viernes, 21 de septiembre de 2007

La música está hecha,
escrita,
compuesta por un joven, sabemos
que cuanto era joven con él, ahora ya es antiguo o está muerto,
pero la música conserva sus ingredientes básicos:
de aquella juventud:
el miedo,
miedo adolescente,
la esperanza,
esperanza de quien acaba de asomarse a la madurez
y le dura el temblor asustado, aún.
La música está cansada
De inventar la nostalgia que espera a su autor para dentro de muchos años,
el no sabe,
mientras la está escribiendo,
la compone,
pierde tiempo en recordar un verso de algún poema,
en mirar ese pájaro, no sabe cuál, que pasa,
que está a punto de morir, que morirá muy joven,
y por eso su música, además,
contiene ese regusto de esperanza en la gloria, en los aplausos
que ya le están anunciando.
Le he puesto a esa música
este acompañamiento.
No se ajusta a sus notas, ésta
no es una canción. No la atraviesa,
que tampoco es el tiempo. La acompaña
se deshila con la música alrededor, como el muérdago
en la rama
del árbol, tan pronto una como el otro tocando este sol de atardecida
del músico,
ese emocionado sol de invierno del poeta que no he logrado ser.
Ambos de algún modo frustrados:
uno por la muerte, por la vida el otro,
el tío abuelo Pedro y yo,
los dos enfrascados cada cual en su empeño de contar
lo hermosa que es la vida, hoy a dúo,
con su piano y mis palabras.

No hay comentarios: