lunes, 3 de septiembre de 2007

La voracidad humana está llena de imaginaciones de símbolos capaces de apoderarse del mundo, que no sé para qué quieren tantos tanto, si luego no habría manera de abarcarlo, como les pasó a don Carlos y don Felipe, ambos reyes de la España Imperial, que de tanto como mantenían, siempre les quedaba algo por hacer y les faltaba dinero para poner el correspondiente remiendo. Desde el Santo Grial hasta la Excalibur, pasando por la mismísima Arca de la Alianza, no saben qué inventar para acuciar a los tiranos vocacionales para que se pongan en marcha con su casi siempre disparatado equipaje repleto de fantasías. ¿Para qué querrá nadie gobernar el mundo? Debe ser cosa, idea, que germina a partir de niñeces abarrotadas de juguetería, adolescencias abrumadas de libros de caballerías e inmadurez resultante de haber tenido tanto que no supieron por dónde empezar a escoger el camino que hay que hacer para lograrse uno a sí mismo y que le baste el valle, ni siquiera para gobernarlo, sino para vivirlo disfrutando del cansancio de ir recorriendo trochas y gozándose en contemplar la libertad del viento, que, como no tiene nada, juega con todo lo creado y lo mueve y remueve al azar.

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