y salta a la vista que faltan muchos años, tal vez algún siglo más, de este milenio que se inició tan pletórico de esperanza y manifestaciones de buena voluntad, para que se ensaye el nuevo y evidentemente indispensable estilo de vida que pueda corresponderse con el modo de vivir que a trancas y barrancas estamos eligiendo. Son –se nos dice- misiones de paz. Me resulta difícil entender cómo puede compaginarse el envío de guerreros con proponer la paz. Y menos cuando allí hay otros guerreros que lo que prefieren es echarnos por las bravas de su territorio.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Gracias por este día.
Aparentemente, no merece la pena,
así, lluvioso, otoñal, turbio de luz,
y sin embargo es un hermoso día
en que muchos de los seis mil millones habitantes del mundo,
estarán riendo o llorando,
empapados
de esta maravillosa desgracia de tener que vivir,
poder enamorarse,
incluso un día turbio como hoy,
grisperla y pausado de sonidos
y sin embargo un día más
que nos concedes Tú, para completar los días,
para que todo tenga como tiene que ser,
aunque duela,
aunque nos haga desternillarnos de risa
o llorar,
porque cualquier día, incluso éste
puede ser la dovela de la clave del arco de la vida,
sin que hayamos sido tampoco capaces de entenderlo.
Se advierte que vivimos inmersos en una sopa hecha con sobrantes y principios de cosas y conceptos que correspondería clasificar como característicos de épocas diferentes, imbricadas por la urgencia de estas prisas que nos empujan cada vez más rápidas, con mejores medios técnicos, hacia el futuro que apenas advertimos cómo se convierte en pasado aparentemente lejano nada más ocurrir. Podría ser conveniente para muchos de nosotros pasarse unas semanas en alguna de las ciudades que se están, según dicen, procurando disminuir el ritmo vital. Ciudades lentas, casi inimaginables, sin automóviles ni constante retiñir de timbres de alarma, llamada, recuerdo de que hay que tomar las pastillas tranquilizantes o las que agudizan los sentidos y ponen las neuronas de nuevo en tensión. Advierto con sorpresa que se ha acelerado la torrentera, antes arroyo pacífico, por lo menos a veces, del tiempo, y ya es el día tal o cual de la semana, que se caracteriza porque tenemos algo que tener en cuenta, que hacer o que pagar, y es como si los días se hubiesen puesto a correr, rotos los frenos de su tiovivo y estuviésemos siendo ya los de pasado mañana, antes de que ocurriera el día intermedio. Corremos el riesgo de olvidar que las pausas son tan importantes como los períodos de máxima actividad, tan importante el sueño como la vigilia, el ensueño como la vivencia. Pero estoy seguro de que el nuevo renacimiento que se anuncia, corregirá lo que ocurre, pondrá en hora los viejos relojes que somos, correlacionará las marchas de cuanto ocurre alrededor y de nuestra capacidad de asimilarlo, y cualquier días nos sorprenderá haber recobrado como por milagro el ritmo, y tal vez lo sea, un milagro, como lo es el mero hecho de que existamos. -

domingo, 23 de septiembre de 2007

La vieja olma
bajo que tuve un sueño, una vez,
de haber viajado por el túnel del tiempo,
ser soldado,
convaleciente de heridas de armas
y de herida de amor,
de los tercios viejos,
la olma
del atrio de la Iglesia
de la Plaza Mayor,
es ahora un muñón seco, que nadie recuerda
cuándo
secó.
Hay como un exceso
de luz, una alfombra de sol
alrededor del tronco todavía erguido,
por más que muerto.
Hay una hoguera de palabras quietas,
todas ardiendo, alrededor,
donde las viejecitas se sentaban,
hablaban,
hablaban,
a mediodía, los domingos, a la salida
de la misa mayor.
Se han ido los turistas –oriundos y de los otros- y, casi en seguida, el verano, dejándonos unos espacio en la calle y proponiendo el otro las primeras bocanadas de frío súbito, que doblas una esquina y allí está, agazapado, slta y me sopla el cogote, camisa abajo, con una escalofrío, a primera hora de la mañana, cuando el perro y yo fuimos con la mayor parsimonia a comprar pan y recoger los periódicos. Con su cupo de noticias de las guerras, guerrillas, acometidas y demás duelos y quebrantos, que coinciden con las fiestas de la ciudad más próxima, nuestra capital, que cierra los festejos de verano y abre la osera de otoño e invierno, ese par de vagabundos del frío, que vienen cantando viento del norte y arrastrando sendas capas de nieve, imitación de armiño. Hala –parecen cantar-, todo el mundo al trabajo, a la chimenea, y nos refugiamos, dóciles y hasta puede que algo agradecidos por este descanso de tanto sol, tanta aglomeración, trasladada ahora a la ciudad. Impresiona acercarse a Madrid, cada vez más ancha la carretera, cada vez más canales la autopista y ciudad afuera, a eso de las ocho de la tarde, viene un río luz, rugiente, camino de eso que ahora llaman urbanizaciones, como apriscos de los diferentes rebaños humanos que van llegando, encerrándose, encendiendo las televisiones, evadiéndose del mundo, mientras centenares de cámaras vigilan su entorno con esa indiferencia aterradora de las máquinas.

Consuela imaginar la errática nube invisible de energía hecha amor que va flotando como una niebla indecisa y tocando aquí y allá a personas que de pronto se iluminan sorprendidas, como el dedo de ET, extienden la mano y topan con una razón para vivir y morir en medio de este disonante desconcierto de palabrería que a veces pasa como un huracán disparatándolo todo.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Queda una nota,
parpadeando en el aire, como asustada,
y vienen otras,
en bandada,
o solas, pequeños grupos, cada una
como una luciérnaga o la ventana,
lejana,
de la vista nocturna de la ciudad.
Y todo el aire, sin saber cómo
es ahora, ¿te acuerdas?, como la víspera
de la fiesta mayor,
luces de variopinto color, ruido.
Tomaste mi brazo y me dijiste: ¡vámonos!
no puedo soportarlo, es como si la vida
nos estuviera recorriendo de golpe, acabándonos.
Volvimos a la luz, estabas
como ciega, dormida, apartada,
Dime que me querrás siempre
-dijiste-
y te lo dije, pero ya sabía
que no iba a ser verdad,
que nada dura, y lo que dura,
no lo entendemos todavía.
Ocurren cosas tan tremendas como reflejaba el noticiario de hoy –que todavía llamábamos hace poco “el parte”, como involuntario recuerdo atávico de los “partes de guerra” de hace tantos años-, que habló de la granizada en Andalucía, “bolas –dijo una señora atónita- como pelotas de tenis", con cerca de veinte heridos y un montón de cristales rotos, y de que en otro pueblo de Granada, Almuñécar, aparte de un pobre señor a quien atrapó el agua en el sótano de su garaje, el río, recrecido, se llevaba los coches, mientras otro río inundaba Almería, donde como dice mi amigo Juan, sólo llueve, lo que se dice llover, cada unos veinte años.

Que si galgos, que si podencos, un científico asusta en el periódico de hoy diciendo que él estaría asustado del cambio climático, si viviera en España, y recuerdo que hace poco, varios otros no menos sesudos varones, aclaraban en los cursos de verano de ahí al lado que lo del cambio climático no son más que paparruchas.

Y para colmo, un importante político, desde el lado supuestamente socialista del abanico sociopolítico, ha reiventado la limosna paternalista, como alternativa de tratar de proporcionar trabajo a cuantos quieran trabajar, para así proporcionarles la oportunidad de ganarse dignamente la vida, a cambio de retribuciones lo más por encima posible de lo necesario y que así se sientan hombres libres. El socialismo, antes, era así, un anhelo de redistribución de la riqueza en sus dos ámbitos, material y cultural, para que cada vez mayor número de personas sean libres de decir, hacer y pensar sin más límites que el respeto, la consideración y la solidaridad con sus semejantes. La limosna, que sin duda ayuda, al mismo tiempo hiere en lo más sensible y deja cicatrices dolorosas en el alma -¿y los que no tienen alma, pregunta un contertulio? A esos, contesta otro, los lastima en el agujero que deja la falta de alma; no lo creo, repite el primero; mírales a los ojos, insiste el segundo-. Y yo me he quedado pensando, sentado junto al altavoz de que desbordaba a raudales la catarata del piano de Tete Montolío, que oía la música de jazz desde su oscuridad, y escucharlo ayuda a comprender que a veces no se sabe de dónde viene la luz, ni en qué consiste, por mucho que los científicos expliquen, con esa arrogante suficiencia a veces tan pintoresca.

viernes, 21 de septiembre de 2007

La música está hecha,
escrita,
compuesta por un joven, sabemos
que cuanto era joven con él, ahora ya es antiguo o está muerto,
pero la música conserva sus ingredientes básicos:
de aquella juventud:
el miedo,
miedo adolescente,
la esperanza,
esperanza de quien acaba de asomarse a la madurez
y le dura el temblor asustado, aún.
La música está cansada
De inventar la nostalgia que espera a su autor para dentro de muchos años,
el no sabe,
mientras la está escribiendo,
la compone,
pierde tiempo en recordar un verso de algún poema,
en mirar ese pájaro, no sabe cuál, que pasa,
que está a punto de morir, que morirá muy joven,
y por eso su música, además,
contiene ese regusto de esperanza en la gloria, en los aplausos
que ya le están anunciando.
Le he puesto a esa música
este acompañamiento.
No se ajusta a sus notas, ésta
no es una canción. No la atraviesa,
que tampoco es el tiempo. La acompaña
se deshila con la música alrededor, como el muérdago
en la rama
del árbol, tan pronto una como el otro tocando este sol de atardecida
del músico,
ese emocionado sol de invierno del poeta que no he logrado ser.
Ambos de algún modo frustrados:
uno por la muerte, por la vida el otro,
el tío abuelo Pedro y yo,
los dos enfrascados cada cual en su empeño de contar
lo hermosa que es la vida, hoy a dúo,
con su piano y mis palabras.
El otoño, con el que ya no contábamos, tras de un hermoso verano otoñal, llega con la vendimia. Ayer, dos amigos me decían que hoy iban a iniciar la vendimia. Ahora, según me dijeron, salvo en algún lugar que se conserva más bien como tradición folklórica, la vendimia ha dejado de ser una fiesta. Se recoge la uva con máquinas. A mi alrededor, salvo la mimosa, que se ha puesto, verdegrís, a esperar ya su floración de enero, por el bosque se derraman los ocres y el morado del brezo. Huele a bosque quemado, a hoguera reciente. El sol cae sesgado, traicionero, se desliza por entre los árboles como si anduviese buscando rayos perdidos, tal vez sus huellas, como un comanche, para borrarlas y que no pueda seguirlas la luna, puede que el sol esté harto de decirle a la luna que debe guardar su horario. Se le demora, lo espera. El sol sabe que espera su luz para mudarla a base de tristeza en luz de luna, que tiene algo de canción semisusurrada durante la atardecida, pura esencia de la nostalgia de lo que podríamos haber tenido si se cumplieran los sueños. Yo no sé cuál es la fórmula que tiene la luna para hacer su luz, pero sospecho que lleva como ingredientes extracto fluido de tristeza, gotas de soledad, un chorrín de desencanto, algo de espuma de mar y rayos de sol debilitados por el otoño. Las demás cosas son componentes secretos que oculta la luna como dicen que hacen sus propietarios con la de la coca cola, que para esos fines tiene la luna siempre una cara oculta, especie de lugar reservado para Dios y ella sabrán qué alquimias y secretos, y tal vez una fábrica de productos prohibidos, como son las pesadillas, que envuelve en su luz y nos las deja caer planeando por entre lo oscuro de las noches sin luna, cuando sigue ahí, pero taimada, escondida, dejando caer burbujas preñadas de malos sueños y semillas de miedos de diversos tamaños, para que ajusten bien y nos asusten más hasta que llegue el sol mañana, jadeando, porque es que tiene que recorrer kilómetros y kilómetros, cada noche tan larga, ahora en otoño, y no os quiero decir lo que será en invierno, que me han dicho emigrantes del norte que allí, donde antes los vikingos, ahora, en invierno, la noche dura muchos días y muchas noches, casi como una tentación de desesperanza.
JUEVES 20 DE SETIEMBRE DE 2007

Me pregunto qué ocurre con cada custodio
de los niños que no llegan a nacer. Venían
con una tarjeta, o su equivalente angélico,
en que pone el nombre del niño, el lugar
donde debiera haber nacido,
nombre de padre –en blanco a veces-
y de la madre,
la madre que ahora, cuando ya nada tiene remedio,
está
arrepentida y no sabe llorar, en la esquina
de las desilusiones apagadas, como luciérnagas
muertas.
La madre que es tan guapa, morena, delgada, pálida,
que al ángel, por un momento le gustaría ser humano, mortal, enamorado.
¿Qué va a ser ahora, cuál es el destino de los ángeles
custodios de niños abortados
como amapolas recién arrancadas?
Estoy sin ser –dice el protagonista del relato- y me explica, a mí, que, como autor, le exijo –con cierto temor- explicaciones de en qué consiste eso de estar, pero no ser. Me contesta –creo que airado-, que la culpa es mía. No te ocupas de mí –recalca el mí con énfasis- me sitúas en tu narración como si fuese menos que un árbol. Ni dices lo que pienso ni por qué voy a decir unas palabras, como ese actor novel que sale por primera vez al escenario y ha de decir una frase corta, al repetir la cual en voz alta, irremediablemente, se equivoca y apuntador y traspunte se desesperan. Estar sin ser es como no haber venido del todo. No pesar sobre la tierra que se ocupa mediante una presencia física irrelevante.

Tiene razón mi personaje –se le ve más desahogado, ahora que me ha dicho cuatro frescas y ha asentado su personalidad, obligándome a concederle papel más trascendente en lo que iba a contar, que era poco más que un retablo costumbrista sin argumento y ahora se refiere al papel que en él desempeñan las figuras antes sólo descritas-, ocurre muchas veces. Sobre todo cuando asistes a un acto que apenas te interesa y en realidad, mientras otros debaten sobre el asunto, se acaloran, se llegan a apasionar, tú, en este caso yo, no somos más que presencias inertes, en realidad ausentes.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Precisamente ahora, Señor,
cuando, tras de muchas lecturas de casi infinitas elucubraciones
llego a la conclusión de que eres imposible,
he decidido permanecer en la convicción de que existes, estás,
ahora mismo aquí, a mi alrededor,
hablándome, como siempre, desde tu escondite preferido,
el centro,
la alfaguara del amor,
sin dejar que me llegue más que el eco,
probablemente lo único que podría soportar del sonido de tus palabras
y que me traen el viento y el arroyo,
la torrentera y la lluvia, el canto
de los pájaros, ese chirrido agudo, repentino
con que gira
la veleta de la torre de la iglesia cuando mudas
la dirección del viento.
Sigo sin poder imaginarte, desprecio
las descripciones que de Ti me hacen,
seguro que con la mejor voluntad,
tantos como te buscan y se desencuentran
por falta de paciencia,
de humildad,
de esperanza,
o, sencillamente, porque necesitan un asidero para creer
lo que no cabe en la imaginación ni en los libros,
la mayor y más deslumbrante paradoja
de que seas y estés
donde la razón dice que no puede haber nada y los sentidos
tan clamorosamente
fracasan.
Son dos maneras de escribir acerca de lo que está pasando cada día: una consiste en intentar contar una historia, relatar lo que está ocurriendo desde el punto de vista de los protagonistas de los hechos, respetando lo más escrupulosamente posible su personalidad esencial, con las manías acumuladas a ella, y la otra en que la misma historia se cuente desde el punto de vista del escritor, que cuenta lo que él mismo ve, deduce e interpreta respecto de los hechos. Ambos modos me parecen válidos para ejercer el oficio o, en su caso, practicar el arte de escribir. Del primero de los escritores, caso de hacerlo bien, habría dicho Kipling que sabía contar una historia, del otro podrá alabarse el estilo, admirarse las características de la forma y hasta del fondo de su escrito, pero habrá que añadir que no contó una historia, sino su interpretación personal de la historia, dando diversas opiniones, incluso, a través de personajes inexistentes, sustituidos por unos clones suyos, enfrascados en su propio debate interior. Todo esto no quiere decir que no haya otros modos de hacer literatura, tal vez incontables. Por ejemplo, en los dos casos que acabo de referir, cabe, además, que el escritor se introduzca a sí mismo en su relato, aprovechándolo para dolerse, ufanarse o simple y sencillamente, decir que estuvo allí y, si acaso, cómo y por qué participó con trascendencia en lo ocurrido. Añadiré que hay quien escribe de un modo u otro de manera deliberada y quien lo hace sin darse cuenta.

martes, 18 de septiembre de 2007

Cada día, cambia sutilmente el paisaje,
quita, alguien que cruza, una piedra, corta
un árbol, el leñador,
hay o deja de haber una zagala, que pasa
moviendo,
tentador,
el vuelo airoso de su falda.

Nada es igual a sí mismo, cambia
tal vez para sobrevivir,
al tedio insoportable de repetirse,
deduzco que la eternidad será también un camino
hecho de distintas sorpresas
que se multiplicarán en la ausencia del tiempo y del espacio
en otra dimensión sin límites.
Me imagino esta mañana un enorme planeta que gira sobre sí mismo y alrededor de un sol en medio de una galaxia distante más de cien años luz y me pregunto, he de imaginar, la calidad del silencio que rodea el conjunto sol, planeta, espacio alrededor, tal vez otros planetas en el mismo sistema, lejos o cerca, y nada ni nadie que altere el silencio primigenio, el mismo que antecedió y siguió a la creación en tantos lugares de ella como permanecen tal vez sólo en reserva, inhabitados, esperando que otros se agoten y se extinga en ellos la vida para que renazca en otros, puesto que cabe en lo posible que como ocurre aquí cerca, en nuestro ámbito, en el mayor del universo, algo haya de morir definitivamente para que otra cosa nazca, por ejemplo la vida, en otro planeta lejano, hasta ese momento vacío. A la espera, generando a fuerza de dar vueltas la energía suficiente para estar a punto, disponible, cuando la ocasión llegue.
Por eso, el silencio, ni siquiera aquí está vacío, sino preñado de lo que será cuando su hora llegue y hará falta mucho tiempo, pero medido en unidades diferentes de las nuestras, mucho mayores, para que sea inteligibles.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Zumbo como un abejorro,
que busca los secretos caminos del aire
No sé si quiero hallarlos,
temo
que la belleza interior de la esperanza en que consisten
no quepa en la grosera fealdad peluda
de insecto
sin más trascendencia en la colmena
que la rutina del vuelo nupcial en que me agoto.
Los habituales del insomnio desconocen esta inquietud con que se afronta el infrecuente, que cierro los ojos y no entiendo qué puede estar pasando para que los dedos de la luna hayan fracasado hoy al tratar de cerrarme los ojos como otros días, sin más explicaciones, de súbito. Estaba pensando no sé qué y, de pronto, soñando, pero hoy no. Hoy, a pesar de que es una noche como las demás, sin la menor explicación, escucho con nitidez y calma cada ruido casi insignificante, ahora, en plena noche, nítido y detallado, pero tampoco así identificable. La oscuridad es un multiplicador de lo posible, que se manifiesta en detalles de cada sonido y de lo imaginable, que se enreda hasta parecer laberíntico y desmesurado. La noche se convierte así en un gato siamés perdido en las sombras, que camina con paso aterciopelado y por eso no sabes cuándo va a rozarte y si lo hace confías en que será una cortina, cualquier hoja de la planta doméstica de interior más cercana o el suspiro de un elfo hembra, que son los más transparentes, seguro, pues hay quein dice que tienen la textura de las alas de las libélulas.
DOMINGO, 16 DE SETIEMBRE DE 2007


La abuelina decía que el desván
era casa de todos y de nadie,
deshabitada y por ello sin amor,
y sin embargo,
además de las arañas casi inconsútiles,
los pececillos de plata de los libros
y alguna mariposa súbita,
oscura,
de polilla, por la noche
el suelo rechinaba aquí y allá, las viejas maderas,
la esperanza, al desperezarse.
Siempre he creído –le dije un día-
que en el desván es donde más gente vive.
Se reía,
incrédula. -
Resulta difícil ir siguiéndole la pista a la modernidad, sobre todo en esto de la técnica y la tecnología, en que cada día se pueden hacer más cosas sorprendentes y mezclar, como he probado esta tarde, la música antigua con la palabra moderna, como si vinieran ya enlatadas y empastadas de manera conmovedora. Me convierto en colaborador de alguno de mis admirados compositores, pero no con una canción, sino cada uno por su lado, él en este caso con la sucesión esperanzada de sus notas, con mis versos yo, y ambos podemos predominar con el sonido de nuestros respectivos instrumentos, el piano y mi voz, que al final es como si hubiesen estado así siempre, conjugados en la expresión de una nostalgia, que deja de ser paralela y se encuentra y entrecruza, como en un diálogo de mutuo entendimiento. -

sábado, 15 de septiembre de 2007

Con un suspiro, recitó un poema,
que fue desvaneciéndose en el aire,
como las perezosas
hilachas de la niebla
se van desmenuzando
entre los dedos de un sol recién nacido,
que juega con ellas como un niño aburrido.
Un punto sobre un papel, pintábamos en el colegio de mi niñez y eran kilómetros de alambre fino, vistos desde su extremo, pero imagínate un punto sobre el papel. No aciertas, sobre todo con poca luz, si el punto no es grueso, si está pintado o es un agujero mínimo. Podríamos acercar el ojo, mirar y ver otro mundo, nadie sabría dónde. ¿Y por qué no? Alguien ha dicho –que debe estar dicho casi todo, con tanto como habla la gente, algunos sin parar, tal vez para no echar cuenta de sus errores- que es posible cuanto es imaginable. Ahí es nada. Cuanto es imaginable, desde los dragones hasta la fuente de la eterna juventud. Lo peor del asunto sería gastarse la vida, como algunos ya han hecho, en buscar lo imaginable, que a pesar de ser posible, tal vez no exista todavía. Ese sería entonces el quid: que todo es posible, en cuanto imaginable, pero tal vez se imagine en un tiempo y un espacio determinados y ocurra en otro, como le ocurrió a don Julio Verne con sus aparatos, inventos y artilugios. Me atrevo a recomendar el experimento. Imaginemos ese otro mundo, pero sin cometer el error de considerar posible que sea un paraíso. O habrá –por muchos que tratemos de excluir de los que aquí nos molestan, desconciertan, agobian- otra multitud que piense distinto que nosotros e incluso llegue a contradecirnos o hasta la imaginación nos asegura que tendríamos que estar solos. Es inconcebible un hombre, o un ser humano, solo. -

viernes, 14 de septiembre de 2007

Deben estar a punto de llegar los hombrecitos verdes
de los planetas más lejanos de la galaxia,
porque la gente, en general, ha dejado de mirar al cielo.
Giran –decía Ionesco-
como animales en sus jaulas, ignorando,
deliberadamente, la hermosura
de las estrellas.
¿Será que tenemos miedo?

¿Y si son distintos,
retorcidos,
deformes
terroríficos
-me pregunta un amigo filósofo-
cómo vamos a arreglar cuentas con Dios?

Antes o después –le respondo-
creo y confío en que El nos dirá algo así
como el eco de su voz, que entiendo que es el viento
o es la luz.

Incluso puede que inspire a algún poeta, otra vez,
para que nos lo explique.
Sepamos o no entenderlo.
Los niños de mi edad jugábamos, según las época del año a juegos diferentes, que casi siempre se desarrollaban en la calle. Y jugábamos hasta la que ahora es casi mayor edad porque casi hasta cumplirnos nosotros, a la mayoría de edad se llegaba a los veintitrés años, nada menos. Cinco más que ahora. Ahora a los quince han visto más mundo que nosotros antes de los veinte o veintiuno de “ir a la mili”. Que la quitaron y les borraron señas de identidad a muchos mozos cuya única salida del valle en su vida era ir a la mili. De modo que más tarde, a lo largo de su vida, el anecdotario que contaban estaba fechado en su casi totalidad por “cuando estuvimos, estábamos, fuimos, a la mili. La mili era la real y verdadera aproximación a la mayoría de edad, que arrebataba a la muchachada, por lo menos a la varonil, de la protección paternomaternal y los devolvía a casa jactanciosos de hazañas, no sólo bélicas, sino también eróticas, por lo menos amatorias y a veces hasta políticas.

Ahora, los niños no son niños desde la temprana edad a que la televisión los informa de la parte oscura, con pinceladas de la tierna de este mundo que pintaba Quino como esferoide con dolor de muelas y el consiguiente pañuelo que le ataba Mafalda en lo más alto –a nosotros nos lo hacían cuando teníamos paperas, ellos no las tienen, que los vacunan-. No me parece buen negocio. La niñez, creo que era Tolkien el que decía que es algo tan bueno que cualquier cosa que después nos pasa suele ser para peor.
JUEVES, 13 DE SETIEMPRE DE 2007

