En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 26 de septiembre de 2007
Aliento de dragón, dicen que es el viento del sur. Está apagado, pero caliente, lo seca todo, vacía. Es como una acordanza de aquellos viejos reptiles voladores, acorazados, de mirar ominoso y lengua bífida, mitad parlanchina, mitad lanzallamas. Porque no los hay ahora, dicen que fueron mentira. Tampoco hay mamuts, y cierto que de los mamuts aparecen de vez en cuando esqueletos pelados, pero tal vez eso sea señal, atisbo de que los dragones, más avisados, resistentes, acorazados, voladores, se hayan ido a otro planeta o al vacío sideral, cuando husmearon que llegaba el aerolito ese que dicen que acabó con los dinos de otrora. Todavía no hay viento del sur. Lo esperan las castañas, arriba, erizadas en cada rama de cada agobiado castaño, que mueve su preocupada copa e identifica los vientos que van pasando, mueven, pero no son el viento de las castañas, que es el que viene del sur y las siembre, generoso, por las cunetas de los caminos, ya que es un viento que no caza para comer, sino para divertirse, arrancar y sembrar las castañas y que el año que viene haya más y otro viento, o tal vez el mismo, venga y se divierta disparándolas, con rama y todo, si se tercia, ululando de placer.
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