jueves, 23 de febrero de 2012

La perrita núbll, que ya conoce el camino de cada paseo, según horario de semana, domingo o sábado y si es por la mañana o por la tarde, se despidió con cariño de Hatatitla. Hatatitla es un hermoso caballo que Winetou. Gran sakem de los apaches mescaleros, regaló a su amigo Old Shatterand en la saga del Far West de Karl May. Winetou y Old Shatterand, se enfrentan una y otra vez con los “malos”, que se apoyan casi siempre en los comanches. Nuestros héroes, los de Karl May en su saga del Oeste Lejano, son poco amigos de los enfrentamientos a tiro sucio –no hay, es una mentira literaria, “tiro limpio” que valga-, y prefieren copar a los comanches y sus amigos los malos o a los simplemente malos sin comanches, para luego a través de largos y convincentes parlamentos, conseguir que se rindan.

Bueno, pues la perrito núbil, como iba diciendo, se despidió de Hatatitla, porque Hatatitla, disfrazado de caballo balancín, se fue a ver a una amiga amiguísima que tenemos la perrita núbil y yo, para consolar sus nostalgias, ahora que es poco más que adolescente, de niña que escribía, como mi perrita núbil y yo todavía escribimos, a los Reyes Magos.

Ahora, nuestra amiga amiguísima, puede mover, cuando esté triste, su caballo balancín, que vaivén va, vaivén viene, le dirá palabras bonitas y le dará ánimos incansables, porque Hatatitla siempre fue buen, valiente y veloz caballo, que Winetou, el gran sakem de los apaches mescaleros, regaló a su amigo, amiguísimo Old Shatterand, que viene a significar, en alemán, algo así como “Viejo Mano Demoledora”, porque sopapo que pegaba, indio o malo a tierra, semiprivado y preguntando al salir del trance eso de ¿dónde estoy? Que ponen para el caso los libros donde damas victorianas sufrían soponcios emocionales, cuando les ponían el frasco de las sales bajo la nariz.

Hatatitla, cuando mi nieta mayor era muy pequeña, era su caballo de irnos a correr aventuras, y, según ella, el mío era Rocinante, y tenemos recorrido el mundo y cazado orangutanes, boas, hipopótamos, orcas y hasta nos picaban las moscas tsetse y nos quedábamos dormidos en medio de la selva, en la cruz de la parte alta de una gigantesca sequoia, para escapar del peligro de los predadores nocturnos y que nos contasen chismes los búhos y las lechuzas, que tienen unos ojos muy grandes y por eso lo miran, contemplan y ven casi todo. Pero esta es otra historia, que, si acaso, contaremos otro día, si el buen padre Dios quiere.

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