miércoles, 29 de febrero de 2012

El rigor es algo que encorseta, oprime como unos zapatos nuevos, pero a veces no hay más remedio que estrenar zapatos, cuando aquellos viejos, tan cómodos, de repente, un día, en plena calle, bostezan por un lado y se quedan para tirar.

El rigor molesta siempre a mucha gente, demasiada. En ocasiones, le preguntas a alguien de casa por los zapatos nuevos y te cuentan y no acaban de la imposibilidad de usarlos. Y cuanto más vieja la víctima, peor. A los viejos también les duelen los pies a veces. Y menos mal, mientras los dolores del anciano son ambulatorios, es decir, hoy te duele aquí, mañana allá. Lo malo es cuando se localizan y obstinan.

Con el rigor, pasa igual. Es urgente –dicen- gastar menos. Gastar menos encoge la economía, quita de cosas que se habían ido haciendo habituales y se disfrutaban sin darse cuenta de la comodidad que producían, o las pequeñas satisfacciones que proporcionaban.

Se entra bien en la prosperidad creciente. Se acostumbra uno en seguida a disfrutar de esto y lo otro, que, cuando hay suficiente, parece que no cuestan, son pequeñas bagatelas. Lo malo es la espiral inversa, el remolino que se va tragando y menos mal si queda lo indispensable para esa dignidad que por desgracia a veces se llega a desmoronar sin estrépito. Y adviertes que don Fulano, que antes era tan habitual, generoso de propinas, largo de limosnas, ahora va como más tímido y se sienta a descansar en los bancos públicos, con la mirada como perdida.

Es la marea del recorte, ésta que sube y sube, y dicen que eso del rigor en la limitación del déficit y la subida del petróleo y hoy añade un preboste de lo eléctrico que hay que subirle las tarifas, mientras los bancos corren a buscar dinero barato al europeo y se da la paradoja de que los pequeños bancos, los más sólidos, lo que tienen son problemas de inversión con garantías.

Es fácil, pero peligroso, excitar a la gente que tiene miedo, o que está nerviosa, o crispada. Y menos en momento en que todos, ricos y pobres, conservadores y progresistas, sabemos que esta sociedad que entre todos hemos construido es injusta, pero ninguno acierta a proponer el esquema, el bosquejo de la nueva que equilibre la necesidad de que haya ricos, para crear riqueza y bienes, y al mismo tiempo se tenga que allegar a una inmensa mayoría lo suficiente y ese poco más que proporciona dignidad y posibilita oportunidades de llegar a ser más rico, más sabio, más prudente, más aventurado, en definitiva, más capaz.

Es malo formar masas de gente, grandes o pequeñas, porque en la masa se disuelve, se difumina una parte de la identidad personal y uno, sin querer, se solidariza con los más deliberada o casualmente exaltados. Todo alpinista y muchos esquiadores saben que hay montañas en cuyas laderas no se debe gritar, porque los aludes, esos gigantescos argayos, luego, no distinguen.

Deberíamos estar pensando cómo, dónde y cuando, con qué medios y de que forma se puede concurrir a los mercados globales y ganar dinero, generar riqueza. Puede hacerse y es importante que no hablemos de recortes, sino de oprimir el muelle de la esperanza, para que, en su momento, salte, mueva el resorte y podamos hablar de modos y maneras de organizar esta maltrecha sociedad nuestra.
Los estudiantes salen a la calle. Para que los estudiantes salgan a la calle, una de las cosas que necesitan es la complicidad, por activa, animándolos, o por pasiva, absteniéndose de intervención, de sus mentores o de alguno o algunos de ellos.

Los estudiantes, recién salidos de la confianza en la autoridad paterna, mientras pasan por el túnel de la autoridad de profesores y amigos con categoría de líderes, no se echan a la calle sin razón o razones que los muevan.

Al perecer, según leo, en Valencia lo hicieron en primer lugar con el principal motivo de que no llegaba la pasta del cole o del insti para pagar calefacción.

No hace tanto, entre medio siglo y tres cuartos, andábamos por Colegios “legalmente reconocidos”, dependientes de los pocos institutos “de enseñanza media” que habían quedado, y no podíamos quitarnos los abrigos en clase porque no había calefacción, cerraban mal las ventanas, se nos hinchaban los dedos de sabañones.

No hace tanto.

Ya estudiantes universitarios, en el “caserón de San Bernardo”, los pasillos se calentaban mediante aire caliente que mal salía por unos tubos que desembocaban en los pasillos.

Los estudiantes, ahora y entonces, han sido siempre entusiastas y sentimentales, propensos a esos virajes súbitos característicos de la adolescencia, que los traen y los llevan desde la explosión de la alegría hasta el fracaso de la nostálgica tristeza que va habiendo a la salida de cada sueño ilusionado.

Fáciles, por eso, de sacar a la calle en defensa de una causa o para rondar con la policromía audiovisual de la tuna.

Los estudiantes, ahora mismo, no entienden cómo es posible que siendo la vida y el mundo tan hermosos, sugerentes y sugestivos como son, no haya de todo, a manos llenas, para todos, pero tampoco tienen tiempo ni ganas de pararse a considerar por qué la sociedad, tan fácil como parece hacerlo, no la hayamos sido capaces de configurar, los aburridos vejetes de las batallitas, tantas como contamos, para que viva en paz, con arreglo a cánones y reglas de juego justas de que dimane libertad.

Los estudiantes, si alguien no se lo sugiere, no se dan cuenta de la nimiedad que supone no tener calefacción. “Fierveis el unto”, decían las “vieyas” de mi tiempo, ya mucho más jóvenes de lo que yo soy ahora, cuando llega la primavera.

Tenían razón, todavía hoy …

martes, 28 de febrero de 2012

Desde la ventana de la galería, veo la procesión de mayores deambulantes por prescripción médica que recorre a diario el pueblo en busca de la juventud perdida. Forman, entre todos, o formamos, si queréis, expedición parecida a la de Ponce de León a través de La Florida recién descubierta, buscando la fuente de la eterna juventud. Hace muchos años, en una playa de Levante, tuve ocasión, entonces yo era mucho más joven, de sorprenderme al contemplar el incesante vaivén de los mismos ancianos de cuya caterva formo ahora parte, o tal vez otros, que puede que hayan muerto, derrotados por el afán de recorrer una y otra vez aquella interminable orilla de un agua de agua templada y neblina.

Caminar, como legionarios de ese empeño por mantener activo el viejo corazón, que, sorprendido, se preguntará a qué viene, en algunos casos de habitual vida sedentaria, este súbito ajetreo, a buenas horas, mangas verdes.

Unos van con perro, otros con bastón, a pelo, otros, a cuerpo limpio, se ve que todos esforzándose en cumplir la consigna de la legión francesa: marchez ou crevez Me llama un viejo amigo y me cuenta de las vicisitudes del suyo, de su corazón, que le han puesto, me dice, una especie de despertador, para cuando se descuida.

Descubren bajo las alfombras de la economía, inesperados agujeros. Y sigue cada cual diciendo eso de que es inocente y que paguen el o los culpables, quienesquiera que sean. A nuestro gremio, dicen unos y otros, que no le quiten ni céntimo de euro.

Al final, al que habrá que roerle valor será al céntimo mismo, pero mejor no llegar. Mejor encontrar vericuetos para que parezca que no pague nadie, porque pagar, vamos a pagar todos, tanto plato roto y tanto presumir de que habíamos logrado el milagro de hacernos ricos por arte de magia.

Lástima que el callejón aquel de Harry Potter, donde hacían y vendían varitas a medida, de la madera correspondiente a cada aprendiz de mago, esté tan escondido y no nos permitan a los muggles ir a comprar alguna modesta, corta de poderes, para lo más gordo de la cesta de la compra, el combustible de la calefacción y esas tres o cuatro cosas más que vienen todos los meses a cobrar puntualmente y no entienden de quitas ni de esperas, como pasa con la renta de la casa, la letra de la hipoteca y todas esas miserias nuestras de cada día, que de repente hemos descubierto que se habían ido amontonando ahí, es ese déficit que no es culpa de nadie, o tal vez, al haberse diluido, ahora no es más que eso un déficit que nos ha tocado en la rifa donde antes tocaban los premios.

lunes, 27 de febrero de 2012

El lunes se reanuda casi todo. Hay agua viva, cada vez menos, en los cauces de los ríos y los remansos y pantanos. El lunes ese gran despertador nos arranca del sueño y los ensueños del “finde”. Echas a correr en busca del medio de transporte, público o privado, que te moverá hacia cada puesto de la caravana, a que nos incorporamos ya en marcha. Difícilmente encuentras quien te sonría a primera hora de la mañana de un lunes cualquiera. Como si unos u otros tuviésemos la culpa de que se haya puesto de nuevo en marcha el tiempo, ese fantasma socarrón, que a veces te parece, durante la vida, que está quieto mirándote pasar y ¡qué va!, él siempre a lo suyo, a irte erosionando por dentro y por fuera hasta que te preguntas cómo coño puede ser que yo tenga más de setenta, de ochenta, de noventa … y hay hasta quien de cien años.

Sigue el anticiclón, viene marzo. Decía la abuela: “marzo ventoso y abril lluvioso, sacan un mayo florido y hermoso”. Quedan, sin embargo, dos días más, el rabo, por deshollejar y desollar, uno de ellos el de la demasía anual, el exceso, que corresponde por ser año bisiesto. La humana fantasía, que exudamos la gente por todos los poros del alma, cuelga consecuencias a la anomalía este de que a un año le salga, de cada cuatro, una inesperada excrecencia, una verruga. Son años buenos, dicen unos; malos, dicen otro. Un frío científico, de esos que pululan por los laboratorios del mundo e investigan incansables, explicaba que es que como todo lo hacemos los hombres como lo hacemos, ni siquiera hemos puesto con esmero suizo las piezas del reloj del calendario, y de vez en cuando, cada cuatro años, tenemos que reponerlo en hora.

domingo, 26 de febrero de 2012

Le gusta salir aún de día, a media tarde, a la perra. Viene a buscarme, que latín no sabrá, pero sí que me va a conmover con un ladrido, una caída de ojos y un giro de hocico hacia el banco del zaguán, donde arneses y correas.

Anda, hombre, parece que dice, que yo no salgo más que a dos horas del día, y muchas, deprisa y corriendo, por la prisa esa que tenéis unos y otros, todos los que me sacáis, a veces. Parece que os pisan el rabo.

Ella, como no tiene ni tocón, no hay modo de pisárselo.

Me conmueve, según lo previsto, y, además, domingo y media tarde, decido ir a dar un paseo un poco más largo.

Pasamos de largo por dos o tres carteles de “perros no”. Todo el mundo habla bien de las mascotas. El señor Alcalde Mayor, es veterinario, por lo que se supone que amante de los animales. Se fundan sociedades, agrupaciones y clubes abundantes de protectores y amigos de los animales más diversos, pero cada vez más letreros de “perros no”. Otro día nos meteremos con ellos, le digo yo a Laila, que ni los mira. Y como exploramos territorio nuevo, hace lo que debe dos veces, amen de abundantes aguas menores y marcados de territorio. Por dos veces he de doblar trabajosamente, resollando como los viejos, haciendo mi cosecha de mierda, que me acuerdo del chiste y sonrío. Si, hombre, aquél jefe de estado que se preguntaba por el futuro de su país y mandó consultar a varios economistas, que, según sud dos portavoces, si dividieron en su dictamen en el grupo pesimista y el optimista. ¿Qué opinan los optimistas? –pregunto el jefe de estado, lleno de esperanza- Que acabaremos comiendo mierda. Caramba, ¿y los pesimistas qué dicen, entonces? Que tal vez no haya mierda bastante para todos.

Territorios nuevos, perritos desconocidos, de la cuerda de sus amos y dueñas, y, casi llegando al río, de súbito, el país de los gatos asilvestrados. Gatos bicolores y de uno solo, atigrados, blancos, marrones, ocre y hasta un siamés; grandes, pequeños y medianos; en grupos y solitarios; unos en lo alto de las tapias, otros en los muros, alguno bajo los coches. Laila, como loca, ladrando amenazadora, desafiante, tira que tira, ávida de correr en su busca, hasta que llegamos a la orilla y allí había, para su nueva delicia, una manada de patos que nos permitieron dar desde la orilla, a pleno pulmón, otro concierto.

Como no hacía frío, entre la pequeña caminata extra, la cosecha, los encuentros y los desafíos, llegamos a casa extenuados, pero felices. Se me arrimó a la butaca, dio un salto y se me puso en el regazo desparramada, relajada, feliz, de vez en cuando se volvía con esa mirada lánguida y me lamía la mano.

En la ventanilla de la tele, lo de ayer, lo de anteayer. Decido apagar, recién encendido, y Laila debe estar de acuerdo, porque no dice ni pío. Ni ladra.

sábado, 25 de febrero de 2012

Se excitan, de uno u otro lado, los urgidos, los impacientes, los radicales, los que echan de menos y quieren esto o aquello.

Y salen a la calle, el territorio común donde no hay refugio posible, más que cavando o amontonando trincheras, deslumbrando, aturdiendo.

Y como Intellectus apretatus discurrit –decía mi abuelo- qui rabiat, con un a mi juicio más expresivo latín, el macarrónico, que el de verdad, tan agonizante y desleído en sus variopintos y mestizos romances, de joven y de necesitada, escribe cada generación lo más ingenioso y a muchas veces prodigiosamente inteligente de su caudal imaginativo, en las paredes tétricas de la colmena urbana.

A medida que el necesitado, caso de que así sea, que lo es en multitud de casos, deja de serlo, adquiere, por poco que sea, y puede sentarse sobre su tesoro, en ocasiones mínimo, se va haciendo de modo paulatino conservador, y más cuanto más haya logrado apartar, apoderarse de, acumular.

Miro a mi alrededor y no veo más que claudicantes, suelen decir los peterpanes del estado de necesidad.

Ellos, ya maduros, han ido dejando amigos, del otro lado de la raya social, y se consuelan porque cada generación provee de otros necesitados que prohibirán de nuevo prohibir y aconsejaran de la prudencia de pedir lo imposible, como cuando en mayo del sesenta y dos parecía que hubiese llegado esa primavera que está siempre en las canciones y los himnos de los más jóvenes, los más entusiastas, los más pobres y los más vagabundos y poetas del caudal humano, como símbolo, otro es el ave Fénix, de los afanes de eternidad y felicidad que nos caracterizan y cada juventud de cada generación está verdadera y entusiásticamente dispuesta de proveernos por fin.
Dicen que dijo Chávez, en Cuba, recién llegado, que “la derecha se quedará con las ganas”. ¿De que le saquéis los cuartos? La derecha es trabajadora, ahorradora, tenaz, hay muchos ricachos y hasta ricachones, en ella, y es temerona, porque es el que tiene, quien ha de pagar en miedo la contrapartida por tener.

La izquierda merodea alrededor, va erosionando lo que puede, salta de lo material a lo espiritual y viceversa, para tratar de convencer a la derecha de que lo suyo es pecado y que debe hacer partícipes a los demás. Y, cuando una u otra exagera sus respectivos afanes de mantener y de transferir, la otra o la una, sus adversarias, se echan al campo, se suben al monte, desentierran el hacha de guerra y se reproduce la Iliada, solo que con otro armamento y cada vez mayor peligro de llevarse en una de sus tarascadas por delante el mundo mundial, sacado de sus casillas y sus ejes y de la armonía universal de las esferas.

Ambas, derecha creadora de bienes y riqueza, e izquierda, distribuidora de riqueza y bienes, son según mi criterio indispensables para que esto de la sociedad, una de nuestras realidades esenciales, exista y funcione y lo haga con la debida y armónica gracia, bajo la mirada del buen padre Dios, si somos creyentes, de la Naturaleza y sus leyes del caos, si no creéis, o, simple y sencillamente porque sí y empíricamente parece cierto que somos un conjunto vivo, bola de la tierra y nosotros, individuos sociales, y cuanto vive a nuestro alrededor, cada ser a su rítmo y con su más o menos pausada efimeridad como pauta, debe participar tendiendo a las al parecer inalcanzables paz, justicia y libertad.

Ambas pesan y reaccionan contra los desequilibrios, con mayor o menos violencia, según la previa violencia del vaivén o según su magnitud, pausada a veces, y producida con esa lentitud de fenómenos histórico con que la historia, valga la redundancia, se mueve.

“Tendra que ser así”, decía aquel viejo polvorista del lugar que cuando tiraba los cohetes por ferias o festejos, se quemaba siempre en el mismo dedo.

jueves, 23 de febrero de 2012

La perrita núbll, que ya conoce el camino de cada paseo, según horario de semana, domingo o sábado y si es por la mañana o por la tarde, se despidió con cariño de Hatatitla. Hatatitla es un hermoso caballo que Winetou. Gran sakem de los apaches mescaleros, regaló a su amigo Old Shatterand en la saga del Far West de Karl May. Winetou y Old Shatterand, se enfrentan una y otra vez con los “malos”, que se apoyan casi siempre en los comanches. Nuestros héroes, los de Karl May en su saga del Oeste Lejano, son poco amigos de los enfrentamientos a tiro sucio –no hay, es una mentira literaria, “tiro limpio” que valga-, y prefieren copar a los comanches y sus amigos los malos o a los simplemente malos sin comanches, para luego a través de largos y convincentes parlamentos, conseguir que se rindan.

Bueno, pues la perrito núbil, como iba diciendo, se despidió de Hatatitla, porque Hatatitla, disfrazado de caballo balancín, se fue a ver a una amiga amiguísima que tenemos la perrita núbil y yo, para consolar sus nostalgias, ahora que es poco más que adolescente, de niña que escribía, como mi perrita núbil y yo todavía escribimos, a los Reyes Magos.

Ahora, nuestra amiga amiguísima, puede mover, cuando esté triste, su caballo balancín, que vaivén va, vaivén viene, le dirá palabras bonitas y le dará ánimos incansables, porque Hatatitla siempre fue buen, valiente y veloz caballo, que Winetou, el gran sakem de los apaches mescaleros, regaló a su amigo, amiguísimo Old Shatterand, que viene a significar, en alemán, algo así como “Viejo Mano Demoledora”, porque sopapo que pegaba, indio o malo a tierra, semiprivado y preguntando al salir del trance eso de ¿dónde estoy? Que ponen para el caso los libros donde damas victorianas sufrían soponcios emocionales, cuando les ponían el frasco de las sales bajo la nariz.

Hatatitla, cuando mi nieta mayor era muy pequeña, era su caballo de irnos a correr aventuras, y, según ella, el mío era Rocinante, y tenemos recorrido el mundo y cazado orangutanes, boas, hipopótamos, orcas y hasta nos picaban las moscas tsetse y nos quedábamos dormidos en medio de la selva, en la cruz de la parte alta de una gigantesca sequoia, para escapar del peligro de los predadores nocturnos y que nos contasen chismes los búhos y las lechuzas, que tienen unos ojos muy grandes y por eso lo miran, contemplan y ven casi todo. Pero esta es otra historia, que, si acaso, contaremos otro día, si el buen padre Dios quiere.
Ponen en las verdades puñados de mentira echada a voleo, como hace el sembrador y así ya no hay manera de saber lo que queda de la verdad que alguien esgrime y trata de defender.

Tú enturbia el río, que ya pescaré yo, aguas abajo.

Nos arrastran con sus señuelos, que aprendieron, los muy cucos, a provocar como cuando éramos niños, todavía. Cierras los ojos y está regando el barrendero aquél, probable buen hombre, padre de familia, paciente, esforzado, meticuloso, y salíamos por las esquinas los arrapiezos de entonces, cantándole que “¡la manga riega, que aquí no llega; si llegaría, me mojaría!”, hasta que enloquecía y se arrancaba como un toro bravo y nos divertía tanto que nos persiguiera y dijese todas las barbaridades que iba gritando.

Pereza en el pensar, llamaba aquel inolvidable catedrático que insistía en desbravarnos, a la cita de aforismos, cuando la realidad es tan variopinta y multiforme, y es tan necesario examinar cada caso concreto, y por eso la consigna aullada por un megáfono no se convierte, por incremento del volumen de voz, ni en verdad, cuando no lo es, ni en verdad permanente, ni siquiera cuando de momento lo parezca a la mayoría o al común.

Porque la vida es cambiante y la realidad se perfila a base de circunstancias que sutilmente modifican el patrón, y en eso se diferencia un traje a medida de la medida industrial de un traje de tu talla.

Nos toman el pelo, los que disponen de nuestra acongojada libertad y manipulan la inercia de muchos para dificultar el afán de pensar de los que se empeñen en hacerlo.

Dos componentes de la libertad, me parecen indispensables para proclamarla. Son muy sencillos. El hombre libre ha de ser independiente y para serlo necesita participar del acervo material y moral o cultural de su generación y de su tiempo.

Cuantas más personas piensen por sí mismas, consideren por sí mismas y decidan por sí mismas, mejor será la convivencia del grupo social de que todos formamos parte esencial.

Es mi reflexión personal de esta helada mañana de febrero, recién emergido el aire del hondón de la helada, con la telaraña del patio todavía enredada con el collar de gotas de rocío iridiscente que olvidó colgado de ella la reina de las hadas esta noche pasada.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Los titulares de la prensa me sugieren hoy una subespecie de haicús sociopolíticos y socioeconómicos personales: -

1.- Procede ayudar a pagar las deudas pendientes de las CCAA, no porque lo merezcan, sino para evitar la ruina económica de sus proveedores, que por otra parte también es cierto que hay casos en que parece ser que se han venido aprovechando de su condición de tales para mantener una productividad artificial, sostenida por el malgasto institucional.

2.- Pero es más importante poner límite a ese gasto, porque si no, lo probable será que la deuda se reproduzca en poco tiempo, dado que las CCAA y los ayuntamientos ya han confesado que no pueden sobrevivir ni siquiera prestar sus servicios más indispensables, sin contraer deudas. Una de dos, o acreditan su sostenibilidad o probablemente deberían desaparecer, con la alternativa de reconsiderar la posibilidad de refundirlos y así disminuir su número hasta un gasto compensable con sus ingresos.
Ni la administración ha hallado las minas del rey Salomón ni debe exprimirse más a los ciudadanos, o, por lo menos, a los ciudadanos que están por debajo de ciertos límites fácilmente calculables, cesta de los gastos habituales de una familia media a la vista (con los cálculos hechos, claro, con la debida y honesta objetividad).

3.- No cabe duda respecto del derecho de manifestación.

4.- Siempre que se controle la actuación de los piquetes supuestamente informativos y se respete escrupulosamente el derecho de disentir de la manifestación.

5.- Siempre que no se utilice por las organizaciones que todos suponemos en cada caso, el derecho de manifestación, para provocar y alimentar en gentes de buena fe, indebidamente manipuladas y desorientadas, una desestabilización social cuyo remedio no está habitualmente en la calle, sino en el funcionamiento de las instituciones.
Es fácil meterse entre los manifestantes y provocar a los agentes de la autoridad hasta que reaccionen y se produzca cualquier incidente contra en que se excite a los presentes para provocar remolinos y escaladas de violencia. Que ni que decir tiene que pueden desembocar en heridos, detenidos y cosas peores, para mayor éxito y regocijo de unos “animadores” cada vez más y mejor profesionalizados y mayor dolor e indignación social, a la larga, justificables.

6.- No deben subvencionarse ni partidos, ni asociaciones, ni sociedades, ni sindicatos, ni gremios. ¿No son sus representantes los que razonan que no debería subvencionarse a ninguna religión? Pues evidentemente son más los ciudadanos afectos a una u otra religión que los afiliados a cualquier partido o sindicato, asociación o club, cuyos gastos deben sufragar sus respectivos afiliados, por las mismas razones que sus dirigentes aducen para suprimir ayudas al cultivo del espíritu en su área religiosa. Que suele por cierto ser bastante más beneficioso para la sociedad que el de la ideología de cualquier asociación política, lúdica o económica, cultivadoras de lo material, que también nos compone, desde luego. Por eso ambos, cuerpo y espíritu, merecen la misma atención.

¿Qué puedo estar equivocado? ¡Pues claro! Quienquiera que lea, que no me crea sin más. Todos y cada uno debemos pensar por nosotros mismos.

Ahí sí que creo que está el quid de la cuestión.

martes, 21 de febrero de 2012

Noche toledana, de luna de Valencia, y fresco ártico, servido on the rocks como el buen whisky, Calles vacías, tiendas lánguidas, políticos que se juntan –reunión de rabadanes …-, enredos de palabrería, con la mitad superada de febrerillo el loco y mañana, Dios mediante, os cubriréis la cabeza de ceniza, pero todavía cabe, que ahora las cosas se imbrican de sorprendente modo, ir después a escuchar el testamento de la sardina, que la entierran de noche, en mi pueblo, o casi de anochecido. Y quedan por ahí anuncios de carnavales. Que, para no duplicarse y tratar de que la poca gente que tenga una pasta gansa los recorra todos y se deje unas plumas en cada corral, ahora, siguen duplicándose y hasta triplicándose los festivales carnavaleros, pisándole el terreno a la cuarentena de la Cuaresma. Dice el Evangelio que los apóstoles se quedaron dormidos en la oración. La carne es flaca y hay cada vez menos sobre el hueso y más predadores a tratar de roerla, según pudimos comprobar en un reciente documental de la tele en que contaban las angustias de una familia de leonas durante un verano del Sherengueti.

Descubro un nuevo comisario de novela negra, ahora griego, Kostas Jaritis, se llama, que va de un lado a otro de Atenas, abriéndose paso trabajosamente entre una circulación rodada que debe ser todavía peor que la de mi Villa en verano y por entre las manifestaciones de griegos cogidos entre la trampa de la crisis y el ventarrón de los recortes. Cuando las guerras y las entreguerras, los soldados de jugar los niños dejaron de ser de plomo y todavía no había plásticos, de modo que eran recortables. Pagábamos la lámina sobre un cartón, recortábamos el militar –lo más difícil los agujeros entre las patas de los caballos- le doblábamos la peana ¡y a desfilar o hacer la guerra!

Recortes y más recortes y vamos a acabar por comernos, como los leones del Sherengueti en verano, hasta las puntas de los huesos pelados y abandonados ya por hienas y buitres. Lo que más escozor produce, a medida que cunde la anorexia social, es ver en la ventanilla de la tele pasar a políticos verdaderamente gordos. Y no como Garfield, el astuto felino que aseguraba en una de sus tiras que él no es que fuese gordo, que en realidad lo que era es corpulento. Estos políticos no, éstos, además de corpulentos, parecen evidente, sorprendente e injustificablemente bien alimentados, y, como consecuencia, gordos.

Lo que pasa, que como yo estoy gordo, también, poco puedo criticar. En mi descargo, aduzco que últimamente mi tendencia parece ser a ir descargando el bálago, que, como decía mi abuela, nunca se hizo sin hierba.

Oigo la campana de la iglesia. Cuando se oye desde mi calle es que está rolando el nordeste a norte, cosa que podría cortar la helada para salvar las flores de las piescales, que estarán a punto de asomarse y sumarse al bullicio casi audible de síntomas de primavera que empiezan a atizar las alergias.

Noche, nochera, en el limonero, hay colgados como entre media docena y una de farolillos que se asoman por entre las hojas a mirar el lucero, que, totalmente como está hoy, despejado, triunfante, desdeñosamente, nos mira.
Caen, este invierno, con frecuencia, las heladas que fingen mañanas de cristal. Sales y te pincha el frío, al respirar, por dentro. La perra, por las mañanas, está, perezosa, en su cojín y se ve que le cuesta saltar a darnos la bienvenida al nuevo día recién creado.

La alborada se completa encendiendo el MAC para revisar el correo y comprobar que continúan las noticias de la prensa digital siendo como las de ayer y anteayer. No se le ha ocurrido a nadie todavía la panacea de nuestros males económico sociales, de modo que sigue el dinero en sus covachas y la protesta a flor de calle, con las consiguientes represiones que acaban paradójicamente en nuevas protestas.

No lo entenderé nunca. Sabemos que el mundo anda aturullado y sin ideas, y, por sectores, grupos y gremios, salimos a la calle airados. Como es previsible, la autoridad tiene que intentar restablecer el orden, siempre hay exaltados que se oponen, carga la policía, se producen las previsibles carreras, golpes indiscriminados y accidentes y entonces se protesta por supuesta brutalidad de los agentes.

Y vuelta a empezar.

Además de aturullado el mundo está convulsionado. Y lo que tal ves sea peor, crispado, con los nervios a flor de piel.

Necesitaríamos haber progresado más en la robótica. La civilización necesita quien haga los trabajos más difíciles, sucios, desagradables, es decir, castas de esclavos sobre que han rodado los imperios que en el mundo históricamente han sido. Pero ahora no hay donde ir a robar o reclutar esclavos. Ahora se necesitarían robots, y ya se ha encargado Asimov de avisar que no se les dote de progresivas inteligencias artificiales, por otra parte imprescindibles para realizar cualquier trabajo, por elemental que parezca. Imaginaos un robot capaz de retirar las basuras de una ciudad. ¿Cómo, sin cierta capacidad de discernir, podrá diferenciar la basura de lo que no lo es, adivinar lo que debe rescatarse y tratar de conservar?

Impasible y puede que sardónico, el tiempo sigue su curso. Allá en lo desconocido, alguien sigue tejiendo con lana de vida la historia de esta minúscula esfera que nos integra.

lunes, 20 de febrero de 2012

Ponen y quitan del “muro social” … Sabemos quién pone, pero ¿quién quita? Si ofreces un muro para el grafitti, te comprometes a soportar los grafitti que no te gusten, que discrepen de lo que piensas, que te discutan tus por otro lado tan precarias convicciones.

¿Quién eres tú para coartar lo público? ¿En función de qué? Sólo una autoridad, ley en mano.

La ley es el límite provisional de lo que prohíbe, y aún así sólo mientras no se acredite su ilegitimidad y como consecuencia se derogue.

Otras (leyes), se convierten de súbito en anacrónicas, se aletargan, hibernan, y, cuando conviene, alguien las saca de su chistera y te apabulla.

¿Dije “precarias”, más arriba? ¿Te ofendiste? ¿De verdad de la buena crees que tienes convicciones tan claras y firmes que ofrezcan otro motivo o razón para defenderlas a ultranza que tu pudo y duro capricho?

En otras ocasiones es el amor propio. Una larga carrera con el derecho como único material para espada y escudo, me autoriza a sostener que el amor propio es otro “material” mucho más abundante, y sin embargo mucho más caro, que el oro, el platino o el iridio. El amor propio, en ocasiones, cuesta muchísimo dinero.

Llaman algunos amor propio a su propia obstinación.

¡Pues claro que también hay ocasiones de terca obstinación en defensa de lo que parece y más o menos provisionalmente es, una verdad cultural de nuestro grupo social!

Una verdad cultural es la que acepta la mayoría del grupo social en un momento determinado de su historia.

La civilización occidental y por consiguiente todas sus culturas nacionales, que a su vez pactan una especie de derecho internacional, tienen, se diga lo que se diga, su primer y último fundamento en diez mandamientos que se encierran en dos

sábado, 18 de febrero de 2012

Los sábados toca hacer parte de la compra semanal: unos filetes, dos pechugas de pollo, una docena de salchichas y los “adornos” de un cocido y unas lonchas de jamón de york o de mortadela, entre todo, de unos veinte a veinticinco euros, lo que supone al mes, entre ochenta y cien, que dan comida para alrededor de media semana y medio mes, según los respectivos cómputos.

Supuesto que cada otra media semana cueste como quince o veinte euros más, entre sesenta y ochenta mensuales, habida cuenta de que podría consistir en potaje, lentejas, arroz y unes fabes con tucu, adornadas de croquetas, fritos de coliflor o unos fréjoles y unos emparedados o unas torrijas y unos freixuelos con o sin relleno, asejún y siempre cabe tener una reserva de compota de manzana y una tortilla de patata. Comer cuesta, añadiendo luego azúcar, sal, unas cabezas de ajos, una pizca de salsa de tomate, pan y leche, huevos, harina, aprovechando ofertas, para tres o cuatro, entre cuatrocientos y quinientos euros mensuales, a que hay que añadir vivienda, ropa y menaje, energía eléctrica, agua y recogida de basuras, y, por lo menos, un teléfono, fijo o móvil, como queráis. No menos, entre pitos y flautas, de mil euros al mes, dado que algo habrá que invertir en leer, ocio y, en definitiva, supervivencia civilizada. ¿Entre mil doscientos y mil quinientos?

¿Quién puede hablar de amortizaciones o de hipotecas?

¿Quién de subir impuestos –directos o indirectos-, por debajo de esas cifras de ingresos?

Me pregunto cuántos cabezas de familia se están llevando a casa en este país entre mil doscientos euros y mil quinientos, al mes, incluso con la colaboración de otras personas del escaso personal familiar que tengan curro.

Porque hemos llegado a entender que es preciso que ingentes cantidades de un dinero que no hay se concentren en pocos bolsillos personales o corporativos para que se inviertan en la creación de riqueza, pero tiene que haber unos límites, adosados a la imaginación y la investigación, indispensables para ir progresivamente abaratando la participación en lo indispensable, antes de hablar de ese insaciable tener más que desvía mucho, pienso que demasiado, de lo escaso para malgasto y prodigalidad en superfluo. Los proverbiales “pompam vel ostentationem” de que insultantemente se alardea por unos y meticulosamente, en el doble sentido de la palabra, se oculta por otros, que, por lo menos, así acreditan restos de conciencia y pizcas de vergüenza.

Hay más de cinco millones de personas en paro. Si, ya se, me vais a decir de la economía sumergida, pero opino que no dará para demasiadas alegrías económicas. Si acaso, como remedio de urgencia para la subsistencia social. Perseguirla sería tan inhumano como desahuciar y dejar sin techo, cosa que también sabemos que ocurre.

Nos gustaría ver listas, roles, nóminas. Que las empresas públicas, la administración y las empresas privadas mantengan a la vista, como han de tener los hosteleros sus precios, las retribuciones, pagos, salarios, dietas y demás gabelas de sus órganos de gobierno y representación, de sus ejecutivos, de trabajadores, asesores y demás colaboradores. Y lo que cobran sus obreros de a pie.

Nos gustaría saber, a la hora de apretarnos el cinturón propio, el agujero del suyo por que van los demás, que suponemos, porque es de buena fe suponerlo, que los apretones serán universales y proporcionales.

¿Somos o no somos un estado social, solidario, profunda y constitucionalmente respetuoso con, por lo menos, los derechos humanos?

¡Mira que si con lo superfluo bastase para tapar todos, la mitad, o por lo menos algunos de los agujeros que nos tienen tan acongojados!

viernes, 17 de febrero de 2012

Apterigógenos, ejemplo, el pececillo de plata, asqueroso devorador de bibliotecas. He visto, entre las páginas de un viejo diccionario, polvillo de desecho del pececillo de plata. El viejo diccionario lo usaba mi padre con evidente confianza. Es bueno, me repitió. Y lo he seguido creyendo hasta hoy, que además de su última edición, tengo otra porción de diferentes y variados diccionarios.

Este de que hablo, hura del pececillo, es el ejemplar aquél, desportillado como entonces, que usó mi padre. Mi padre era abogado de titulación, pero profesor de lengua y literatura de vocación. Sobre todo, profesor de vocación. Me preparó para lo que entonces se llamaba ingreso en el bachillerato y creo haber olvidado poco de las cosas elementales, pero casi todas útiles y algunas imprescindibles, que me enseñó en aquella época y en otras más tarde.

He pasado, en mi numerosa, pero modestísima biblioteca, las hojas del viejo diccionario. Ya sabéis, se toma el libro y se dejan, con la yema del dedo pulgar, correr las páginas. Cuando, como en el caso, se trata de un diccionario, dondequiera que te paras hay alguna palabra desconocida, cuyo significado bebes y ahora, ya viejo, olvidas si no te apoyas en un particular interés y en alguna regla mnemotécnica.

Mi padre, que era por naturaleza impaciente, jamás perdía la paciencia cuando trataba de impartir enseñanzas o de suscitar interés por aprender algo, que, entonces, deliberadamente, te dejaba a medias de explicar para que tú fueses a investigar, aprender por tu cuenta, que es cuando de modo definitivo de fija, hasta donde cada cual es capaz, en la memoria del discípulo.

Los profesores, a medida que pasan las generaciones, se caen de la memoria colectiva, pero de una u otra manera, determinaron que la cultura del grupo fuese como fue y haya llegado a ser como es.
A veces, sin saber por qué, se queda el ánimo en suspenso. Detienes el paso del día, alzas la mirada, casi sin ver. O enciendes la tele y te das un garbeo por los canales, que parece que no miras, pero algo queda siempre en el subconsciente. Eso que llaman telebasura, te has dado, de súbito, sin pensar, cuenta de que no es más que el formato, en nuestro tiempo, de una vieja afición que se saciaba en las corralas, con las comedias, dramas y sainetes de los clásicos de cada época, al cotilleo que nos permite fisgar, como el diablo cojuelo, las debilidades de nuestros prójimos, tal vez para aliviarnos la conciencia, siquiera sea en parte, de las propias.