A veces, tal parece que el buen padre Dios toma el equivalente de un pincel
y retoca al azar el paisaje de la atardecida,
el resultado es sobrecogedor, una gavilla de colores
se conjuga hasta lo imposible, se finge paisaje dentro
de otro paisaje, nos dice
vete a saber qué cosas que no hemos aprendido a leer en tres mil años,
nos desconciertan, apenas
podemos soportar la inconmensurable hermosura,
tratamos de retratarla, recordar cómo era
para escribir frenéticos,
pintar apresuradamente,
captar, reproducir, apoderarnos del eco del milagro,
Dios sonríe, sabe
que no nos cabe en la cabeza
y de algún modo juega, pienso que bondadosamente,
con nuestro desconcierto. -
Nos informan de tantas cosas cada día que es como si no nos informasen de casi ninguna porque no da tiempo a procesar y si acaso hilvanamos con alfileres de aquí y de allá, para luego, con cierta calma, en soledad, somos capaces de archivar una parte mínima de lo que no sabíamos ni habremos aprendido a pesar de todo. Y a mí lo que me preocupa más es que muchos de esos libros que están en los escaparates de las librerías contendrán informaciones o historia, no velas o cuentos bien escritos e interesantes, pero ni siquiera nos enteraremos. Ni hay dinero suficiente, ni tiempo para leer cuanto se publica. En algún sitio creo haber escrito ya alguna vez, porque es cierto que me impresionó vivamente el hecho de que las grandes tortugas se reúnan a poner en lo más alto de playas inmensas, todas a la vez, con lo que los huevos se rompen casi todos al mismo tiempo y las crías bajan a miles, a trompicones, atravesando el para ellas inmenso desierto de la playa, camino de la mar. Allí están los pelícanos esperándolas, pero es tal la abundancia que los desconcierta, no saben cuál elegir, tienen un momento de vacilación que las pequeñas tortugas aprovechan para escapar. Habría que aprender a leer todavía más aprisa, aprovechar otras migajas de la noche, vencer la resistencia del sueño. Y aún así, subsistiría la última dificultad de que no habría dinero bastante para comprar tantos libros. O a lo mejor, como este mundo es como es, hay quien lo tiene, le sobra a espuertas, pero no le interesan los libros.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Hemos ido recorriendo
todos estos años…
¿Dónde están ahora?
-En el pasado –me dice una voz,
puede que del viento-
¿Y dónde es eso –insisto-,
decídmelo, por favor,
para que sepa en qué consiste
y dónde está el futuro.
La dedicación reducida a afición literaria es como una hemorragia incontenible, que no te perdonan que sufras porque en teoría exige la compensación del diagnóstico, que, si no te ha sido hecho para convertirse en tu estigma personal, te convierte en paria de dos mundos: el de tu dedicación, que te permite ganar para vivir, aunque sea trancas y barrancas, y el de ser uno de esos que lo sacrifican todo a la probabilidad, más que posibilidad, de tener que estar a punto de perderlo todo para en su caso salvarse, probablemente de milagro, y sobrevivir cuando menos en el ribete de la fama a que no tienen acceso los que pretender estar y no estar a la vez en dos de los muchos mundos posibles, o sea, mantener una esencia de fronterizo, imposible, porque siempre llega en la vida un momento en que el ser ha de conformarse o no, estando, jugándosela a una carta, emprendiendo un camino sin retorno, por el que se llega al monólogo de Hamlet, con el único resultado posible, sin empates ni ambigüedades, de ser o quedarse en ectoplasma, como si te hubiese faltado o hubiera fallado tu conformación y te quedaras en definitiva sin nombre real, reducido a recuerdo de posibilidad. Una situación digamos de aborto, pese a haber nacido en su día, pero sin éxito para la penosa reconstrucción de tu personalidad en que, en parte la vida consiste: se llega a ser yo, pero no yo mismo, sino con el yo, si acaso, de otro o como fantasma de lo que se podría haber sido.

martes, 11 de septiembre de 2007

La cohetería del verano habrá dejado, digo yo, agujeros en el cielo,
por ahí cae ahora este viento de otoño
y cae el frío, como un anuncio de edición,
puesto que todavía no es otoño y sin embargo anuncian
para fines de año software nuevo, un nuevo libro de Harry Potter
y zapatos más cómodos que nunca.

