En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 10 de septiembre de 2007
Llega un estado hasta donde puede imponer su auctoritas, y donde hay otra, por lo menos, aquello es un extrarradio, un suburbio, mucho menos que una favela, donde lo único que diferencia es el estado de necesidad, En límite del estado de necesidad no hay más auctoritas posible que la ley del más fuerte, que se impone como vestigio de un territorio moral de ausencia de civilización y gobierno caótico de las leyes del instinto. Vivir es convivir, cosa que puede producirse de varias maneras. Dos tribus de antropófagos que, como únicos habitantes, no conocen más que la precaria isla selvática en que recíprocamente se persiguen para batallar y acabar comiéndose por las diferentes razones posibles que arguyen como justificantes de tal transgresión del derecho natural, de algún modo, están conviviendo y se hacen falta unos a otros. Es probable que el desembarco del explorador, el náufrago o el aventurero procedente de otra cultura provoque una conmoción parecida a la de Gulliver en Lilliputh. Lo que ocurre ahora es que la isla, el mundo, se ha hecho más pequeña, como si la hubiese comprimido algún curioso fenómeno que no consiste más que en una mayor facilidad de comunicación y viaje. Estamos más cerca de la tribu vecina. Se nos ha hecho más cercana la convivencia en que consiste vivir y eso nos agobia porque somos polifacéticos y como consecuencia una partida de cosas a la vez: aventureros, sedentarios, valerosos, cobardes, sociales e insociables, de modo que alternativa, aunque ni periódica ni sucesivamente, necesitamos de la proximidad del vecino o de la amada o de sus ausencias. Y eso, evidentemente, a la vez que el cambio climático, que nadie sabe en definitiva si se está produciendo o no, nos desazona, desequilibra, desquicia. Incluso observo, mirando alrededor, que ha llegado a reflejarse en miradas de odio, intolerancia, miedo. Es grave que dispongamos de lo que es a la vez el único remedio posible y en único mandato, mandamiento, de Dios: “que os ameis” y nos estemos perdiendo en este absurdo laberinto de leyes, decretos, ordenes y demás ingredientes de la telaraña administrativa que hay mañanas por la mañana, sobre todo los lunes, que nos hace pensar que nos han proporcionado, para recorren un mundo, el mapa de otro.
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