lunes, 20 de febrero de 2012

Ponen y quitan del “muro social” … Sabemos quién pone, pero ¿quién quita? Si ofreces un muro para el grafitti, te comprometes a soportar los grafitti que no te gusten, que discrepen de lo que piensas, que te discutan tus por otro lado tan precarias convicciones.

¿Quién eres tú para coartar lo público? ¿En función de qué? Sólo una autoridad, ley en mano.

La ley es el límite provisional de lo que prohíbe, y aún así sólo mientras no se acredite su ilegitimidad y como consecuencia se derogue.

Otras (leyes), se convierten de súbito en anacrónicas, se aletargan, hibernan, y, cuando conviene, alguien las saca de su chistera y te apabulla.

¿Dije “precarias”, más arriba? ¿Te ofendiste? ¿De verdad de la buena crees que tienes convicciones tan claras y firmes que ofrezcan otro motivo o razón para defenderlas a ultranza que tu pudo y duro capricho?

En otras ocasiones es el amor propio. Una larga carrera con el derecho como único material para espada y escudo, me autoriza a sostener que el amor propio es otro “material” mucho más abundante, y sin embargo mucho más caro, que el oro, el platino o el iridio. El amor propio, en ocasiones, cuesta muchísimo dinero.

Llaman algunos amor propio a su propia obstinación.

¡Pues claro que también hay ocasiones de terca obstinación en defensa de lo que parece y más o menos provisionalmente es, una verdad cultural de nuestro grupo social!

Una verdad cultural es la que acepta la mayoría del grupo social en un momento determinado de su historia.

La civilización occidental y por consiguiente todas sus culturas nacionales, que a su vez pactan una especie de derecho internacional, tienen, se diga lo que se diga, su primer y último fundamento en diez mandamientos que se encierran en dos

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