Lo único que, como según aquel inglés y yo pensamos, la historia es un helicoide, que parece repetir supuestos, pero lo hace a diferentes alturas, y en ésta de ahora se exhiben más las carnes manipuladas para que duren, esas tetas y nalgas artificiales, esas caretas que hacen que llegues a confundir, entre eso y tu vejez miope, unos personajes con otras, todos enseñando, a veces con patéticos resultados, parte de sus orgullos, antes pudendos.

Hay rincones, programas en canales de cadenas, donde habitualmente se sustituye ingenio por procacidad deslenguada. Y el disparate hace sonreír, porque la sorpresa dispensa carencias de ética y ausencia de estética de algunas faltas del mínimo respeto que incluso deberían, pienso, merecer nuestras debilidades, esos defectos con que fracasamos al enfrentarnos con su obstinada reiteración, una y otra vez.

Se me viene al proscenio de la memoria aquel chiste feroz del individuo que era tan marrano que tenía, entre los dedos de la mano, bolitas de esas negras que “todos” tenemos entre los dedos de los pies.

-¿Quién mató al Comendador?
-Fuenteovejuna, Señor.

Todos a una.

jueves, 16 de febrero de 2012

Hay, me dicen, una máquina que incrustada en el dedo gordo del pie, con mando a distancia del tamaño de una tarjeta de crédito, enamora o desenamora a voluntad del usuario. Muy adecuado para épocas de crisis, cuando el gasto debe tratar contenerse y el ingreso tratar de multiplicarse para sobrevivir, y, si posible fuera, medrar como las habichuelas mágicas del cuento.

Pero no hablemos ni de máquinas ni de crisis. Hoy es dieciséis de febrero y estamos cosechando, como quien dice, las proverbiales margaritas, que está linda la mar y en el aire flota perfume, lo dijo Rubén Darío en su tiempo, que de azahar.

La delicada satisfacción de permitirse cursilear, margaritas en flor, si, no, si, no y cuando te canses, pondremos la mano para permitir que se pose una cochinilla, cogollín del rey, rabiquín de escoba, ¿cuántos años faltan para la mi boda? La tarde se ha llenado de sol, rebullen, presiento, los osos en sus oseras, y las marmotas, a pesar de que el año viene bisiesto y zorro.

Dejadme, sin embargo que exprese mi admiración por la bellísima carta pastoral de nuestro Arzobispo que apoya una en mi opinión acertada pastoral en la muerte de una mujer recién llegada a la madurez, que nos ha dejado tan tristes al enmudecer aquella voz.

Y que añada mi convicción de que sólo la mayoría del centro derecha asturiano, que es la suma de FORO y PP, con mayoría de FORO para que gobierne Paco Cascos, mitigado por Mercedes y tal vez con la adición interesante de un representante de los regionalistas, podría, hermoso sueño, recomponer para encarar el furo a las Asturias.

Atardece y en seguida, anochece, la núbil y yo recorremos nuestro periplo habitual, hoy sin novedad que altere el adecuado ritmo de las cosas, seguidos de cerca por un inesperado anuncio de orbayu. Nos acompaña el río, con la frescura cantarina que entrecortan, nerviosos, los coches que buscan dónde dormir al raso. En un remanso, se ha caído la luz de una farola y tiembla, hecha pedazos, en el agua oscura.

Volvemos a casa, compro y bajo unas canciones de Whitney Houston en el almacén de iTunes y releo, mientras las escucho, la carta pastoral del señor Arzobispo. Ambas cosas merecen la pena.
Las misteriosas, todopoderosas agencias le han vuelto a poner al toro español banderillas de fuego, a la vez que se nos recuerda sin cesar que somos campeones de Europa también en número de parados. Y cuentan, no sé si demasiado ignorantes o profundos conocedores, que asimismo lo somos en economía sumergida, la que funciona como el boca a boca del bulo y todo el mundo hace chapuzas y mira ni te doy factura ni pagamos el IVA ese.

Acercándonos a los seis millones de parados y con casi otros tantos solapados en la sinecura del supuesto quehacer del “aparato” en que paulatinamente dicen que se transforma la dispersión de la soberanía autonómica, que multiplica por infinito las necesidades de asesoría y colaboración de la cosa pública, cada vez más complicada, sofisticada y abundante, a medida que la empresa privada se acoquina y encoge con las cuentas de resultados a punto, si no lo están, de caer en la negativa zona anaranjada próxima a las pérdidas de cuando entre gastos financieros y generales no se llega a la superficie de las ganancias.

Todo el mundo necesita quita, espera, subvención, ayuda, crédito, pero cada una de las cinco y todas cinco en su conjunto no son, en una economía ordenada más que recursos provisionales, remedios de urgencia, que requieren ir acompañadas de unos planes de recuperación y amortización, que, si existen, no se nos dan a conocer o no hemos escuchado o no hemos entendido los mortales de a pie y por eso nuestro desasosiego.

Pícaros descendientes del lazarillo, Rinconete, Cortadillo, el Buscon y Celestina se llevaron con habilidad de trilleros la pasta gansa y dejaron a los bancos cómplices el agujero negro seguido de su resplandor de estrellas fugaces, enanas blancas y gigantes rojas. Ahora, entre todos, se nos dice, hemos de tapar las grietas y consolidar los temblorosos cimientos de la casa que es nuestro castillo. Se nos llama a rebato a que nos pongamos, codo con codo, a poner arbotantes donde adelgazaron de tal modo las paredes maestras que ya son casi traslúcidas de nuestras vergüenzas colectivas.

Nos iba bien, aparentemente, abarataron, sólo en apariencia, los precios con el aquel de la moneda única, nos rebajaron los intereses y provocaron el aluvión de nuestros ahorros, que se sumieron en las colas de sus cometas.

Llegado que fue el tiempo de echar cuentas, los que nos habían dicho que todos éramos ricos, nos aclararon que lo que íbamos era a ser todos pobres.

Y en el proceso, algunos astutos ribereños, expertos en la pesca en aguas turbias, se hicieron con un cuantioso botín.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Ando desganado, hoy, y primero escribo y desecho una entrada relativa a esos profesionales de la sinecura política; luego meto mano a la euforia de los seguidores y admiradores del Madrid, sin duda presunto campeón de Liga y la echo también a la papelera del disco duro externo que ruge a veces por ahí detrás de mi sobrecargado Mac, tan paciente.

Luego doy vueltas a la singular peripecia de que estuve en un pequeño comercio local –ahora, salvo las grandes superficies, todos resultan pequeños comercios- pregunté por zapatos y me informaron, ante mi perplejidad, que no venden más que hasta un número antes del mío habitual. ¿Cómo pretenderán vender y sobrevivir así, los pequeños comercios? Supongo que habrá unas tablas estadísticas, que nos excluyen a los pies grandes y a los pies pequeños.

Me lío la manta, que diga, la bufanda que me pusieron los Reyes Magos, y no a la cabeza, sino al pescuezo y me voy con mi perrita núbil a dar nuestra cotidiana vuelta seminocturna a nuestro periplo habitual. Hace su deber principal ante un garaje de un amigo y mientras me pongo a preparar la bolsita, que es todo un episodio eso de despegarles la boca a las bolsitas para ponérselas, como un guante, antes de operar, va y se come, la muy coprófaga, la mayor parte del cuerpo del delito. Se ha debido enterar de lo de la crisis económica y ha obrado en consecuencia. Le echo una bronca. Pobres si, mujer, pero queda para garbanzos todavía. Antes de quitarnos de comer, nos quitaremos otros lujos y necesidades menores. Todo para tratar de evitar que como yo tengo que hacer ahora mismo contigo nos llamen comemierdas, que no por insulto frecuente deja de ser denigrante en grado sumo y denunciar prácticas en extremo desaconsejables.

Volvemos a casa, ambos, avergonzados, ella porque no creo que sepa qué, pero intuye que algo muy grave ha hecho mal esta tarde. Yo porque pienso que mañana, Dios mediante, cuando lo ocurrido se me haya olvidado, hasta pueda que, como suele, al despertar, venga a saludarme y lamer, en su colmo de expresión de afecto, mi mano.

Espero que para entonces, la saliva, el famoso “cuspe de cuervo”, que decíamos de nenos y casi lo curaba todo, haya servido como detergente purificador.
He vuelto a la Universidad, que es, desde que te titulan, la casa de todos los estudiantes y los estudiosos del mundo. He vuelto, por lo tanto, a mi casa. Que sigue oliendo a Universidad, como siempre, e hirviendo en su propia salsa, que es la salsa universal de la investigación.

No importa, aunque sea importante y trascendendal para una sociedad que sus facultades universitarias investiguen, incansables, buscando sustituir las dudas habituales de cada cultura por las del estadio espacio temporal de la generación siguiente y que lo haga sin descanso, no importa, insisto que en un momento determinado, la universidad esté enfrascada o no en su obsesión estudiosa e investigadora. Aún así, se advierte, nada más regresar al pasillo y asomarse a cualquiera de las aulas, o, simple y sencillamente al patio y los claustros de la Universidad, que se ha regresado a casa y hay todavía razones, puesto que hay preguntas vigentes, para permanecer atentos e insistir en el vicio, tal vez instinto, de pensar con generosidad y agradecer estar en el mundo de que formamos parte.

Desde pocos lugares se advierten las dimensiones humanas con mayor intensidad, ya la vez con mayor peso, como desde cualquier dependencia de la Universidad. Cuesta volver a salir a la calle. Acabo de sentirme, como siempre, cualesquiera que sean la banales tensiones que se entrecruzan y enmascaran a veces sus categorías, como cualquiera que haya experimentado un sentimiento religioso, cada vez que realmente se visita un claustro de algún monasterio antiguo, en cuyo ámbito permanece la exaltación espiritual de tantas gentes ya olvidadas, que lo transitaron perplejas y ensimismadas.

En la Universidad, ese sentir y sentimiento se hace más volátil, se sale del hondón de lo místico y participa a cambio de la materia que provisionalmente nos alberga, contiene y compone. Si se me permite la expresión, por lo menos a mí me ocurre, uno se siente más humano, este complejo ser compuesto, desde el ámbito, de algún modo monacal, de la Universidad que un día nos atrapó, hace ya tanto, y será, desde entonces, la retaguardia de nuestra casa encendida.

martes, 14 de febrero de 2012

El redescubrimiento de Marx, a través ahora de Hayden White, nos reconduce a últimos del siglo XIX, a la perspectiva de un posible reingreso en el tremendo siglo XX, compendio de todos los errores y los horrores humanos, desde cualquiera de ambos radicalismos delimitadores desde que se miren sus campos de desolación: el capitalismo y el comunismo, ambos significantes contrapuestos de la interpretación materialista del mundo.

Suele ocurrir que el amor y el odio sean los límites de la relación humana, pero en las respectivas trastiendas, se reencuentran, cosa que ocurre con capitalismo y comunismo. El primero, llevado al límite, agota los limitados recursos humanos por acumulación, y el segundo los agota por dispersión. El resultado es el mismo: un empobrecimiento generalizado de la mayoría.

Consecuencia, que la acumulación capitalista y la dispersión comunista deberían poder ser y en definitiva ser delimitadas para equilibrar la sociedad en sus dos aspectos político social y político económico en que los humanos hemos de organizarnos para convivir pacíficamente.

La paz no consiste en tumbarse a la bartola en Capua. La paz es un estado de permanente tensión y búsqueda, dado que la humanidad vive en tensión y búsqueda de respuestas a las sempiternas preguntas fundamentales. Y esa tensión se llama justicia.

Porque está en la naturaleza humana tratar de prosperar y tratar de conseguirlo incluso con abuso de cualquier ocasional circunstancia que proporcione a un humano, por si solo o agrupado con otros, superioridad real o aparente sobre sus semejantes, cosa que la justicia, constantemente, debe estar remediando y volviendo a equilibrar con arreglo a los principios culturales de cada época y cada generación.

Es lógico que cada vez que un vaivén del péndulo histórico nos pone en peligro de despeñar a la especie por un extremo, surja allí la imagen del radicalismo contrario para sugerir, como un espejismo, la posibilidad de que sea el remedio.

