miércoles, 19 de septiembre de 2007

Son dos maneras de escribir acerca de lo que está pasando cada día: una consiste en intentar contar una historia, relatar lo que está ocurriendo desde el punto de vista de los protagonistas de los hechos, respetando lo más escrupulosamente posible su personalidad esencial, con las manías acumuladas a ella, y la otra en que la misma historia se cuente desde el punto de vista del escritor, que cuenta lo que él mismo ve, deduce e interpreta respecto de los hechos. Ambos modos me parecen válidos para ejercer el oficio o, en su caso, practicar el arte de escribir. Del primero de los escritores, caso de hacerlo bien, habría dicho Kipling que sabía contar una historia, del otro podrá alabarse el estilo, admirarse las características de la forma y hasta del fondo de su escrito, pero habrá que añadir que no contó una historia, sino su interpretación personal de la historia, dando diversas opiniones, incluso, a través de personajes inexistentes, sustituidos por unos clones suyos, enfrascados en su propio debate interior. Todo esto no quiere decir que no haya otros modos de hacer literatura, tal vez incontables. Por ejemplo, en los dos casos que acabo de referir, cabe, además, que el escritor se introduzca a sí mismo en su relato, aprovechándolo para dolerse, ufanarse o simple y sencillamente, decir que estuvo allí y, si acaso, cómo y por qué participó con trascendencia en lo ocurrido. Añadiré que hay quien escribe de un modo u otro de manera deliberada y quien lo hace sin darse cuenta.

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