lunes, 24 de septiembre de 2007

Se advierte que vivimos inmersos en una sopa hecha con sobrantes y principios de cosas y conceptos que correspondería clasificar como característicos de épocas diferentes, imbricadas por la urgencia de estas prisas que nos empujan cada vez más rápidas, con mejores medios técnicos, hacia el futuro que apenas advertimos cómo se convierte en pasado aparentemente lejano nada más ocurrir. Podría ser conveniente para muchos de nosotros pasarse unas semanas en alguna de las ciudades que se están, según dicen, procurando disminuir el ritmo vital. Ciudades lentas, casi inimaginables, sin automóviles ni constante retiñir de timbres de alarma, llamada, recuerdo de que hay que tomar las pastillas tranquilizantes o las que agudizan los sentidos y ponen las neuronas de nuevo en tensión. Advierto con sorpresa que se ha acelerado la torrentera, antes arroyo pacífico, por lo menos a veces, del tiempo, y ya es el día tal o cual de la semana, que se caracteriza porque tenemos algo que tener en cuenta, que hacer o que pagar, y es como si los días se hubiesen puesto a correr, rotos los frenos de su tiovivo y estuviésemos siendo ya los de pasado mañana, antes de que ocurriera el día intermedio. Corremos el riesgo de olvidar que las pausas son tan importantes como los períodos de máxima actividad, tan importante el sueño como la vigilia, el ensueño como la vivencia. Pero estoy seguro de que el nuevo renacimiento que se anuncia, corregirá lo que ocurre, pondrá en hora los viejos relojes que somos, correlacionará las marchas de cuanto ocurre alrededor y de nuestra capacidad de asimilarlo, y cualquier días nos sorprenderá haber recobrado como por milagro el ritmo, y tal vez lo sea, un milagro, como lo es el mero hecho de que existamos. -

No hay comentarios: