Voy, camino de un pueblecito a comer no sé qué –les contaré-, a través del aguanieve y el frío, a través del invierno. Voy, pasito a paso. A los pueblecitos no se puede ir con prisa. No sea que los desconflautes. En los pueblecitos el aire se remansa y no debes agitarlo antes del uso, sino recorrer lo que puedas con cautelosa lentitud exploradora.
A veces, en los pueblecitos casi no hay nada que mirar. Echate la culpa. No miraste bien. Si bien se mira, siempre hay qué mirar. Lo que pasa es que no tenemos bastante paciencia o tiempo suficiente. O, yendo como vamos en la mayoría de ocasiones, pensando en otra cosa a la vez que miramos, nos será imposible advertir que es momento de ver y oportunidad de mirar.
Vivir está también compuesto de haber aprovechado las ocasiones de mirar y admirar y seguir haciéndolo.
El secreto está en que no trate quien no debe de apoderarse de lo que no debe, sea persona, cosa, conocimiento o temor. No importa que se tome uno la libertad de apoderarse de una ilusión, siempre que a la vez tome del correspondiente rimero anejo el folleto de instrucciones. Que suele empezar por decir que la ilusión debe vivirse en su mundo, y no en éste, porque una ilusión está hecha de polen espolvoreado sobre telaraña. Incluso el tacto de una caricia, podría desgarrar irreparablemente una ilusión.
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