Han abierto las puertas del colegio y salen
niñas, niños, niñas,
niños,
en confuso tropel rodeado de ángeles,
madres con más niños,
pájaros
y la caricia pasajera, distraída,
del último
sol
del verano,
que es como un abuelo impaciente,
con un niño y un rayo de sol en cada mano,
un pájaro y un ángel,
somnoliento,
en la puerta del colegio.
Con la cabeza vacía, así me siento hoy ante el teclado y la pantalla. Sin previo aviso y menos decisión acerca de qué voy a escribir mi colaboración con el propio cuaderno de notas. Estoy leyendo una biografía y un libro de ficción, pero no quiero comentarlos. La biografía es cruel en su exacta objetividad, el libro de ficción desmonta otras, aprovechando que pasa a su lado y descubre que se habían convertido en historia y mezclado con ella alguna que otra patraña. Es el claroscuro de cada día. Un tumultuoso caudal de verdades, de mentiras y de ambas a medias, para que no sepamos a qué atenernos. Quedan los hechos inexorables, es decir, la parte de cada iceberg que pasa, que se asoma por encima del agua. Trabajo. El trabajo alivia la presión del pensamiento, relaja. Tras de muchos años de hacer trabajo parecido, una parte del que se debe realizar es puramente mecánica. El resto es lo que importa, lo que caracteriza cada pieza, cada obra, cada cosa que dejo definitivamente hecha. El trabajo, a veces, es un descanso en dependencia conocida del castillo cuyas otras no lo son y por eso, a la vez que curiosidad, suscitan el temor de lo desconocido. Es un momento del año en que muchos te paran en la calle para contar que acaban de volver de sus vacaciones. Hay un cierto número que adviertes que necesitan trabajar con ahínco para recuperar la rutina y con ella la apacible tranquilidad del hombre sedentario. Insisto en mi convicción de que el hombre no es sedentario, sino vagabundo por naturaleza, por curiosidad, por inquietud.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Pongo mi dedo índice sobre tu piel
apenas regresada,
morena todavía, del veraneo reciente, te recorro
y se estremece
y te recuerdo como eras en el mundo imposible
de nuestras ilusiones de otro tiempo, tal vez
otro mundo,
cuando podíamos estar solos en medio de la tarde
en el edén recíproco
de soñarnos más viejos y fundidos
en
un
solo
sueño.
Me despertó el telediario, en la solana, solo,
con la mano apoyada en la madera,
tersa como tu piel.
de la baranda en que, engañado, el sol
era como la enredadora dorada que canta el último mirlo
de este verano que se está yendo.
Llega un estado hasta donde puede imponer su auctoritas, y donde hay otra, por lo menos, aquello es un extrarradio, un suburbio, mucho menos que una favela, donde lo único que diferencia es el estado de necesidad, En límite del estado de necesidad no hay más auctoritas posible que la ley del más fuerte, que se impone como vestigio de un territorio moral de ausencia de civilización y gobierno caótico de las leyes del instinto. Vivir es convivir, cosa que puede producirse de varias maneras. Dos tribus de antropófagos que, como únicos habitantes, no conocen más que la precaria isla selvática en que recíprocamente se persiguen para batallar y acabar comiéndose por las diferentes razones posibles que arguyen como justificantes de tal transgresión del derecho natural, de algún modo, están conviviendo y se hacen falta unos a otros. Es probable que el desembarco del explorador, el náufrago o el aventurero procedente de otra cultura provoque una conmoción parecida a la de Gulliver en Lilliputh. Lo que ocurre ahora es que la isla, el mundo, se ha hecho más pequeña, como si la hubiese comprimido algún curioso fenómeno que no consiste más que en una mayor facilidad de comunicación y viaje. Estamos más cerca de la tribu vecina. Se nos ha hecho más cercana la convivencia en que consiste vivir y eso nos agobia porque somos polifacéticos y como consecuencia una partida de cosas a la vez: aventureros, sedentarios, valerosos, cobardes, sociales e insociables, de modo que alternativa, aunque ni periódica ni sucesivamente, necesitamos de la proximidad del vecino o de la amada o de sus ausencias. Y eso, evidentemente, a la vez que el cambio climático, que nadie sabe en definitiva si se está produciendo o no, nos desazona, desequilibra, desquicia. Incluso observo, mirando alrededor, que ha llegado a reflejarse en miradas de odio, intolerancia, miedo. Es grave que dispongamos de lo que es a la vez el único remedio posible y en único mandato, mandamiento, de Dios: “que os ameis” y nos estemos perdiendo en este absurdo laberinto de leyes, decretos, ordenes y demás ingredientes de la telaraña administrativa que hay mañanas por la mañana, sobre todo los lunes, que nos hace pensar que nos han proporcionado, para recorren un mundo, el mapa de otro.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Cada calle desemboca en otra calle,
la misma hilera de ventanas me refleja, sin embargo, siempre
y a todas
contesto
con la misma voz, que es el mismo
reflejo
del mismo gesto, que, al andar, sin saberlo,
voy repitiendo.
Ese soy yo
Y no el que os mentiría
cada vez que me dejaseis
barajar de nuevo y repartir
entre vosotros
mis palabras.
Mis preferidos –no sé si había dicho que me gustan los de su clase y especie- son el “damero maldito” de Virginia Montes –en El País del domingo, y los crucigramas de Fortuny, todos los días en La Vanguardia. Los prefiero a los gigantescos pasatiempos que sobre todo publica La Nueva España, el periódico más vendido en la autonomía que me cobija. Los crucigramas de La Vanguardia, que pienso están inventando estilo, son un desafío burbujeante, en ocasiones también desesperante, al modesto ingenio del que suscribe. No son simples preguntas y respuestas de las que se saben o no, con la espeluznante inclusión eventual de islas de la polinesia con tres letras o árboles de no sé qué clase y especie de la clasificación de Linneo, con hojas así y frutos de la otra manera, de media docena de letras. Son quiebros y regates que juegan con letras, conceptos, frases incluso, hechas o no, de tres o cuatro palabras y metáforas. Una divertida persecución recíproca, del autor y el ocioso cazador de soluciones, que, en mi caso por lo menos, cuando concluye el incruento combate experimenta una satisfacción adicional, necesitada sin embargo y todavía, a veces, de la corrección de una o dos letras mediante la solución que se publica al día siguiente, en el caso de La Vanguardia o escrita al revés en la misma página o en la siguiente cuando se trata del Damero de Virginia, que no he podido averiguar si es o no pariente de la inolvidable Conchita Montes, que aportaba otros similares a cada ejemplar de La Codorniz. He trabajado imitaciones, pero no hay dameros, en mi opinión, como los de las Montes, Conchita y Virginia, a que debo tantos ratos de entretenimiento. Hoy, por cierto, que es domingo, tengo doble fiesta de damero y crucigrama. El damero me cuesta algo menos de media hora, pero el crucigrama entre una hora y dos, y a veces tengo que dejarlo y volverlo a tomar, para refrescar el caudal de mis ideas. De súbito, entonces, suele ofrecerse la solución con una sonrisa irónica del autor adivinable entre las letras huidizas… -

sábado, 8 de septiembre de 2007

El silencio ha venido,
asociado al otoño, como un olor
se apodera del aire
o el amor sofoca el aire que respiro cada tarde
que me enamoro. Son tantos
los amores posibles, y tan cortas
las tardes
a medida que la niebla del invierno, solícita,
nos arropa y confunde en la rutina …
Sólo la esperanza,
Camino entre la ciudad imposible de la fe,
y la ermita
peregrina
del amor,
nos mantiene todavía hoy vivos,
ahora mismo,
todavía vivos, pero aún
solos.
Tres mil y pico de años no son apenas tiempo sideral, pero un minuto puede ser interminable, de modo que el tiempo no es más que una fantasía y otra que me digan ahora que van a construir la máquina del tiempo que soñó H.G.Wells. Lo único, según el de momento proyectista del proyecto, hay que apostillar que no se podrá regresar más que desde el futuro, porque para llegar y volver al pasado, tendrá que estar la máquina ya hecha y preparada para recibir de vuelta a los viajeros.

Estemos atentos a que alguien nos diga que viene de lejos y es nuestro tataranieto que viene a conocernos, no sea que se trate de un singular timador basado en esta espectacular noticia que hoy me preocupa de que van a venir, por si éramos pocos, disfrazados de alienígenas, los descendientes de nuestros descendientes, a darnos tal vez una colleja y varios coscorrones porque estamos haciendo lo que no deberíamos para que no se les complique el código genético.

No estaría mal que nos enseñasen métodos de adelgazamiento o de engorde, según las preferencias de cada menesteroso, puesto que, como suele ocurrir que casi todos querríamos ser peludos los calvos, obesos los anoréxicos y siempre viceversa con las dos únicas excepciones de que los tontos no quieren ser listos, porque no se les puede ocurrir, y los ricos nunca querrán ser pobres, por razones fácilmente imaginables.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Todas las hojas han sido las mismas este verano pasado,
como yo he sido e mismo de cada otoño, un poco más viejo
y día llegará en que el otoño será el mismo también sin mí,
como si nada, como si ninguno de nosotros hubiera sido necesario,
nada y ninguno siquiera útil,
y sin embargo, en el libro de contabilidad que lleva el padre Dios,
quiero creer que está mi nombre escrito
por más que sea entre otra infinidad de nombres
que casi nunca lee nadie, como ocurre con las guías telefónicas
que son, a pesar de ello, unos libros así de gruesos,
pletóricos de nombres de los protagonistas,
la mayor parte desconocidos,
de la apasionante novela que entre todos estamos escribiendo,
en este preciso momento
Envolverse en música, como quien se abriga contra el frío, es un recurso de solitario a veces eficaz para devolverte poco a poco a la sensación de estar vivo en esta mundo de habitualidades y rutinas que arrinconan a la imaginación en cuanto me descuido, es decir, en cuanto cualquiera, por lo que observo, se descuida y recita sin verlos la lista de los ríos más importantes de cualquier continente o de cualquier país. Hay una tensión disgregadora, por cierto, de los países, que se tensa como un arco cuando arrecian los síntomas de gobiernos centrales débiles. Y a medida que se hacen las conclusiones de que disponemos más dudosas, es más fácil desconfiar de quienes tratan de permanecer en la unidad y quienes consideran indispensable mantener la cohesión para ser. Lo que ocurre –les contestan los otros- es que se puede sobrevivir de otra manera, incluso ser otro o parecerlo.

Tal vez vivir sea, además de toco cuanto es, una permanente tensión entre ser y estar, por otra parte característica de la especie humana que se manifiesta en cada individuo y en sus empresas, donde a poco que te descuides, todo el aparato ejecutivo va girando y dejando la huella, el lendel, que pintan en la tierra las circunferencias idénticas sobre que gira el burro que gira y gira sobre sus pasos, subiendo el agua de la noria.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Las vedijas de niebla
enganchadas todavía en el pinar
son recuerdos vagos
de los miedos nocturnos, sus huellas,
que va borrando la mano
del sol,recién nacido esta mañana,
con la ternura de su caricia primera.
Cada día mueren infinidad de humanos por el mundo, pero hoy nos cuentan que también ha cumplido con ese trámite Luciano Pavarotti, cuya profesión era cantar. Alguien tiene ya dicho que la voz es el mejor instrumento musical conocido. Bueno, pues o se ha muerto o se apagó una voz que ya nos habíamos acostumbrado a ver anunciada en común con la de los otros dos tenores que solían acompañarle en sus actuaciones, siempre pañuelo en mano, que yo comprendo porque también suelo sudar al menor esfuerzo. Cosa de gordos, supongo. Ahora las personas y las voces, cuanto más famosas, suelen dejar más huellas en discos y películas y desde que se inventó la cámara de vídeo domestica, por los rincones de las casas yacen viejas películas donde está la familia completa, como si la vieja Dama del Alba no se hubiera ido llevando a tantos y tan queridos, a los que casi siempre recordamos después algo que nos hubiese gustado decirles antes de que se fuesen. Supongo que de algún modo nos escuchan y que la palabra, aún callada en su día, no se perderá del todo y por lo menos escucharán su intención desde lo más hondo de nuestro recuerdo. -

miércoles, 5 de septiembre de 2007

¿Cómo puede pasar el viento
sin detenerse
a mirarte y remirarte
después que te acaricia?

¿Cómo puede un pájaro volar
bajo el peso
del recuerdo o la esperanza
de haber sido o estar a punto de ser ángel?

¿Cómo podría funcionar, cada día,
la intrincada maquinaria
del universo,
sin alguien que vigile,
corrija,
remedie y remiende
este disparatado rompecabezas magnífico?
Envejecer es irse perdiendo de vista, de tal modo que confundes tu imagen con una vaga silueta lejana que resulta imposible de identificar. Podríamos ser uno de nosotros, pero no es seguro porque al envejecer la luz te enceguece, deslumbra y es casi peor que no ver, puesto que ves sin ver, y que eso ocurra por falta luz es malo, pero con incluso aparente exceso de luz puede que sea un castigo por haber mirado tanto lo que no deberíamos haber mirado ni siquiera de reojo, pero ¿quién es capaz de rehusar la belleza de lo prohibido, por feo que sea?. En alguna parte leí alguna vez que lo último que pidió Goethe en su agonía fue ¡luz1, ¡más luz1 Y sin embargo opino que no podremos soportar, de este lado del espejo, ni siquiera un moderado incremento de la luz habitual y que la luz está del otro lado, donde los escépticos dicen que ya no hay nada más, pero yo me empeño en creer que hay, por inimaginable que pueda resultar ahora mismo, durante esta mañana de miércoles, con este olor a fritanga de churros que exhala el mercadillo de al lado del río, donde las truchas me demuestran cada día que hay vida por debajo de la piel del río, por donde el agua finge la existencia de otro mundo en que el equivalente de los churros olerá, digo yo, de otra manera.
MARTES 4 DE SETIEMBRE DE 2007

Nacemos porque una noche cualquiera
dos, todavía desconocidos,
un hombre y una mujer,
hechos un amasijo de sudor y esperanza,
dolor,
amor, incertidumbre
y vértigo, hablaron sin hablar,
rezaron sin palabras:
Señor, tennos juntos en Tu pensamiento.
Y Dios los pensó juntos
y fuimos nosotros, su pensamiento.
La librería –dije- es como un templo en que, en las hornacinas, están representados el bien y el mal -o tal vez debí decir el yin y el yang-, y, antes, cuando una librería era lugar de culto al libro, mantenía fondos literarios y recovecos, entre los que se contaba casi siempre el “ojo del librero”, equivalente al “ojo del boticario”. En el ojo del librero anidaban los libros prohibidos por los diversos motivos que suelen mover a los profesionales de la prohibición: políticos, morales, culturales, religiosos, etcétera, que los libreros proporcionaban subrepticiamente, en la semioscuridad de lo clandestino, a sus diversos clientes. Es tiempo de escasez de prohibiciones, por lo menos en materia de lectura. Lo de prohibir se ha trasladado al terreno administrativo, por el que cualquier ciudadano debe moverse con pies de plomo, si no quiere que lo sorprendan con multas de extravagante dureza, ni mucho menos proporcionadas de ordinario con las infracciones que supuestamente deberían limitarse a corregir. El ojo de la librería que hoy he visitado, es diáfano, como un símbolo, transparente. Dispone de unos anaqueles en que se exhiben ilustraciones y textos de libros nuevos y antiguos. Hay ocasiones en que uno tiene motivos para la esperanza.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Tu nombre es hoy mi palabra preferida,
tu sonrisa, el suspiro
con que al despertar recobro conciencia de estar todavía aquí,
vivo y bañado por la luz del alba.

Déjame que te diga
todos los sueños que tuve,
los ciertos,
los que imagino para hacerte reír,
los de verdad, llenos de miedo y sueño.

