Me pregunto si ser druida vendría a parecerse a ser el cura de la parroquia, el sacerdote de la tribu, el contrapeso del cacique, el inca, el sakem de los arrapahoes.
¿Tendría, un druida, además de su hoz de oro de cosechar el muérdago, otros poderes?
¿Será cierto que la reina de las hadas y Harry Potter tuvieron sendas varitas mágicas?
Lo malo de una varita es que hay siempre otra varita y acabarán por enfrentarse. No somos más que nadie, pero muchos nos mandan, se arrogan e irrogan nuestra representación, nos dicen incluso lo que estábamos pensando.
Cuando nos descubren lo que pensábamos, nuestro asombro puede ser inconmensurable, pero ¿quiénes somos nosotros para atrevernos a pensar que estábamos pensando algo distinto de lo que nos dicen los que mandan y nos representan que estábamos pensando?
Tendría sus ventajas y sus desventajas, ser druida, como todo. Imagínate que tú le hubieras asegurado una buena cosecha al mandamás del lugar y que, llegado la época, no la hubiese. En aquella época de los druidas, tengo entendido que no se andaban con chiquitas y que por menos de lo dicho, eran capaces, aquellos bárbaros, de cortarte la cabeza.
Ahora somos más sutiles. Mejor y más práctico que cortarle la cabeza a una persona es dejársela puesta y ponerla con ella en la picota, desvencijada, desprestigiada. Cuando mandan los tirios se hace con los troyanos y viceversa. Cuando mandan los dolicocéfalos, se hace con los braquicéfalos y también viceversa. Es lo que se llama luego el péndulo de la historia, que va y viene, como el de Foucault, derribando, ora los bolos de la derecha, ora los de la izquierda.
Idea para una tesis doctoral: ¿Hay más dolicocéfalos a la derecha o a la izquierda?
¿Y braquicéfalos?
¿Hay más fumadores entre los braquicéfalos o entre los dolicocéfalos?
¿Y fumadores arrepentidos?
¿Y calvos?
Me pregunto si no cabría crear asociaciones de morenos y de rubios. ¿Dónde pondríamos a los del pelo pajizo e hirsuto, casi siempre expertos fumadores de pipa? ¿Y a los pelirrojos?
El privilegio de vivir confiere el de la imprevisibilidad de que deriva la categoría estética de la sorpresa. El agua viva es metáfora de la vida. Improvisa la vida caminos, cascadas, huidizos acuíferos secretos. No puede imaginarse recipiente capaz de asegurar que la vida no se saldrá de él, incluso, a última hora, de recurrir a la magia, como el agua, que, mágicamente, se evapora para escaparse de la mar oceana e ir a recorrer mundo disfrazada de nube.
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