Los estudiantes salen a la calle. Para que los estudiantes salgan a la calle, una de las cosas que necesitan es la complicidad, por activa, animándolos, o por pasiva, absteniéndose de intervención, de sus mentores o de alguno o algunos de ellos.
Los estudiantes, recién salidos de la confianza en la autoridad paterna, mientras pasan por el túnel de la autoridad de profesores y amigos con categoría de líderes, no se echan a la calle sin razón o razones que los muevan.
Al perecer, según leo, en Valencia lo hicieron en primer lugar con el principal motivo de que no llegaba la pasta del cole o del insti para pagar calefacción.
No hace tanto, entre medio siglo y tres cuartos, andábamos por Colegios “legalmente reconocidos”, dependientes de los pocos institutos “de enseñanza media” que habían quedado, y no podíamos quitarnos los abrigos en clase porque no había calefacción, cerraban mal las ventanas, se nos hinchaban los dedos de sabañones.
No hace tanto.
Ya estudiantes universitarios, en el “caserón de San Bernardo”, los pasillos se calentaban mediante aire caliente que mal salía por unos tubos que desembocaban en los pasillos.
Los estudiantes, ahora y entonces, han sido siempre entusiastas y sentimentales, propensos a esos virajes súbitos característicos de la adolescencia, que los traen y los llevan desde la explosión de la alegría hasta el fracaso de la nostálgica tristeza que va habiendo a la salida de cada sueño ilusionado.
Fáciles, por eso, de sacar a la calle en defensa de una causa o para rondar con la policromía audiovisual de la tuna.
Los estudiantes, ahora mismo, no entienden cómo es posible que siendo la vida y el mundo tan hermosos, sugerentes y sugestivos como son, no haya de todo, a manos llenas, para todos, pero tampoco tienen tiempo ni ganas de pararse a considerar por qué la sociedad, tan fácil como parece hacerlo, no la hayamos sido capaces de configurar, los aburridos vejetes de las batallitas, tantas como contamos, para que viva en paz, con arreglo a cánones y reglas de juego justas de que dimane libertad.
Los estudiantes, si alguien no se lo sugiere, no se dan cuenta de la nimiedad que supone no tener calefacción. “Fierveis el unto”, decían las “vieyas” de mi tiempo, ya mucho más jóvenes de lo que yo soy ahora, cuando llega la primavera.
Tenían razón, todavía hoy …
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