No hace falta que hablemos,
ven conmigo
en el silencio de saber que no estás,
que sólo
eres el disfraz que esta mañana estrena
mi fantasía
sobre un frágil cimiento de recuerdos
también fingidos.
La voracidad humana está llena de imaginaciones de símbolos capaces de apoderarse del mundo, que no sé para qué quieren tantos tanto, si luego no habría manera de abarcarlo, como les pasó a don Carlos y don Felipe, ambos reyes de la España Imperial, que de tanto como mantenían, siempre les quedaba algo por hacer y les faltaba dinero para poner el correspondiente remiendo. Desde el Santo Grial hasta la Excalibur, pasando por la mismísima Arca de la Alianza, no saben qué inventar para acuciar a los tiranos vocacionales para que se pongan en marcha con su casi siempre disparatado equipaje repleto de fantasías. ¿Para qué querrá nadie gobernar el mundo? Debe ser cosa, idea, que germina a partir de niñeces abarrotadas de juguetería, adolescencias abrumadas de libros de caballerías e inmadurez resultante de haber tenido tanto que no supieron por dónde empezar a escoger el camino que hay que hacer para lograrse uno a sí mismo y que le baste el valle, ni siquiera para gobernarlo, sino para vivirlo disfrutando del cansancio de ir recorriendo trochas y gozándose en contemplar la libertad del viento, que, como no tiene nada, juega con todo lo creado y lo mueve y remueve al azar.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Un torrente de vidas,
porque lo mandaba el rey,
señor
de Aragón y Cataluña,
del Califato de Córdoba,
de Navarra o de Castilla,
sólo el honor, que según
don Pedro de Zalamea,
es patrimonio del alma, estaba a salvo,
por ser el alma de Dios.

Curiosa historia,
la que cuentan los libros,
del glorioso heroísmo de los tercios,
de los descubrimientos,
sin que ni una sola vez
se diga el nombre de cada héroe muerto,
de cada familia rota,
cada cosecha perdida,
cada derrota
personal,
que iba costando la decadencia de un imperio
de que a pesar de todo estamos orgullosos
los nietos
de los españoles yertos
sobre todos
los suelos
del mundo.

Gran pueblo hubiera sido éste,
sin duda,
de haberse tenido
a sí mismo por señor.

Pero hubo de quedarse en lazarillo,
Rincón,
Cortadillo,
Calixto y don Juan Tenorio,
el buscón,
la Celestina
y yo. -
El pueblo, la gente, nosotros, este gentío a que llaman los poderosos de este mundo “la gente de a pie”, la realidad de la muchedumbre de los vivos, no somos más que caudal de agua sobrevolada donde da el sol y nace cada día la flor del agua por quienes tienen el poder y la gloria de este mundo, la cuentan a su manera y se consideran los poderosos sabios. Por eso, cuando te recuentas la historia a la luz ad estos modestísimos estudiantes, ratones de biblioteca, que rebuscan los documentos olvidados, hurgan por entre las cenizas de los que se quemaron en hogueras de vergüenza, y descubres cómo y por qué se urdieron hechos abyectos, luego glorificados por los cronistas más brillantes por aduladores mayores, se te atraganta la indignación, a la vez que comprendes por qué los mínimos nos convertíamos en lazarillos de Tormes, Rinconetes, don Pablos, Gineses de Pasamonte y Cortadillos para las novelas –espejo al borde de un camino, no se olvide la feliz comparanza- más picarescas, corto reflejo de la mejor picaresca de la historia de la literatura.

Ea, ya he desahogado mis penas de hoy, domingo soleado del veranillo que sale a la calle a descansar de las atrocidades y las prisas del tumulto de veraneantes aspeados por el maltrato de tirios y troyanos, pescadores en el agua turbia de la aglomeración. Se pasea, hoy, el sol, con su traje de los domingos, porque el sol, que es tradicional y tradicionalista, se viste todavía de domingo, como nosotros, de niños, con el traje más nuevo, de ir a la misma mayor, concelebrada por el párroco y dos coadjutores, entre música e incienso, que subía la música enrollándose por las columnas de incienso y así se inventó un día el barroco para los retablos. Y como ha caído el viento, la mar está tranquila y lame una y otra vez la arena, que se pone más rubia, de puro conmovida, arrebatada, entregada a las caricias.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Por primera vez huele esta tarde a otoño,
a quemazón de sementera,
vamos, el perro y yo, por la frontera
entre setiembre y la tarde
última del mes de agosto,
que hoy baja, con el sol, al dormitorio del ocaso.

Mañana …
No me hables de mañana
en medio de la solemnidad de esta atardecida,
que se pinta
con trazos apenas identificables
en lo más hondo
de la caverna prehistórica de la memoria.

Estamos
fuera del tiempo, es un momento
tal vez esencial,
de la creación,
durante que Dios pudo dudar si poner o no al hombre
en este tiempo,
este lugar,
entre las palabras y la música,
en que dejó la huella
de su mirada.
Estuve en un blog de amigo, a punto de hacer un comentario. Borré todo y me vine a este rincón, apartado orilla del pensar como quien se hace un túnel a través de la opacidad aparente de la montaña, dentro de la cual van apareciendo las diferentes capas de distintos terrenos y materias, más o menos blandas, y los cursos de agua que fluye con poderosa fuerza de aparente milagro por y desde donde en principio parecería imposible. El comentario, que borré, atañía a la muerte y si comprendemos, nos solidarizamos con el dolor de un amigo o de un conocido y por qué acudimos a velatorios o exequias. Mi ya entonces anciana tía Tula solía decir con macabra sorna que cumplimiento viene, desde el punto de vista de una etimología macarrónica, de cumplo y miento a la vez, y es cierto que en muchas ocasiones acompañamos a los que quedan por mera razón de cumplimiento de un deber social. Pero otras no. Otras nos conmueve profundamente la muerte, sobre todo su fue súbita, de alguien conocido, o porque le teníamos afecto –muere un amigo y deja una herida, con posterior cicatriz irremediable, en el alma- o porque se lo teníamos a lo que deja de su entorno más o menos inmediato, que es quienes conocemos y la intensidad del dolor de los cuales podemos intuir, por más que no alcancemos a sentirlo a la vez, junto con ellos, como solemos mentirles que hacemos cuando los abrazamos con el propósito, que suele ser sincero y suerte de proporcionarles el mínimo consuelo de que nos toquemos para saber que todavía convivimos en la burbuja del mismo tiempo y el mismo espacio Porque lo cierto es que del misterio de la muerte, por instinto y afán de vivir, solemos tratar de apartarnos en seguida espantados, como si no fuera con nosotros, intentando negar, contra toda evidencia, que es precisamente lo que nos iguala con cuantos ya la padecieron y los que la sufriremos a lo largo del tiempo, sintiendo mediante su contacto, en qué consiste la comunión, de algún modo la comunidad de los santos, o, por decirlo de otro modo, la comunidad de los humanos.