miércoles, 8 de febrero de 2012

Salte de la carretera nueva. Vuelta aquí, vuelta allá, giro en cada glorieta, métete por las viejas carreteras en cuyos márgenes forman, presentan armas, desnudos, árboles, los más viejos árboles: los plátanos, los cerezos, algún abedul …, te recibirán con las puertas abiertas y el comedor desconocido para el ciclón de los turistas, te darán cochinillo que se deshace en la boca, seco como un alma ruin, pero que se deshace en la boca, con unos tragos de vino tinto, apagado de sabor y unas patatas fritas, de postre, hojaldre con manzana y chocolate, torrijas y, si te apetece, tenemos arroz con leche casero. Hace, afuera, frío, y aquí, dentro, cordialidad. Lo que más importa el intercambio de palabras. Nos aseguramos no estar ciertos de nada. Café y un chupito de orujo blanco, algo debilitado por una piedra de hielo. El café acre, sin azúcar. ¿Repica el frío en la ventana? No; es un frío callado, traicionero. Al ir y al venir viste que hay mar de fondo y que el viento del nordeste agita las crines blancas de las olas verdesmeralda. Le han puesto a la carretera, antes honrado camino de buhoneros, carros del país, burros con las alforjas repletas, mozas y homes ruinos que van y vienen de la fonte y del molín, glorietas, arcenes, quitamiedos y letreros. Viene otro mundo, al parecer, deprisa y corriendo, sin tiempo para mirar paisajes ni la espadaña de la iglesia. Aquí, ni en febrero hay cigüeñas. No es tierra de ellas. Habrá arceas, y, por los vericuetos, un amigo que tengo, que se llama Valentín, flaco como un galgo, subirá y bajará tirando a no darles para tener más que contar cuando llegue la hora de explicar cómo se caza una becada. Ese pájaro loco, de los fríos, que huye haciendo zigzags y muerto de risa. Por detrás, pisándonos nuestras sombras, viene, tempranera, la noche de invierno, que a veces es como el aullido desesperanzado de un lobo que busca loba para la primavera que anuncian las mimosas por fin en flor.

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