Pienso que no lo es, que el remedio está en el equilibrio, es decir, en escapar de las exageraciones, tanto del materialismo como del espiritualismo, ambos los cuales deben resolver las diferencias de sus respectivos extremismos. Somos, entiendo, materia y espíritu equilibrados, con equilibrio de sus respectivos extremismos, como somos individuos perfectamente diferenciados, pero a la vez comunidad humana, esencialmente una, que nos comprende y abarca.
Hay una señora, en el partido que llaman popular, que se ha descolgado en su congreso sevillano con la enmienda de que se suprima de la ponencia social la calificación de cristiano respecto del humanismo inspirador del pensamiento de su partido político.

Propone que se sustituya lo de cristiano por occidental o por europeo. Como si en la cultura occidental, y, concretando todavía más, la europea, fueran disociables de su esencial humanismo cristiano.

La señora en cuestión quiere, en aras, en el fondo, de la cultura respecto de cuyo probable origen fundamental se aparta, dar al césar lo que le pertenece, despojado de cualquier vestigio de lo que no. Pretende quitar de la moneda incluso el recuerdo del buen padre Dios, no sea cosa de que alguien pretenda apoyarse o siquiera inspirarse en El para gobernar. El gobierno, supongo que opinará, es cosa exclusiva del ingenio humano, separado de la cosa espiritual, vagamente imaginable para una cultura como la europeo-occidental, sólida, ilustrada, enciclopedista … y vaya, es curioso, al final de la cita habrá siempre un componente con tufo para esta señora irrespirable, dado que incluso los por cualquier camino detractores de sus principios, tienen el componente humanístico cristiano que justifica la virulencia de su oposición.

En mi modesta y discrepante opinión, si se borra lo de cristianismo, no hay cultura europea ni occidental de que hablar.

Otra cosa es que haya llegado a la conclusión de que es hora de dejar de ser occidental –y como tal decadente- y europeo –un concepto cada vez más evanescente, a medida que se evidencia la imposibilidad de crear unos estados unidos de Europa tantas veces soñados-.

Personalmente estoy convencido de que en el supuesto de que los humanos fuésemos capaces de destruir todos los caminos, las hipótesis, las religiones que afanosamente buscan y así generan modos de conocer o de negar al buen padre Dios, se abrirían otras, como ha venido ocurriendo desde que el mundo es mundo y hay seres humanos haciéndose las preguntas fundamentales, que estarán siempre en la esencia de cada cultura, respondidas en cada una de ellas con el mismo apasionado afán de afirmar o de negar, ambas, en el fondo, reveladoras del mismo afán de saber.

Y en la medida en que un partido político lo pretenda negar, habrá empezado a disociarse de la realidad de la vida y de las cosas. Y su proyecto de Utopía será otro error y cuando corra el peligro de desmoronarse hablarán de otra supuesta crisis de crecimiento, que no será, como ahora mismo, más que un error de distribución de la carga, que escora el barco en que vamos todos, de un riesgo a otro de naufragio.

El meollo de la cuestión, no está en las palabras, sino en los hechos de la gente que somos.

lunes, 13 de febrero de 2012

No echas de menos otro tiempo, siempre, si antañón, peor, lo que echas de menos es tu juventud. Recuerdo, de joven, haber sido feliz un día. Era por la mañana, casi media mañana. Recuerdo el lugar exacto. La casa estaba bajo el nivel de la calle y estaba subiendo el tramo de escalera, hacia su mitad. Caía el sol como a chorros. De pronto, pobre como era, pero joven, me sentí extremadamente feliz, libre de pesos, de preocupaciones. Nunca, antes ni después, en la multitud de acontecimientos, vicisitudes, situaciones, recuerdo haber vuelto a sentir aquella sensación. He estado más triste, acongojado, más alegre, exultante, pero no tan feliz, nunca, como aquel día, sin motivo que pueda recordar que lo justificase. Ni sé qué pudo ocurrir inmediatamente antes, ni lo ocurrido después, aquel día o sus inmediatos anteriores o posteriores.

Supongo que es que cuando joven, todo lo es contigo, tu entorno y tu gente. La juventud se contagia. O por lo menos, tú, desde esa atalaya, puedes admirar la belleza del paisaje en que consiste el privilegio de estar vivo y sentirte capaz de emprender cosas y caminos sin límites. Casi cualquiera puede.

Es tan inconmensurable el privilegio de vivir que incluso en medio de la más terrible desesperación cabe imaginar no sólo un alivio, sino incluso el tiempo de bonanza que sin embargo hay a quien no llega. Estar vivo es algo por dondequiera que lo mires desmesurado, para bien y para mal. Un misterioso avatar, que nos toca como cuando sacas de la bolsa un número imprevisible.

Somos, creo, aprendices de algo que se nos enseña a batacazos, en medio de una batahola de ruidos y colores inexplicables, al final de los cuales emerges como el proyecto de tela del batán, aturdido y tundido, pero lleno todavía de mayor curiosidad, una curiosidad aparentemente insaciable. Tanta energía cabe en un humano que en plena ola de este frío que nos encoge estos días, alguien, me dicen, va a emprender la aventura de recorrer Groenlandia en bicicleta y otros dos han ido por gusto y sin finalidad práctica alguna al polo sur.
Discurre -significado de transitar, pensar, que es el otro, discurrir, razonando, es un peligroso ejercicio que puede llevar a conclusiones y lo que concluye se acaba- Discurre –dije- el río del tiempo. Manso, esta mañana. Arroyo que pasa bajo el puente de este frío que ahora nos manda Siberia, probable economía emergente y deseosa de que probemos lo que mejor sabe hacer desde que la generación actual de los más viejos recuerda.

Dice Bertol Brecht, cito de memoria, en alguna parte, que es mucho peor crear un banco que atracarlo. Escribe, supongo, desde su peculiar punto de vista social.

Y discurro, ahora en el significante de razonar, que para un anciano, que por cierto ayer se lo llamaba el periódico a Akí Hito, emperador del Japón, que es un chaval aún, puesto que tiene sólo setenta y cinco primaveras, bueno, pues para un vejete que en realidad lo sea por haber rebasado la peligrosa frontera de los noventa, es mucho más interesante encontrar un banco del parque, un banco de veras cómodo donde recuperar el resuello, que uno de esos bancos dinerarios tras de cuyos mostradores se esconde la pasta.

Porque habrá pasta, supongo. No se habrá acabado, agotado, evaporado, sublimado, por mucha que hayan ocultado los de la lista de más ricos del mundo que publican algunas revistas todos los fines de año, como si fuese una extravagante olimpiada, un concurso de páginas del Guiness. Cuando se dice de alguien que tiene miles de millones de euros, ¿dónde coño los tendrá? ¿Los habrá visto alguna vez? ¿Se dará el capricho, que según la factoría de Disney se da a veces el tío Gilito del pato Donald, de bañarse en una piscina llena de monedas de oro?

Dicen que hay dos maneras de sentirse bien: tenerlo todo o no necesitar nada. Personalmente opino que sólo la segunda es la buena, pero, vuelta a pensar, resulta que para no necesitar nada hay a quien le basta con estar vivo y quien precisa disponer de esto, aquello y lo de más allá. Todo un lío, porque luego hay que contar con esa necesidad de comer y beber, disponer de un refugio, evitar que te cacen y coman tus particulares depredadores, todo lo cual hemos heredado de la selva primigenia, que me recuerda la absurda discusión de unos que debatían si era más “mucho” o “bastante”. Ni lo uno ni lo otro, procuré aclararles. A veces, mucho no es bastante y otras veces es bastante muy poco.

sábado, 11 de febrero de 2012

La semana que viene trae como a rastras a don Carnal, que lo ha dicho el Arcipreste. No, hombre, no el nuestro, sino el de Hita, hace mucho tiempo, en otra época que todo el mundo cuenta, pero ya nadie recuerda. Durante aquellos fastos, se preparaba la gente para cubrirse la cabeza de ceniza y hacer penitencia. Ahora … ¿para qué quieres que te cuente?

Unas vísperas de carnaval, que dicen que hasta el la villa hay carrozas apalabradas, y murgas y comparsas y saldrán a tocar los “aficionados” que yo, todavía ingenuo, creí que salían a divertirse y participar, pero que no cobraban. No quedan más cosas gratis que los sueños, algunas ilusiones y los envases vacíos que dejan los supermercados fuera y viene gente, algunos a escondidas, se ve que con vergüenza, que los recoge y se los lleva. El otro día, un vagabundo, escogía su cartón de pernocta.

Triste mundo, a la entrada del carnaval, que ahora, cada año más, le va pisando terreno a la cuaresma para no coincidir con el de la villa de al lado y así tener dos carnavales y si acaso media cuaresma.

Cuarenta días eran la conocida “cuarentena” de los barcos que traían enfermos y no se les dejaba entrar en puerto hasta comprobar que ni contagioso ni letal. Hubo un pabellón, abierto a todos los vientos, en el viejo hospital de pobres que sugirieron y en su mayor parte pagaron los indianos, a que con la ingenuidad de la época se llamó “de infecciosos”. Reductos para unos posibles contagiosos que ahora no se tocan sin todo un aparataje como en imprescindible para pasear por la Luna, que tengo yo un conocido que asegura que fue mentira, que en la Luna no ha paseado nadie todavía, que “aquello” fue un montaje y en realidad donde estaban corriendo y saltando aquella gente era en un desierto.

Curioso que en el mundo haya quien cree cualquier cosa y quien es incapaz de creer cosa alguna. Da qué pensar. (¿Se acentuará este último qué? Voto que sí. ¿Y si te equivocas? ¿Veis cómo da qué pensar?)
Leo, releo, sigo y reencuentro esa tremenda probable verdad de que estemos los españoles condenados al desencuentro. Porque a ninguno se nos escuchará y cada vez que alguien, alguno de nosotros, alce la voz para hacer cualquier propuesta de paz, colaboración, olvido y concordia, una multitud airada nos descalificará, previo habernos encasillado y puesto que somos, según el crítico, que al parecer casi siempre nos conoce mejor que nosotros mismos, de esta manera o de aquella y definitiva e inexorablemente somos los malos, no es que no merezca la pena escucharnos, sino que ni siquiera oírnos, y, si acaso, mejor, de modo preventivo, depurarnos y enmudecernos.

De nada valdrá, me atrevo a augurar, mientras sigamos siendo como fuimos y somos, que tratemos de reconducirnos a la solidaridad como grupo social. Estamos, por desgracia, que no por gala, partidos en dos, y quien sabe si hasta en mayor número de teselas, tribus, taifas y familias. Si os fijáis, en cada una de ellas, más pronto o más tarde, el aparentemente sólido conjunto inicial, acaba por partirse de nuevo en dos, una y otra vez, inconciliables. No merece, nos aseguran los dolicocéfalos, escuchar a ése, que no es más que otro braquicéfalo incompatible con los “nuestros” de cada cual.

Una y otra vez, sube y baja la marea, y cuando pudo parecer que la necesidad nos había obligado a ser unos y apretarnos en defensa de los intereses del conjunto, se encargaron los sumos sacerdotes de la memoria implacable, nacionales, foráneos, oriundos y nacionalizados, de rescatar las brasas de odios, rencores y venganzas pendientes.

Y lo malo es que de cualquier cosa que hablemos, en cualquier diferencia en que caigamos, cualquier conducta que tratemos de juzgar, saltará a la letra impresa, de la mano de alguno de estos pirómanos sociales la sugerencia de que los unos o los otros son los que han influido, opinado, juzgado, no con criterios objetivos, sino por las viejas razones. Y ahí renace y se reescribe o repinta la misma saga que apreció y pintaba Goya, el hacha implacable de los poetas más tristes, la lúgubre sombra de Caín que vio pasar Machado, no sobre, sino impregnando, como sangre y sudor, tal vez conmixtión de ambos con las consiguientes lágrimas, la tierra de todos.

Qué pena, que incluso para hablar de amor, de solidaridad, de salir de las dolorosas crisis y reconstruirnos de otra manera, lo estemos haciendo con este rechinar de dientes.

