lunes, 6 de febrero de 2012

Consecuencia de la crisis, del cambio climático, del despoblamiento progresivo, de la hibernación, la cosa es que me levanto temprano, me reconstruyo con paciencia de artesano, a partir de los dolores de osamenta del alba, me ato trabajosamente los zapatos, con doble lazada, que hace unos días, se me aflojó uno cuando iba con mi perrita núbil, la bolsa del pan, la compra de la carnicería y la de los periódicos y el buen padre Dios me valga, ¡qué tragedia!, y me siento, lavado, afeitado, peinado, hecho un cromo con vago olor a colonia fresca junto a la ventana, alzo la cortina y compruebo que la villa está vacía. No pasan más que el río, bufando, recrecido de lluvias, ocre, sin patos, que se aterrorizan en rampas y mechinales y los puñeteros automóviles. Los coches, a estas horas de la mañana, recién puesta la luz al día, tienen un correr semisilencioso y furtivo. Se les nota la indecisión cuando dudan si saltarse el semáforo en ámbar.

A estas horas de la mañana puedes, arrellanado en cualquier butaca, dejarte entredormir o echarte por las caleyas del imaginario.

Son horas de viejecitas, de echadores de pan a los patos, de subrepticios embufandados, tal vez camino del trabajo, tal vez de vuelta de los intersticios más oscuros de la noche, por donde la inhumanidad regresa a su cerebro reptilíneo. Poco a poco, recién acampado el invierno, nace desharrapado el día, a media luz. La perrita núbil sale de sus habitaciones, me da un lametón en la mano, sorbe agua de su cazuela y vuelve al cojín, ¿no ves que todavía es deshora?, me mira, más sugiriéndomelo que ladrándomelo y finge quedarse dormida, pero vigila cualquier movimiento mío para irse a donde el arnés y empujarlo con el hocico.

El primer periódico del día puede leerse ahora en la red que todo lo copa y arrastra. Dentro de poco, desaparecerán también, como en su día desaparecieron los vendedores de periódicos que recorrían los pueblos y las ciudades montados en su pregón, los quioscos de periódicos. Todo en una pieza, la cámara fotográfica, una selección de periódicos, el telefonino, el correo de los acertijos –hay que acertar y poner las consonantes o las vocales, los puntos y comas y acentos donde podrían cuadrar-, el espejo, media docena de jueguecitos, la agenda y un puesto usb para documentos largos. Hasta incluyen cámara cinematográfica. Dentro de nada traerán ducha y maquinilla de afeitar alternativa, con y sin espuma, de cuchilla y eléctrica. Y, si acaso, un espadón de luz, como aquellos de las guerras galácticas.

El periódico cuenta de las turbulencias entrañables –de las entrañas- de los partidos políticos, que al parecer digieren con las mismas dificultades ganar que perder las elecciones teóricamente cuatrienales, narra un par de secuencias más de la guerra de los sexos, que ahora llaman violencia de género, los consabidos excesos de la circulación, y, en el mundillo secreto de los anuncios por palabras, la proliferación múltiple del variopinto mercadillo sexual, que últimamente incluye curiosas ilustraciones. Da cuenta de que la corrupción crece –que no es que crezca, lo que pasa es que ahora se destapa más, como si al respecto se hubiera puesto de moda la minitanga exhibicionista- y en un rincón, algún pequeño filósofo piensa en voz alta y se advierte la nostalgia de otros inconcretos tiempos de magia, misterio, imaginación e ilusiones.

Ha empezado a llover, y, paradójicamente, me dicen que medio pueblo se ha quedado sin agua.

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