DOMINGO, 16 DE SETIEMBRE DE 2007
La abuelina decía que el desván
era casa de todos y de nadie,
deshabitada y por ello sin amor,
y sin embargo,
además de las arañas casi inconsútiles,
los pececillos de plata de los libros
y alguna mariposa súbita,
oscura,
de polilla, por la noche
el suelo rechinaba aquí y allá, las viejas maderas,
la esperanza, al desperezarse.
Siempre he creído –le dije un día-
que en el desván es donde más gente vive.
Se reía,
incrédula. -
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