Pero qué más da que muchos lo digamos, si nos recordarán que formamos parte de uno u otro ejército, estamos para siempre catalogados en tal o cual página y no merece la pena oírnos, y mucho menos, escucharnos y lo bueno es la agarradiella, la tenebrosa pintura de los dos gañanes, enterrados hasta la rodilla, alzando sendos garrotes, empeñados en limpiar a garrotazo sucio e implacable a los “malos”, que siempre serán recíprocamente los “otros”. Y así una y otra vez, garrotazo tú, garrotazo yo, y siempre otro gañán dispuesto a sustituir y heredar a los que vayan cayendo.

viernes, 10 de febrero de 2012

No os he contado nunca mi recurrente sueño en que vuelvo a mi Colegio Mayor. Está lleno de peculiaridades. Vuelvo, pero ya no tengo veinte años. No están los viejos compañeros, Baudilio Tomé, Miguel Vega, Luis Borobio, Aurelio Mota, Vicente Eulate, Perico Rubio, Antonio Bandeira, Florentino Pérez, Jesus Urteaga, Angel Dorronsoro, Luis Valls, Fernando Vázquez. Hay nuevos, jóvenes, de alrededor de veinte años, como los que nosotros teníamos entonces, e, indefectiblemente, me pierdo, busco y no encuentro las escaleras de la capilla, no sé ni en qué piso ni en qué puerta está mi habitación, donde hace poco dejé mi equipaje. Ni un solo conocido, y, sin embargo, el Colegio es el mismo. La misma calle, que es nuestra calle, el pequeño y mustio jardín, el pabellón, los edificios. ¿Dónde están todo los que estuvieron? El cabo Miguel Angel Plaza, su primo José Antonio, Santiago Navarro, Pepín Vidal, Jesús Alberto Cagigal, Bolado, Sánchez Arjona, Ricardo Atarés, Joaquín Capdevila, Enrique Crespo, Joaquín Andrada. Es imposible que si estoy yo, no hayáis vuelto ninguno y ésta sea otra generación que habla de cosas que nada tienen que ver con aquella época llena de interrogantes, sugerencias, sueños, proyectos …

Misa de alba casi, el domingo, subiremos a la nieve. ¿No habéis comido nunca naranjas casi heladas, en lo alto de un collado, sin telesilla, una mañana de sol, a los veinte años? Trepa que trepa y en un pispás estás abajo, y venga de resollar monte arriba. No hay instalaciones. Una cabaña en reconstrucción. El ampo y el silencio, gemelos, de la nieve. Todavía estamos todos camino de hacernos abogados, químicos, arquitectos, médicos, economistas. Todavía no somos más que una pandilla alegre, sin un duro en el bolsillo, refugiados en lo más alto del collado, comiendo gajos casi helados de naranja. Entre todos, pensamos cada uno, reconstruiremos un mundo mucho más feliz que el de Huxley. Ninguno, sin embargo, que yo sepa, habíamos leído a Huxley todavía. Ni nos habíamos topado con la vida y con la muerte. Un día, que, sorprendentemente, se murió casi de repente un compañero y lo velábamos mientras se le afilaban los rasgos, blanco el rostro, con los ojos cerrados, incapaz ya de sonreír como solía, permanecimos atónitos, ¿qué era aquello? ¡Si habíamos parecido inmortales!

Recorríamos el Escorial, nos contaban, los estudiantes de arquitectura y los de bellas artes, los misteriosos secretos de algunos de los cuadros más o menos perdidos y casi desconocidos, que semiocultan los destellos de las grandes obras del Prado. Hay allí dos o tres museos, como hay dos o tres profundidades diferentes para recorre el Escorial. Luego te enteras de que hay media docena de maneras de estar en Toledo, en Madrid o en París. ¡Y hay gente que estuvo en varias de esas diferentes estancias que hay en cada estancia! Recorrer el museo del Prado, por ejemplo, con Luis Borobio, estudiar las esquinas de una ley de la mano de Amadeo Fuenmayor o de Luis Enrique Greño. Redescubrir diferentes versiones de la historia de España durante una soleada tarde del pabellón con Floro Perez Embid o Ismael Sánchez Bella, o que Luis Valls te explique por donde van los regatos de la economía son experiencias inolvidadas.

Ahora se han ido todos, Vicente Mortes, Ramon Montalat, los Repáraz, Artiach, Nicolás Ibarra, Felipe Urcullu, Agustín Iturralde, Pepe Vioque, Paco Nubiola, nuestro incansable secretario Emilio, Raimundo Panniker, que era capaz de hacer tres o cuatro cosas a la vez, mientras filosofaba. ¿Dónde ha ido nuestra juventud, dónde los sueños, que ahora todos éstos son “nuevos” y desconocidos que me miran pasar no sé si con miedo, asombro o desconfianza, porque me voy asomando en todas las habitaciones y tienen el mismo aspecto, pero hay otra gente y yo he perdido la mía, mi habitación, mi gente, mi rincón, mi alacena, mi armario, tal vez casi mi tiempo?

Una y otra vez, una y otra noche, recurrente, se repite incansable la búsqueda de mi sueño. Cualquiera de estas noches, digo yo que nos reencontraremos. Haremos una tertulia, jugaremos una partida de cojolondrón, bajaremos a la ciudad universitaria que “munificencia regia condita, ab hispanorum duce restaurata, florescit in conspectu Dei”, a echar un partido de fútbol o de baloncesto. O iremos al bar Estadio, a jugar una partida de dominó. O a Chaga, que ponían el vermú con ginebra en copa de martini y daban, de tapa, una bandeja entera, desbordante de patatas fritas a la inglesa.

jueves, 9 de febrero de 2012

Mi entrada de hoy era triste y la arrinconé en el disco duro, sonada como un viejo boxeador sin recuerdos.

No se debe estar triste.

No se debe. Hablaba del rincón éste, del far west de las Asturias, que veces parece dejado de la mano del buen padre Dios, pero ¡qué va!

Incluso cuando se marcha el personal, en busca de los euros perdidos, la naturaleza da ejemplo. Recupera las que fueron caleyas. Nacen árboles espontáneos y las artadas, los escayales, que llaman del otro lado de los valles, dentro de nada, con la primavera, se llenarán de mirlos.

Aquí, de guardia, quedamos los niños y los viejos. ¡Cúidate!, le decimos ahora al vecín en vez de adiós, o hasta luego, como antes. Hemos de resistir. Volverán. Siempre vuelve alguno de los que se van. Y casi siempre, los que o lo pierden todo o ganan casi todo lo que pretendían. Pero, mientras tanto, la vieja guardia y los cadetes infantiles hemos de cuidar el fuerte, sacar de paseo a las perritas núbiles y los perrillos falderos, los perrazos feroces y los mestizos perros supervivientes, que, como Jumble, el inolvidable multirrazas de Guillermo Brown, ni saben a cual se parecen más, pero participan de todas y por eso casi saben latín, numismática y la lista de los reyes godos, que son las tres cosas que don Venerando y doña Basilisa le repetían en las páginas de La Codorniz a su sobrino vago que hay que saber para llegar a hacerse un hombre de provecho.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Salte de la carretera nueva. Vuelta aquí, vuelta allá, giro en cada glorieta, métete por las viejas carreteras en cuyos márgenes forman, presentan armas, desnudos, árboles, los más viejos árboles: los plátanos, los cerezos, algún abedul …, te recibirán con las puertas abiertas y el comedor desconocido para el ciclón de los turistas, te darán cochinillo que se deshace en la boca, seco como un alma ruin, pero que se deshace en la boca, con unos tragos de vino tinto, apagado de sabor y unas patatas fritas, de postre, hojaldre con manzana y chocolate, torrijas y, si te apetece, tenemos arroz con leche casero. Hace, afuera, frío, y aquí, dentro, cordialidad. Lo que más importa el intercambio de palabras. Nos aseguramos no estar ciertos de nada. Café y un chupito de orujo blanco, algo debilitado por una piedra de hielo. El café acre, sin azúcar. ¿Repica el frío en la ventana? No; es un frío callado, traicionero. Al ir y al venir viste que hay mar de fondo y que el viento del nordeste agita las crines blancas de las olas verdesmeralda. Le han puesto a la carretera, antes honrado camino de buhoneros, carros del país, burros con las alforjas repletas, mozas y homes ruinos que van y vienen de la fonte y del molín, glorietas, arcenes, quitamiedos y letreros. Viene otro mundo, al parecer, deprisa y corriendo, sin tiempo para mirar paisajes ni la espadaña de la iglesia. Aquí, ni en febrero hay cigüeñas. No es tierra de ellas. Habrá arceas, y, por los vericuetos, un amigo que tengo, que se llama Valentín, flaco como un galgo, subirá y bajará tirando a no darles para tener más que contar cuando llegue la hora de explicar cómo se caza una becada. Ese pájaro loco, de los fríos, que huye haciendo zigzags y muerto de risa. Por detrás, pisándonos nuestras sombras, viene, tempranera, la noche de invierno, que a veces es como el aullido desesperanzado de un lobo que busca loba para la primavera que anuncian las mimosas por fin en flor.
Vayamos corre que te correrás
hasta lo más alto del collado aquél,
donde el ribete de la nube,
donde, ayer,
estuvo apoyada la extremidad del arco iris.

Vayamos mar adentro,
vayamos
donde tú quieras, lo importante
es ir, jadeante, contigo, vida arriba,
vida adelante.

Vayamos al lado del río, sin mirarlo, si quieres,
mirándote, yo a ti aunque no me mires.

No
te
voy
a
pedir
nada
más.

Por mucho que te quiera, no sea que me des lo que te pida y todo
muera, de súbito,
como cualquier hermoso sueño, al despertar,
cuando lo olvido.
Voy, camino de un pueblecito a comer no sé qué –les contaré-, a través del aguanieve y el frío, a través del invierno. Voy, pasito a paso. A los pueblecitos no se puede ir con prisa. No sea que los desconflautes. En los pueblecitos el aire se remansa y no debes agitarlo antes del uso, sino recorrer lo que puedas con cautelosa lentitud exploradora.

A veces, en los pueblecitos casi no hay nada que mirar. Echate la culpa. No miraste bien. Si bien se mira, siempre hay qué mirar. Lo que pasa es que no tenemos bastante paciencia o tiempo suficiente. O, yendo como vamos en la mayoría de ocasiones, pensando en otra cosa a la vez que miramos, nos será imposible advertir que es momento de ver y oportunidad de mirar.

Vivir está también compuesto de haber aprovechado las ocasiones de mirar y admirar y seguir haciéndolo.

El secreto está en que no trate quien no debe de apoderarse de lo que no debe, sea persona, cosa, conocimiento o temor. No importa que se tome uno la libertad de apoderarse de una ilusión, siempre que a la vez tome del correspondiente rimero anejo el folleto de instrucciones. Que suele empezar por decir que la ilusión debe vivirse en su mundo, y no en éste, porque una ilusión está hecha de polen espolvoreado sobre telaraña. Incluso el tacto de una caricia, podría desgarrar irreparablemente una ilusión.

martes, 7 de febrero de 2012

Nada más ferozmente, si, eso he escrito, ferozmente, alegre, que el agua viva.

Sale por cualquier intersticio, por las rendijas más inverosímiles, y cuanto más esfuerzo le cuesta, con mayor energía, si acaso, en principio, cautelosa, paciente, gota a gota, y, de pronto, un chorro desmesurado, arrollador, que se lo lleva todo por delante.

Estos días de lluvia, por ejemplo, cuando invade todas las dimensiones del que pensábamos excesivo cauce, va por él disparada y caudalosa, llevando, semiescondido, un abundante y abigarrado botín de animales muertos, que parecen dormidos, arboles desarraigados, tablones y muebles despiezados. Sale, en apariencia de las paredes del cauce, como un violento manantial. Habrá habido inundaciones de sótanos y garajes. El agua viva se hace tan protagonista que ¡por fin! ha brotado casi del todo el amarillobrillante de la mimosa de la ladera.

Con casi un mes de retraso sobre el horario previsto. Convirtiendo en dudosa la gloria espectacular del verano, para el que el ayuntamiento, según el periódico de hoy, propone uniformizar terrazas y chiscones. ¡Con lo que anima la policromía desmesurada en que se podría romper la cascada del sol implacable de las humedades estivales!

