sábado, 15 de septiembre de 2007

Un punto sobre un papel, pintábamos en el colegio de mi niñez y eran kilómetros de alambre fino, vistos desde su extremo, pero imagínate un punto sobre el papel. No aciertas, sobre todo con poca luz, si el punto no es grueso, si está pintado o es un agujero mínimo. Podríamos acercar el ojo, mirar y ver otro mundo, nadie sabría dónde. ¿Y por qué no? Alguien ha dicho –que debe estar dicho casi todo, con tanto como habla la gente, algunos sin parar, tal vez para no echar cuenta de sus errores- que es posible cuanto es imaginable. Ahí es nada. Cuanto es imaginable, desde los dragones hasta la fuente de la eterna juventud. Lo peor del asunto sería gastarse la vida, como algunos ya han hecho, en buscar lo imaginable, que a pesar de ser posible, tal vez no exista todavía. Ese sería entonces el quid: que todo es posible, en cuanto imaginable, pero tal vez se imagine en un tiempo y un espacio determinados y ocurra en otro, como le ocurrió a don Julio Verne con sus aparatos, inventos y artilugios. Me atrevo a recomendar el experimento. Imaginemos ese otro mundo, pero sin cometer el error de considerar posible que sea un paraíso. O habrá –por muchos que tratemos de excluir de los que aquí nos molestan, desconciertan, agobian- otra multitud que piense distinto que nosotros e incluso llegue a contradecirnos o hasta la imaginación nos asegura que tendríamos que estar solos. Es inconcebible un hombre, o un ser humano, solo. -

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