Desde la ventana de la galería, veo la procesión de mayores deambulantes por prescripción médica que recorre a diario el pueblo en busca de la juventud perdida. Forman, entre todos, o formamos, si queréis, expedición parecida a la de Ponce de León a través de La Florida recién descubierta, buscando la fuente de la eterna juventud. Hace muchos años, en una playa de Levante, tuve ocasión, entonces yo era mucho más joven, de sorprenderme al contemplar el incesante vaivén de los mismos ancianos de cuya caterva formo ahora parte, o tal vez otros, que puede que hayan muerto, derrotados por el afán de recorrer una y otra vez aquella interminable orilla de un agua de agua templada y neblina.
Caminar, como legionarios de ese empeño por mantener activo el viejo corazón, que, sorprendido, se preguntará a qué viene, en algunos casos de habitual vida sedentaria, este súbito ajetreo, a buenas horas, mangas verdes.
Unos van con perro, otros con bastón, a pelo, otros, a cuerpo limpio, se ve que todos esforzándose en cumplir la consigna de la legión francesa: marchez ou crevez Me llama un viejo amigo y me cuenta de las vicisitudes del suyo, de su corazón, que le han puesto, me dice, una especie de despertador, para cuando se descuida.
Descubren bajo las alfombras de la economía, inesperados agujeros. Y sigue cada cual diciendo eso de que es inocente y que paguen el o los culpables, quienesquiera que sean. A nuestro gremio, dicen unos y otros, que no le quiten ni céntimo de euro.
Al final, al que habrá que roerle valor será al céntimo mismo, pero mejor no llegar. Mejor encontrar vericuetos para que parezca que no pague nadie, porque pagar, vamos a pagar todos, tanto plato roto y tanto presumir de que habíamos logrado el milagro de hacernos ricos por arte de magia.
Lástima que el callejón aquel de Harry Potter, donde hacían y vendían varitas a medida, de la madera correspondiente a cada aprendiz de mago, esté tan escondido y no nos permitan a los muggles ir a comprar alguna modesta, corta de poderes, para lo más gordo de la cesta de la compra, el combustible de la calefacción y esas tres o cuatro cosas más que vienen todos los meses a cobrar puntualmente y no entienden de quitas ni de esperas, como pasa con la renta de la casa, la letra de la hipoteca y todas esas miserias nuestras de cada día, que de repente hemos descubierto que se habían ido amontonando ahí, es ese déficit que no es culpa de nadie, o tal vez, al haberse diluido, ahora no es más que eso un déficit que nos ha tocado en la rifa donde antes tocaban los premios.
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