viernes, 3 de febrero de 2012

Hace un frío, si no confortable, sí reconfortante. Hacía mucho que no lo sentía con esta sequedad mesetaria. Me recuerda aquel Madrid de cuando estudiante, que me equivoqué, como otras veces, y me fui a vivir a una casa sin calefacción. En Madrid, cuando corre el viento del Guadarrama, se endurecen el ánimo y las orejas y el alma se te hiela, acurrucada, detrás justo del ombligo. Como estos días ahí fuera, en la calle. Echarlo de casa se paga a casi un euro el litro de gasóleo. Más del doble de lo que costaba cuando en los años ochenta nos dijeron que sería la calefacción del porvenir. No hay calefacciones baratas, ya, desde que el carbón dejó de ser útil y aconsejable.

Asturias, carbón, acero, agricultura y ganadería envidiables y una costa rica en pescados, moluscos y mariscos. En las pequeñas fábricas del litoral, se preparaban conservas artesanas de la mejor calidad, que permitieron crear una industria metalgráfica próspera para proveerlas de envases adecuados, vistosos, sugerentes.

Todo se fue a la mierda con los mercados, las fabricaciones y ventas masivas, la manipulación de carnes y el envase de lácteos, la entrada en el mercado común y el advenimiento del euro. Ni carbón ni acero ni agricultura ni ganadería ni pesca. Un mustio silencio que vienen periódicamente a visitar los guiris nacionales y extranjeros y no se cansan de retratar con esos artilugios nuevos, preparados y puestos “en automático”, que no hay más que darle al botón y “¡mira María, qué bien saliste, parece que estás hablando!”.

No hay bajo sin chiringuito, tasca, taberna, chiscón, restaurante, comedero, vinos y tapas, sidrería, cafetería, confitería, posada, hotel, mesón, venta, “prohibido compartir los platos del menú”, “prohibido traer la bebida”, “prohibido fumar”, “el WC sólo para empleados y clientes”, “no despachamos vasos de agua del grifo”, “no se fía”, “menú del día, un primero y un segundo a elegir, pieza de fruta, pan y vaso de vino”, “la mejor fabada del mundo”, “la mejor fabada del Principado”, “la mejor fabada de la Villa”, “la mejor fabada de esta calle”.

Y, en cada esquina, una sucursal bancaria, un cajero, un vacío silencioso, una soledad, salvo cuando es agosto, o es Navidad, o en Semana Santa, y los fines de semana, que vienen más guiris y autobuses pletóricos de jubilados que arrastran, cansinos, los pies, que vienen bien ximielgaos, roncos de haber gritado que nos hay quien pueda con la gente marinera, Asturias patria querida y lo de ir a buscar elefantes para probar la resistencia de la telaraña. Los guiris en seguida, se asombran de que no seamos pintorescos, vistamos parecido a ellos y no traigamos plumaches de adorno. Oiga, me pregunta una, ¿dónde hay vaqueiros?. Por ahí –le digo señalando vagamente-, bajaron y se mezclaron. Ahora podríamos ser usted y yo. Pero yo leí –insiste-. El papel puede con todo –le aseguro-, pero mire, usted siga por esa carretera, vaya unos quince o veinte kilómetros arriba y allí se encontrará, por lo menos, su paisaje y su silencio.

-¿Y qué más? ¿Qué hay que ver?
- Nada más. Ellos bajaron y allí quedaron las piedras, los prados, el silencio y el recuerdo. Si es capaz de escuchar atenta, descubrirá el silencio que tuvieron alrededor.

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