He vuelto a la Universidad, que es, desde que te titulan, la casa de todos los estudiantes y los estudiosos del mundo. He vuelto, por lo tanto, a mi casa. Que sigue oliendo a Universidad, como siempre, e hirviendo en su propia salsa, que es la salsa universal de la investigación.
No importa, aunque sea importante y trascendendal para una sociedad que sus facultades universitarias investiguen, incansables, buscando sustituir las dudas habituales de cada cultura por las del estadio espacio temporal de la generación siguiente y que lo haga sin descanso, no importa, insisto que en un momento determinado, la universidad esté enfrascada o no en su obsesión estudiosa e investigadora. Aún así, se advierte, nada más regresar al pasillo y asomarse a cualquiera de las aulas, o, simple y sencillamente al patio y los claustros de la Universidad, que se ha regresado a casa y hay todavía razones, puesto que hay preguntas vigentes, para permanecer atentos e insistir en el vicio, tal vez instinto, de pensar con generosidad y agradecer estar en el mundo de que formamos parte.
Desde pocos lugares se advierten las dimensiones humanas con mayor intensidad, ya la vez con mayor peso, como desde cualquier dependencia de la Universidad. Cuesta volver a salir a la calle. Acabo de sentirme, como siempre, cualesquiera que sean la banales tensiones que se entrecruzan y enmascaran a veces sus categorías, como cualquiera que haya experimentado un sentimiento religioso, cada vez que realmente se visita un claustro de algún monasterio antiguo, en cuyo ámbito permanece la exaltación espiritual de tantas gentes ya olvidadas, que lo transitaron perplejas y ensimismadas.
En la Universidad, ese sentir y sentimiento se hace más volátil, se sale del hondón de lo místico y participa a cambio de la materia que provisionalmente nos alberga, contiene y compone. Si se me permite la expresión, por lo menos a mí me ocurre, uno se siente más humano, este complejo ser compuesto, desde el ámbito, de algún modo monacal, de la Universidad que un día nos atrapó, hace ya tanto, y será, desde entonces, la retaguardia de nuestra casa encendida.
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