Desde la más oscura celda, desde el estado de mayor postración, aún queda el recurso de vivir mil vidas, ser cualquier cosa, realizar cualquier hazaña, a través y por medio de la imaginación, sin más límite de lo que seas capaz de imaginar.
Asimismo puede encarcelarte el miedo, reducirte, por medio de la imaginación, a un oscuro rincón, por más que te halles en una solana, un día radiante.
Vale más educar, acostumbrar, entrenar a la imaginación a que no se rinda, a que permanezca en el lado brillante de la humanidad.
Es el único modo de disponer del famoso punto de apoyo en que poner la palanca capaz de mover el mundo. Ni siquiera hará falta moverlo, puesto que es posible incluso estar fuera de él, en un espacio interestelar donde aprender un idioma alienígena cuya única palabra podría ser soledad, o nenúfar, o amor, constantemente repetida hasta convertirse en melodía.
-Yo –dice mi contertulio, el práctico-, prefiero imaginar un buen mesón, alrededor de las siete de la tarde. La mesonera, que se ve recia y competente, tiene puesto al fuego el hermoso proyecto de una tortilla de patata; están friendo, aparte, unos chorizos que huelen como a humo; hay una frasca de vino tinto, espeso, rojobrillante y una jarra de agua fresca; pan de hogaza; un queso de Gamonedo ya empezado, mugriento y mohoso, y, en una cesta desvencijada, manzanas de Pero Mingán.
-Atardece … -recita mi contertulio, el poeta-. Y se enfrasca, sobre el papel, empecinado en serlo.
-¿Cuándo -me pregunta- se es poeta?
Y yo: verás, hay dos cosas. Una es ser, que lo eres desde que te empeñas en describir con palabras lo que sientes, y otra que alguien te reconozca. Algunos, nada más leerte, te entienden. Otros serán incapaces. Otros te negarán el pan y la sal. Depende. Lo importante debería ser que disfrutaras haciendo lo que haces. Aunque no sea más que hilvanar palabras y repetírtelas tú, a ti mismo, luego, a solas, como si rezaras.
Mi contertulio, el banquero, se echa a reír a grandes carcajadas.
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