martes, 21 de febrero de 2012

Caen, este invierno, con frecuencia, las heladas que fingen mañanas de cristal. Sales y te pincha el frío, al respirar, por dentro. La perra, por las mañanas, está, perezosa, en su cojín y se ve que le cuesta saltar a darnos la bienvenida al nuevo día recién creado.

La alborada se completa encendiendo el MAC para revisar el correo y comprobar que continúan las noticias de la prensa digital siendo como las de ayer y anteayer. No se le ha ocurrido a nadie todavía la panacea de nuestros males económico sociales, de modo que sigue el dinero en sus covachas y la protesta a flor de calle, con las consiguientes represiones que acaban paradójicamente en nuevas protestas.

No lo entenderé nunca. Sabemos que el mundo anda aturullado y sin ideas, y, por sectores, grupos y gremios, salimos a la calle airados. Como es previsible, la autoridad tiene que intentar restablecer el orden, siempre hay exaltados que se oponen, carga la policía, se producen las previsibles carreras, golpes indiscriminados y accidentes y entonces se protesta por supuesta brutalidad de los agentes.

Y vuelta a empezar.

Además de aturullado el mundo está convulsionado. Y lo que tal ves sea peor, crispado, con los nervios a flor de piel.

Necesitaríamos haber progresado más en la robótica. La civilización necesita quien haga los trabajos más difíciles, sucios, desagradables, es decir, castas de esclavos sobre que han rodado los imperios que en el mundo históricamente han sido. Pero ahora no hay donde ir a robar o reclutar esclavos. Ahora se necesitarían robots, y ya se ha encargado Asimov de avisar que no se les dote de progresivas inteligencias artificiales, por otra parte imprescindibles para realizar cualquier trabajo, por elemental que parezca. Imaginaos un robot capaz de retirar las basuras de una ciudad. ¿Cómo, sin cierta capacidad de discernir, podrá diferenciar la basura de lo que no lo es, adivinar lo que debe rescatarse y tratar de conservar?

Impasible y puede que sardónico, el tiempo sigue su curso. Allá en lo desconocido, alguien sigue tejiendo con lana de vida la historia de esta minúscula esfera que nos integra.

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