No puede, el banquero, que también es humano, mirar sin codicia la pasta gansa que se le confía, y esa codicia le inspira sin cesar ideas respecto del modo y la manera de raspar un pelisquín más de lo estrictamente convenido, que al fin y al cabo, según su peculiar modo de pensar, que le ha convertido en banquero, al fin y al cabo humano, el dinero es como los peces, que están puestos en la mar, y mejor si en la pecera, para que los pesquen, y el dinero para echarle mano y correr, desde que el mundo es mundo, y mejor si el ingenuo viajero te lo confía para librarlo de Dick Turpín y de Robín Hood, que a medida que pasan los tiempos y mudan las costumbres, se suelen disfrazar, acordes con tales mutaciones, de lo que conviene para entrar a saco en el cardumen de los ricos.
Por eso es tan malo ser rico, formar parte de la bandada de candorosas palomas de los ricos, vigiladas por la penetrante mirada del azor, cada mañana, que, oiga usted, señora, los azores tenemos que vivir también, como ocurre con los delfines, que rodean y agobian a los cardúmenes de sardinas y los compactan para bien del pescador.
Todos, en este mundo, somos piezas acechadas por algún predador, que, cuando no lo hay más grande, mejor armado o más fuerte, se hace más sagaz y disfraza de vecino, supuesto prójimo, presunto amigo, empeñado en despojarnos de la responsabilidad de tener más de lo que en su opinión nos incumbe y podríamos maladministrar. No es fácil, administrar las demasías. Tientan de que se las entierre, como hizo el más cuidadoso avaro insolidario de la parábola, cuando enterró su denario, o de que las pongas en las cavernas insulares o en las sibilas continentales de los paraísos fiscales.
Pasta escondida, salvaguardada, dispuesta para cuando las vacas flacas … No hay, sin embargo, ya, paraíso seguro. Los tiburones de la economía, a falta de caladeros, cada vez más castigados por ingenios más eficaces, están alzando el morro, olisqueando, torciendo el rumbo, que no me deis dinero, ponedme donde lo haya, hacia el gran sol de los depósitos más o menos discretos, probablemente clandestinos. ¿Cuánto dinero hay en el mundo? Dicen, yo no garantizo número, que unos cuarenta millones de millones de euros. Tocaríamos, cada ciudadano del mundo, a cerca de un millón de euros. ¿Dónde andará el tuyo? ¿Y el mío?
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