miércoles, 29 de febrero de 2012

El rigor es algo que encorseta, oprime como unos zapatos nuevos, pero a veces no hay más remedio que estrenar zapatos, cuando aquellos viejos, tan cómodos, de repente, un día, en plena calle, bostezan por un lado y se quedan para tirar.

El rigor molesta siempre a mucha gente, demasiada. En ocasiones, le preguntas a alguien de casa por los zapatos nuevos y te cuentan y no acaban de la imposibilidad de usarlos. Y cuanto más vieja la víctima, peor. A los viejos también les duelen los pies a veces. Y menos mal, mientras los dolores del anciano son ambulatorios, es decir, hoy te duele aquí, mañana allá. Lo malo es cuando se localizan y obstinan.

Con el rigor, pasa igual. Es urgente –dicen- gastar menos. Gastar menos encoge la economía, quita de cosas que se habían ido haciendo habituales y se disfrutaban sin darse cuenta de la comodidad que producían, o las pequeñas satisfacciones que proporcionaban.

Se entra bien en la prosperidad creciente. Se acostumbra uno en seguida a disfrutar de esto y lo otro, que, cuando hay suficiente, parece que no cuestan, son pequeñas bagatelas. Lo malo es la espiral inversa, el remolino que se va tragando y menos mal si queda lo indispensable para esa dignidad que por desgracia a veces se llega a desmoronar sin estrépito. Y adviertes que don Fulano, que antes era tan habitual, generoso de propinas, largo de limosnas, ahora va como más tímido y se sienta a descansar en los bancos públicos, con la mirada como perdida.

Es la marea del recorte, ésta que sube y sube, y dicen que eso del rigor en la limitación del déficit y la subida del petróleo y hoy añade un preboste de lo eléctrico que hay que subirle las tarifas, mientras los bancos corren a buscar dinero barato al europeo y se da la paradoja de que los pequeños bancos, los más sólidos, lo que tienen son problemas de inversión con garantías.

Es fácil, pero peligroso, excitar a la gente que tiene miedo, o que está nerviosa, o crispada. Y menos en momento en que todos, ricos y pobres, conservadores y progresistas, sabemos que esta sociedad que entre todos hemos construido es injusta, pero ninguno acierta a proponer el esquema, el bosquejo de la nueva que equilibre la necesidad de que haya ricos, para crear riqueza y bienes, y al mismo tiempo se tenga que allegar a una inmensa mayoría lo suficiente y ese poco más que proporciona dignidad y posibilita oportunidades de llegar a ser más rico, más sabio, más prudente, más aventurado, en definitiva, más capaz.

Es malo formar masas de gente, grandes o pequeñas, porque en la masa se disuelve, se difumina una parte de la identidad personal y uno, sin querer, se solidariza con los más deliberada o casualmente exaltados. Todo alpinista y muchos esquiadores saben que hay montañas en cuyas laderas no se debe gritar, porque los aludes, esos gigantescos argayos, luego, no distinguen.

Deberíamos estar pensando cómo, dónde y cuando, con qué medios y de que forma se puede concurrir a los mercados globales y ganar dinero, generar riqueza. Puede hacerse y es importante que no hablemos de recortes, sino de oprimir el muelle de la esperanza, para que, en su momento, salte, mueva el resorte y podamos hablar de modos y maneras de organizar esta maltrecha sociedad nuestra.

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