En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 21 de septiembre de 2007
El otoño, con el que ya no contábamos, tras de un hermoso verano otoñal, llega con la vendimia. Ayer, dos amigos me decían que hoy iban a iniciar la vendimia. Ahora, según me dijeron, salvo en algún lugar que se conserva más bien como tradición folklórica, la vendimia ha dejado de ser una fiesta. Se recoge la uva con máquinas. A mi alrededor, salvo la mimosa, que se ha puesto, verdegrís, a esperar ya su floración de enero, por el bosque se derraman los ocres y el morado del brezo. Huele a bosque quemado, a hoguera reciente. El sol cae sesgado, traicionero, se desliza por entre los árboles como si anduviese buscando rayos perdidos, tal vez sus huellas, como un comanche, para borrarlas y que no pueda seguirlas la luna, puede que el sol esté harto de decirle a la luna que debe guardar su horario. Se le demora, lo espera. El sol sabe que espera su luz para mudarla a base de tristeza en luz de luna, que tiene algo de canción semisusurrada durante la atardecida, pura esencia de la nostalgia de lo que podríamos haber tenido si se cumplieran los sueños. Yo no sé cuál es la fórmula que tiene la luna para hacer su luz, pero sospecho que lleva como ingredientes extracto fluido de tristeza, gotas de soledad, un chorrín de desencanto, algo de espuma de mar y rayos de sol debilitados por el otoño. Las demás cosas son componentes secretos que oculta la luna como dicen que hacen sus propietarios con la de la coca cola, que para esos fines tiene la luna siempre una cara oculta, especie de lugar reservado para Dios y ella sabrán qué alquimias y secretos, y tal vez una fábrica de productos prohibidos, como son las pesadillas, que envuelve en su luz y nos las deja caer planeando por entre lo oscuro de las noches sin luna, cuando sigue ahí, pero taimada, escondida, dejando caer burbujas preñadas de malos sueños y semillas de miedos de diversos tamaños, para que ajusten bien y nos asusten más hasta que llegue el sol mañana, jadeando, porque es que tiene que recorrer kilómetros y kilómetros, cada noche tan larga, ahora en otoño, y no os quiero decir lo que será en invierno, que me han dicho emigrantes del norte que allí, donde antes los vikingos, ahora, en invierno, la noche dura muchos días y muchas noches, casi como una tentación de desesperanza.
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