La música de fondo de estos días la toca también el agua. Muy lejos, casi invisible desde que hicieron esa pared espantosa, ese paredón presidiario, ese disparate ofensivo del anciano “martillo” del muelle que fue nuevo, ruge la mar sus avisos. Cerca, chorrea un canalón o un grifo o el cangilón cercano de la noria, gotean sus diferentes notas. Te descuidas, y el orbayo te llama bobo con su aquel de calabobos. Cabe aprovechar para llorar disimuladamente, o fingir que se suda, de tanto supuesto trabajo. Sigue sin haber trabajo y como consecuencia, cada vez más gente se ve obligada a sobrevivir al margen, sobre la raya de las leyes penales o en su mismo borde. Algunos se consuelan y apuntan lo que les debe no se quién, que ya no pagará nunca. Muchas personas físicas y jurídicas ponen en el haber de sus cuentas lo que ya jamás habrá. Desesperados, los pequeños comerciantes llenan de carteles sus escaparates y anuncian que descontarían hasta el ochenta por ciento. Cada cual inventa lo que puede para tratar de que rebañemos los rincones y costuras de los bolsillos de chaquetas que estuvieron desechadas, recuperando monedillas que también “salen” de las rendijas de las butacas, donde se perdían los lapiceros y los dedales de plata que fueron de cuando recosían las puntas de los calcetines y se cogían con aquellos huevos de madera los puntos de las medias.

Febrerillo, el loco, que este año se ha puesto más, orgulloso del día de propina que le han puesto en la cola, como un cascabel.

lunes, 6 de febrero de 2012

Desde la más oscura celda, desde el estado de mayor postración, aún queda el recurso de vivir mil vidas, ser cualquier cosa, realizar cualquier hazaña, a través y por medio de la imaginación, sin más límite de lo que seas capaz de imaginar.

Asimismo puede encarcelarte el miedo, reducirte, por medio de la imaginación, a un oscuro rincón, por más que te halles en una solana, un día radiante.

Vale más educar, acostumbrar, entrenar a la imaginación a que no se rinda, a que permanezca en el lado brillante de la humanidad.

Es el único modo de disponer del famoso punto de apoyo en que poner la palanca capaz de mover el mundo. Ni siquiera hará falta moverlo, puesto que es posible incluso estar fuera de él, en un espacio interestelar donde aprender un idioma alienígena cuya única palabra podría ser soledad, o nenúfar, o amor, constantemente repetida hasta convertirse en melodía.

-Yo –dice mi contertulio, el práctico-, prefiero imaginar un buen mesón, alrededor de las siete de la tarde. La mesonera, que se ve recia y competente, tiene puesto al fuego el hermoso proyecto de una tortilla de patata; están friendo, aparte, unos chorizos que huelen como a humo; hay una frasca de vino tinto, espeso, rojobrillante y una jarra de agua fresca; pan de hogaza; un queso de Gamonedo ya empezado, mugriento y mohoso, y, en una cesta desvencijada, manzanas de Pero Mingán.

-Atardece … -recita mi contertulio, el poeta-. Y se enfrasca, sobre el papel, empecinado en serlo.

-¿Cuándo -me pregunta- se es poeta?

Y yo: verás, hay dos cosas. Una es ser, que lo eres desde que te empeñas en describir con palabras lo que sientes, y otra que alguien te reconozca. Algunos, nada más leerte, te entienden. Otros serán incapaces. Otros te negarán el pan y la sal. Depende. Lo importante debería ser que disfrutaras haciendo lo que haces. Aunque no sea más que hilvanar palabras y repetírtelas tú, a ti mismo, luego, a solas, como si rezaras.

Mi contertulio, el banquero, se echa a reír a grandes carcajadas.
Consecuencia de la crisis, del cambio climático, del despoblamiento progresivo, de la hibernación, la cosa es que me levanto temprano, me reconstruyo con paciencia de artesano, a partir de los dolores de osamenta del alba, me ato trabajosamente los zapatos, con doble lazada, que hace unos días, se me aflojó uno cuando iba con mi perrita núbil, la bolsa del pan, la compra de la carnicería y la de los periódicos y el buen padre Dios me valga, ¡qué tragedia!, y me siento, lavado, afeitado, peinado, hecho un cromo con vago olor a colonia fresca junto a la ventana, alzo la cortina y compruebo que la villa está vacía. No pasan más que el río, bufando, recrecido de lluvias, ocre, sin patos, que se aterrorizan en rampas y mechinales y los puñeteros automóviles. Los coches, a estas horas de la mañana, recién puesta la luz al día, tienen un correr semisilencioso y furtivo. Se les nota la indecisión cuando dudan si saltarse el semáforo en ámbar.

A estas horas de la mañana puedes, arrellanado en cualquier butaca, dejarte entredormir o echarte por las caleyas del imaginario.

Son horas de viejecitas, de echadores de pan a los patos, de subrepticios embufandados, tal vez camino del trabajo, tal vez de vuelta de los intersticios más oscuros de la noche, por donde la inhumanidad regresa a su cerebro reptilíneo. Poco a poco, recién acampado el invierno, nace desharrapado el día, a media luz. La perrita núbil sale de sus habitaciones, me da un lametón en la mano, sorbe agua de su cazuela y vuelve al cojín, ¿no ves que todavía es deshora?, me mira, más sugiriéndomelo que ladrándomelo y finge quedarse dormida, pero vigila cualquier movimiento mío para irse a donde el arnés y empujarlo con el hocico.

El primer periódico del día puede leerse ahora en la red que todo lo copa y arrastra. Dentro de poco, desaparecerán también, como en su día desaparecieron los vendedores de periódicos que recorrían los pueblos y las ciudades montados en su pregón, los quioscos de periódicos. Todo en una pieza, la cámara fotográfica, una selección de periódicos, el telefonino, el correo de los acertijos –hay que acertar y poner las consonantes o las vocales, los puntos y comas y acentos donde podrían cuadrar-, el espejo, media docena de jueguecitos, la agenda y un puesto usb para documentos largos. Hasta incluyen cámara cinematográfica. Dentro de nada traerán ducha y maquinilla de afeitar alternativa, con y sin espuma, de cuchilla y eléctrica. Y, si acaso, un espadón de luz, como aquellos de las guerras galácticas.

El periódico cuenta de las turbulencias entrañables –de las entrañas- de los partidos políticos, que al parecer digieren con las mismas dificultades ganar que perder las elecciones teóricamente cuatrienales, narra un par de secuencias más de la guerra de los sexos, que ahora llaman violencia de género, los consabidos excesos de la circulación, y, en el mundillo secreto de los anuncios por palabras, la proliferación múltiple del variopinto mercadillo sexual, que últimamente incluye curiosas ilustraciones. Da cuenta de que la corrupción crece –que no es que crezca, lo que pasa es que ahora se destapa más, como si al respecto se hubiera puesto de moda la minitanga exhibicionista- y en un rincón, algún pequeño filósofo piensa en voz alta y se advierte la nostalgia de otros inconcretos tiempos de magia, misterio, imaginación e ilusiones.

Ha empezado a llover, y, paradójicamente, me dicen que medio pueblo se ha quedado sin agua.

domingo, 5 de febrero de 2012

La gasolina, y tras ella, o precediéndola, nunca se sabe, el gasóleo, y con ambos, la vida, trepa que trepa, como el pretendiente de la hija del conde Sisebuto, porque nadie quiere quedarse atrás, que camarón que se duerme, ya sabes lo que le pasa. Esto es como una carrera de obstáculos, donde los que perderán, perderemos, seguro, seremos los que ya no tenemos nada que ofrecer, dar o vender, porque, razonablemente considerada la cuestión, tendríamos que dejarnos de jubilaciones y ser cargas, y habernos muerto, dócil y sosegadamente, para no molestar.

Lo que tiene verdadera gracia es eso de que cada mes digan que bajó no se sabe qué, tal vez los agujeros para meter tornillos y con ello, el coste medio de la vida, que será de la suya, porque a los demás, cuando echamos cuentas, nos ha subido cuanto necesitábamos y de bajar algo, irá siendo lo superfluo, poco a poco, por ejemplo, los libros, ahora que, sin intermediarios, llegará, ya veréis, día, en que se los encarguemos directamente al autor, que los tendrá en depósito, en su base de datos y nos venderá una copia y hasta podrá vendérnosla a más o menos precio, según la caigamos de simpáticos o nuestra categoría o frecuencia como clientes, y servírnosla vía emilio, e.mail o como prefiráis llamar al invento, sobre la marcha.

Domingo, lluvia y la gente aprovecha para quedarse en casa, la poca que queda ahora en invierno, de tal modo que esta mañana, por gusto, me asomé a la solana paradójicamente umbría y estuve, reloj en ristre, cronometrando, y me pase veintiséis minutos y medio –alrededor de las once de la mañana- sin ver persona alguna pasar. Eso sí. Algún coche, Esos no faltan nunca, llueve, truene, tengan o no prohibido subirse a la acera, ahí están, omnipresentes, bufantes, conductor airado tras el parabrisas, dispuesto a ciscarse en tus ascendientes, si considera que estorbas el paso triunfal de su carroza. A los ancianitos como yo, más. Saben que pertenecemos a una generación razonablemente educada, víctima de numerosas conflagraciones y amenazas. Saben que ya no les podríamos, ni queriendo, retrucar una posible colleja. Y abusan. ¡Cúidate, abuelo, cabrón –dice uno ocurrente- que te vamos a planchar los cojones! Nuestras sufridas gónadas se mueren de risa, cuando nos arrebujamos en la bufanda de la paciencia. Ni se imagina, el energúmeno en cuestión, lo poco que va a tardar en irse convirtiendo en otro ejemplar con nuestras trabajosas posibilidades de quitarnos de su toma de la Bastilla a bordo de esa lata de sardinas con ruedas.
Ya habréis comprobado que está mal la operación de la entrega anterior y que a lo que tocaríamos sería a un millón escaso de las antiguas pesetas.
No puede, el banquero, que también es humano, mirar sin codicia la pasta gansa que se le confía, y esa codicia le inspira sin cesar ideas respecto del modo y la manera de raspar un pelisquín más de lo estrictamente convenido, que al fin y al cabo, según su peculiar modo de pensar, que le ha convertido en banquero, al fin y al cabo humano, el dinero es como los peces, que están puestos en la mar, y mejor si en la pecera, para que los pesquen, y el dinero para echarle mano y correr, desde que el mundo es mundo, y mejor si el ingenuo viajero te lo confía para librarlo de Dick Turpín y de Robín Hood, que a medida que pasan los tiempos y mudan las costumbres, se suelen disfrazar, acordes con tales mutaciones, de lo que conviene para entrar a saco en el cardumen de los ricos.

Por eso es tan malo ser rico, formar parte de la bandada de candorosas palomas de los ricos, vigiladas por la penetrante mirada del azor, cada mañana, que, oiga usted, señora, los azores tenemos que vivir también, como ocurre con los delfines, que rodean y agobian a los cardúmenes de sardinas y los compactan para bien del pescador.

Todos, en este mundo, somos piezas acechadas por algún predador, que, cuando no lo hay más grande, mejor armado o más fuerte, se hace más sagaz y disfraza de vecino, supuesto prójimo, presunto amigo, empeñado en despojarnos de la responsabilidad de tener más de lo que en su opinión nos incumbe y podríamos maladministrar. No es fácil, administrar las demasías. Tientan de que se las entierre, como hizo el más cuidadoso avaro insolidario de la parábola, cuando enterró su denario, o de que las pongas en las cavernas insulares o en las sibilas continentales de los paraísos fiscales.

Pasta escondida, salvaguardada, dispuesta para cuando las vacas flacas … No hay, sin embargo, ya, paraíso seguro. Los tiburones de la economía, a falta de caladeros, cada vez más castigados por ingenios más eficaces, están alzando el morro, olisqueando, torciendo el rumbo, que no me deis dinero, ponedme donde lo haya, hacia el gran sol de los depósitos más o menos discretos, probablemente clandestinos. ¿Cuánto dinero hay en el mundo? Dicen, yo no garantizo número, que unos cuarenta millones de millones de euros. Tocaríamos, cada ciudadano del mundo, a cerca de un millón de euros. ¿Dónde andará el tuyo? ¿Y el mío?

sábado, 4 de febrero de 2012

El hombre, dice mi contertulio más rotundo, ha nacido para mandar. Discrepo: ha nacido, le digo, para morir. Y un tercero en concordia, interviene y opina que mandar, lo que se dice mandar, ya no mandamos nada ninguno más que esos que, de un modo o de otro, se hacen con el timón y disponen de vidas y haciendas.

Nos gritan que la soberanía es del pueblo, que el pueblo es soberano, que mandamos … en conjunto. Con lo cual, ninguno mandamos nada porque la posibilidad de mandar se diluye de tal modo que al fin y al cabo se apoderan de ella unos pocos.

Sagaz, ha llamado a este instinto tan humano Frisch, miedo a la libertad. Nos arropamos con la dependencia que nos permite descargar responsabilidades en quienes para ello no dudamos en renunciar el ejercicio de nuestra libertad, esa pizca indivisible de soberanía que, un grano no hace granero, se añade al silo de los audaces.

Me pregunto lo que ocurrirá cuando las personas redescubran el concepto grecolatino de su ciudadanía, el orgullo de ser republicano griego o ciudadano romano, perdido tal vez con el tumulto de los bárbaros.

Una ingente multitud de vividores se apunta, desde que el mundo es mundo, quizá, a aprovecharse de los instintos básicos y los miedos ancestrales de sus semejantes. Tu, nos dicen, trabajarás y nosotros a cambio, te procuraremos aliviar de miedos, angustias y responsabilidades. Incluso te garantizaremos un futuro mejor, claro que sin poder asegurarte para cuándo. Ya sabes que el futuro se hace con recuerdos y esperanzas. Tiene mucho de aleatorio. Hay que descontar, además, nuestro elevado porcentaje.

Porque, claro. No asumen gratis la carga de nuestra hermosa, privilegiada, pero pesada y aterradora libertad.

Es lo malo del invierno. Da tiempo, cuando te refugias, pero abres la ventana del mundo que ahora hay en todos los estarcomedores del mundo mundial, te pones a pensar, cavilas hondo, sueñas. Me preocupa que la mimosa haya quedado como a medias de abrir, con la congoja de este frío súbito, que, a través de la supradicha ventanita, viene, como vinieron los ejércitos de los bárbaros, de las llanuras que recorría Gengis Khan, por donde pasó Miguel Strogoff.

viernes, 3 de febrero de 2012

Hace un frío, si no confortable, sí reconfortante. Hacía mucho que no lo sentía con esta sequedad mesetaria. Me recuerda aquel Madrid de cuando estudiante, que me equivoqué, como otras veces, y me fui a vivir a una casa sin calefacción. En Madrid, cuando corre el viento del Guadarrama, se endurecen el ánimo y las orejas y el alma se te hiela, acurrucada, detrás justo del ombligo. Como estos días ahí fuera, en la calle. Echarlo de casa se paga a casi un euro el litro de gasóleo. Más del doble de lo que costaba cuando en los años ochenta nos dijeron que sería la calefacción del porvenir. No hay calefacciones baratas, ya, desde que el carbón dejó de ser útil y aconsejable.

Asturias, carbón, acero, agricultura y ganadería envidiables y una costa rica en pescados, moluscos y mariscos. En las pequeñas fábricas del litoral, se preparaban conservas artesanas de la mejor calidad, que permitieron crear una industria metalgráfica próspera para proveerlas de envases adecuados, vistosos, sugerentes.

Todo se fue a la mierda con los mercados, las fabricaciones y ventas masivas, la manipulación de carnes y el envase de lácteos, la entrada en el mercado común y el advenimiento del euro. Ni carbón ni acero ni agricultura ni ganadería ni pesca. Un mustio silencio que vienen periódicamente a visitar los guiris nacionales y extranjeros y no se cansan de retratar con esos artilugios nuevos, preparados y puestos “en automático”, que no hay más que darle al botón y “¡mira María, qué bien saliste, parece que estás hablando!”.

No hay bajo sin chiringuito, tasca, taberna, chiscón, restaurante, comedero, vinos y tapas, sidrería, cafetería, confitería, posada, hotel, mesón, venta, “prohibido compartir los platos del menú”, “prohibido traer la bebida”, “prohibido fumar”, “el WC sólo para empleados y clientes”, “no despachamos vasos de agua del grifo”, “no se fía”, “menú del día, un primero y un segundo a elegir, pieza de fruta, pan y vaso de vino”, “la mejor fabada del mundo”, “la mejor fabada del Principado”, “la mejor fabada de la Villa”, “la mejor fabada de esta calle”.

Y, en cada esquina, una sucursal bancaria, un cajero, un vacío silencioso, una soledad, salvo cuando es agosto, o es Navidad, o en Semana Santa, y los fines de semana, que vienen más guiris y autobuses pletóricos de jubilados que arrastran, cansinos, los pies, que vienen bien ximielgaos, roncos de haber gritado que nos hay quien pueda con la gente marinera, Asturias patria querida y lo de ir a buscar elefantes para probar la resistencia de la telaraña. Los guiris en seguida, se asombran de que no seamos pintorescos, vistamos parecido a ellos y no traigamos plumaches de adorno. Oiga, me pregunta una, ¿dónde hay vaqueiros?. Por ahí –le digo señalando vagamente-, bajaron y se mezclaron. Ahora podríamos ser usted y yo. Pero yo leí –insiste-. El papel puede con todo –le aseguro-, pero mire, usted siga por esa carretera, vaya unos quince o veinte kilómetros arriba y allí se encontrará, por lo menos, su paisaje y su silencio.

-¿Y qué más? ¿Qué hay que ver?
- Nada más. Ellos bajaron y allí quedaron las piedras, los prados, el silencio y el recuerdo. Si es capaz de escuchar atenta, descubrirá el silencio que tuvieron alrededor.
Me pregunto si ser druida vendría a parecerse a ser el cura de la parroquia, el sacerdote de la tribu, el contrapeso del cacique, el inca, el sakem de los arrapahoes.

¿Tendría, un druida, además de su hoz de oro de cosechar el muérdago, otros poderes?

¿Será cierto que la reina de las hadas y Harry Potter tuvieron sendas varitas mágicas?

Lo malo de una varita es que hay siempre otra varita y acabarán por enfrentarse. No somos más que nadie, pero muchos nos mandan, se arrogan e irrogan nuestra representación, nos dicen incluso lo que estábamos pensando.

Cuando nos descubren lo que pensábamos, nuestro asombro puede ser inconmensurable, pero ¿quiénes somos nosotros para atrevernos a pensar que estábamos pensando algo distinto de lo que nos dicen los que mandan y nos representan que estábamos pensando?

Tendría sus ventajas y sus desventajas, ser druida, como todo. Imagínate que tú le hubieras asegurado una buena cosecha al mandamás del lugar y que, llegado la época, no la hubiese. En aquella época de los druidas, tengo entendido que no se andaban con chiquitas y que por menos de lo dicho, eran capaces, aquellos bárbaros, de cortarte la cabeza.

Ahora somos más sutiles. Mejor y más práctico que cortarle la cabeza a una persona es dejársela puesta y ponerla con ella en la picota, desvencijada, desprestigiada. Cuando mandan los tirios se hace con los troyanos y viceversa. Cuando mandan los dolicocéfalos, se hace con los braquicéfalos y también viceversa. Es lo que se llama luego el péndulo de la historia, que va y viene, como el de Foucault, derribando, ora los bolos de la derecha, ora los de la izquierda.

Idea para una tesis doctoral: ¿Hay más dolicocéfalos a la derecha o a la izquierda?

¿Y braquicéfalos?

¿Hay más fumadores entre los braquicéfalos o entre los dolicocéfalos?

¿Y fumadores arrepentidos?

¿Y calvos?

Me pregunto si no cabría crear asociaciones de morenos y de rubios. ¿Dónde pondríamos a los del pelo pajizo e hirsuto, casi siempre expertos fumadores de pipa? ¿Y a los pelirrojos?

El privilegio de vivir confiere el de la imprevisibilidad de que deriva la categoría estética de la sorpresa. El agua viva es metáfora de la vida. Improvisa la vida caminos, cascadas, huidizos acuíferos secretos. No puede imaginarse recipiente capaz de asegurar que la vida no se saldrá de él, incluso, a última hora, de recurrir a la magia, como el agua, que, mágicamente, se evapora para escaparse de la mar oceana e ir a recorrer mundo disfrazada de nube.
Todo se acaba, a la vez que algo empieza, y es posible que nuestro Barcelona se esté apagando, si no como persona jurídica, “más que un club”, en cuanto a ese brillo que, casi taumatúrgico, le había venido adornando de la mano de unos cuantos pacientes genios, futbolistas coincidentes en haber mutado la corpulencia por la astucia y la habilidad por la fuerza. Estoy convencido de que como consecuencia adicional de su existencia y presencia conjunta en el tiempo y el espacio, logró España ganar, ¡por fin!, un campeonato del mundo que anhelaba desde hace casi un siglo.

Es posible que, para nuestra tristeza de aficionados al fútbol y partidarios suyos, este equipo esté empezando a regresar al pelotón, cosa que llenará de júbilo a su Moriarty, el equipo de la Capital.

Queda, para nuestro consuelo, el regusto nostálgico de rememorar un tiempo durante que se ganó todo y este equipo era la envidiosa admiración del mundo.

Sin duda cuando pase un tiempo indeterminado, regresarán otros a ciclo que podrá parecerse a éste, pero con gran dificultad podrían mejorarlo. Pienso que es imposible hacer algo mejor que ganar durante un año de ejecutoria ejemplar todos los torneos existentes y jugados.

En fútbol, todo es inexplicable apasionamiento por una camiseta y un escudo, quienesquiera que los defiendan, y, como consecuencia, todo es entusiasmo subjetivo, que no puede debatirse con los partidarios de otro o de otros equipos. Cada cual, exagerará sus razones y despreciará paladinamente las de los otros. Por eso, al final, lo que queda y se decanta es la satisfacción o la decepción de cada ejercicio o de la trayectoria del equipo que preferimos. Nadie gana definitiva ni permanentemente, de lo que se sigue que en realidad, lo que hacen todos y a donde nos llevan a sus respectivos seguidores, es a competir con un entusiasmo, que sin duda a veces se disparata y motiva pagos y cobros que están, sin la menor duda, fuera de razón.

Alguien, algún día, tendrá que poner límites a esta desmedida locura, desembocada en un océano de prodigalidad incompatible con el sentido menos común de los mortales.

Si bien se mira, no tendría sentido que la persona más adinerada del mundo, rebuscase por todos los rincones del planeta a los mejores jugadores de cada demarcación de un equipo, los “comprara” y constituyera en mejor equipo teóricamente posible. No tendría sentido, hasta que vengan los alienígenas y nos desafíen, a los terrícolas, a jugar un torneo interplanetario.

Considero improbable que el dinero pueda comprarlo todo.

¡Qué pena, si estoy equivocado! Por fortuna, cuando Creso haya acabado de formar su equipo y logrado el más hábil y astuto entrenador del mundo mundial, en un rincón de una playa desconocida, de un país ignoto, un niño genial ha logrado el mejor remate, el chut más impresionante.

Cuando se habla de la vida y de la gente, todo es posible, todo cambiante, todo gloriosamente inesperado.

jueves, 2 de febrero de 2012

“Hoy, el día de la marmota, se ha celebrado la ceremonia de predicción del tiempo más conocida de Estados Unidos en el pequeño pueblo de Punxsutawney, en Pennsylvania. La famosa marmota de Punxsutawney, Phil, ha salido de su guarida y vio su sombra, lo que se traduce como seis semanas más de invierno.
Cuenta la leyenda que el 2 de febrero las marmotas se despiertan brevemente de su hibernación, y si al salir al aire libre se puede ver su sombra sobre el terreno, el invierno durará al menos seis semanas.
El ritual anual se lleva a cabo en la Gobbler's Knob, una pequeña colina en la población de Punxsutawney (Pensilvania), un municipio de unos 6.100 habitantes a unos 100 kilómetros al noroeste de Pittsburgh.
Durante todo el día habrá celebraciones en este pueblo para conmemorar esta tradición que se remonta a 1887 y tiene sus raíces en el festival céltico de Imbolc, que celebraba la fertilidad, y que se convirtió, con la llegada del Cristianismo a las islas británicas en la celebración de Santa Brígida.
En Estados Unidos, Phil es una celebridad y tiene su propio club de seguidores, el Punxsutawney Groundhog Club, cuyos miembros son los encargados de llevar a cabo la ceremonia para la que se visten con chisteras y esmoquin.
Una ceremonia que hizo popular la comedia 'Groundhog Day' (1993) ('Atrapado en el tiempo') protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell.”

Noticia que copio a la letra de la edición digital de EL MUNDO y confirma, a la vista del retraso y de la lenta floración de la mimosa de la ladera del monte de La Fuñal, la predicción de que el invierno va a ser más largo y el verano más mustio de lo habitual. Que así no sea. Ya teníamos bastante con la política de los mediocres y la economía de los tristes, para que encima se nos añada la umbrosa meteorología desolada y desoladora.