Envolverse en música, como quien se abriga contra el frío, es un recurso de solitario a veces eficaz para devolverte poco a poco a la sensación de estar vivo en esta mundo de habitualidades y rutinas que arrinconan a la imaginación en cuanto me descuido, es decir, en cuanto cualquiera, por lo que observo, se descuida y recita sin verlos la lista de los ríos más importantes de cualquier continente o de cualquier país. Hay una tensión disgregadora, por cierto, de los países, que se tensa como un arco cuando arrecian los síntomas de gobiernos centrales débiles. Y a medida que se hacen las conclusiones de que disponemos más dudosas, es más fácil desconfiar de quienes tratan de permanecer en la unidad y quienes consideran indispensable mantener la cohesión para ser. Lo que ocurre –les contestan los otros- es que se puede sobrevivir de otra manera, incluso ser otro o parecerlo.
Tal vez vivir sea, además de toco cuanto es, una permanente tensión entre ser y estar, por otra parte característica de la especie humana que se manifiesta en cada individuo y en sus empresas, donde a poco que te descuides, todo el aparato ejecutivo va girando y dejando la huella, el lendel, que pintan en la tierra las circunferencias idénticas sobre que gira el burro que gira y gira sobre sus pasos, subiendo el agua de la noria.
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