martes, 14 de febrero de 2012

El redescubrimiento de Marx, a través ahora de Hayden White, nos reconduce a últimos del siglo XIX, a la perspectiva de un posible reingreso en el tremendo siglo XX, compendio de todos los errores y los horrores humanos, desde cualquiera de ambos radicalismos delimitadores desde que se miren sus campos de desolación: el capitalismo y el comunismo, ambos significantes contrapuestos de la interpretación materialista del mundo.

Suele ocurrir que el amor y el odio sean los límites de la relación humana, pero en las respectivas trastiendas, se reencuentran, cosa que ocurre con capitalismo y comunismo. El primero, llevado al límite, agota los limitados recursos humanos por acumulación, y el segundo los agota por dispersión. El resultado es el mismo: un empobrecimiento generalizado de la mayoría.

Consecuencia, que la acumulación capitalista y la dispersión comunista deberían poder ser y en definitiva ser delimitadas para equilibrar la sociedad en sus dos aspectos político social y político económico en que los humanos hemos de organizarnos para convivir pacíficamente.

La paz no consiste en tumbarse a la bartola en Capua. La paz es un estado de permanente tensión y búsqueda, dado que la humanidad vive en tensión y búsqueda de respuestas a las sempiternas preguntas fundamentales. Y esa tensión se llama justicia.

Porque está en la naturaleza humana tratar de prosperar y tratar de conseguirlo incluso con abuso de cualquier ocasional circunstancia que proporcione a un humano, por si solo o agrupado con otros, superioridad real o aparente sobre sus semejantes, cosa que la justicia, constantemente, debe estar remediando y volviendo a equilibrar con arreglo a los principios culturales de cada época y cada generación.

Es lógico que cada vez que un vaivén del péndulo histórico nos pone en peligro de despeñar a la especie por un extremo, surja allí la imagen del radicalismo contrario para sugerir, como un espejismo, la posibilidad de que sea el remedio.

Pienso que no lo es, que el remedio está en el equilibrio, es decir, en escapar de las exageraciones, tanto del materialismo como del espiritualismo, ambos los cuales deben resolver las diferencias de sus respectivos extremismos. Somos, entiendo, materia y espíritu equilibrados, con equilibrio de sus respectivos extremismos, como somos individuos perfectamente diferenciados, pero a la vez comunidad humana, esencialmente una, que nos comprende y abarca.

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