miércoles, 19 de septiembre de 2007

Precisamente ahora, Señor,
cuando, tras de muchas lecturas de casi infinitas elucubraciones
llego a la conclusión de que eres imposible,
he decidido permanecer en la convicción de que existes, estás,
ahora mismo aquí, a mi alrededor,
hablándome, como siempre, desde tu escondite preferido,
el centro,
la alfaguara del amor,
sin dejar que me llegue más que el eco,
probablemente lo único que podría soportar del sonido de tus palabras
y que me traen el viento y el arroyo,
la torrentera y la lluvia, el canto
de los pájaros, ese chirrido agudo, repentino
con que gira
la veleta de la torre de la iglesia cuando mudas
la dirección del viento.
Sigo sin poder imaginarte, desprecio
las descripciones que de Ti me hacen,
seguro que con la mejor voluntad,
tantos como te buscan y se desencuentran
por falta de paciencia,
de humildad,
de esperanza,
o, sencillamente, porque necesitan un asidero para creer
lo que no cabe en la imaginación ni en los libros,
la mayor y más deslumbrante paradoja
de que seas y estés
donde la razón dice que no puede haber nada y los sentidos
tan clamorosamente
fracasan.

No hay comentarios: