Me imagino esta mañana un enorme planeta que gira sobre sí mismo y alrededor de un sol en medio de una galaxia distante más de cien años luz y me pregunto, he de imaginar, la calidad del silencio que rodea el conjunto sol, planeta, espacio alrededor, tal vez otros planetas en el mismo sistema, lejos o cerca, y nada ni nadie que altere el silencio primigenio, el mismo que antecedió y siguió a la creación en tantos lugares de ella como permanecen tal vez sólo en reserva, inhabitados, esperando que otros se agoten y se extinga en ellos la vida para que renazca en otros, puesto que cabe en lo posible que como ocurre aquí cerca, en nuestro ámbito, en el mayor del universo, algo haya de morir definitivamente para que otra cosa nazca, por ejemplo la vida, en otro planeta lejano, hasta ese momento vacío. A la espera, generando a fuerza de dar vueltas la energía suficiente para estar a punto, disponible, cuando la ocasión llegue.
Por eso, el silencio, ni siquiera aquí está vacío, sino preñado de lo que será cuando su hora llegue y hará falta mucho tiempo, pero medido en unidades diferentes de las nuestras, mucho mayores, para que sea inteligibles.
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