A veces, sin saber por qué, se queda el ánimo en suspenso. Detienes el paso del día, alzas la mirada, casi sin ver. O enciendes la tele y te das un garbeo por los canales, que parece que no miras, pero algo queda siempre en el subconsciente. Eso que llaman telebasura, te has dado, de súbito, sin pensar, cuenta de que no es más que el formato, en nuestro tiempo, de una vieja afición que se saciaba en las corralas, con las comedias, dramas y sainetes de los clásicos de cada época, al cotilleo que nos permite fisgar, como el diablo cojuelo, las debilidades de nuestros prójimos, tal vez para aliviarnos la conciencia, siquiera sea en parte, de las propias.
Lo único que, como según aquel inglés y yo pensamos, la historia es un helicoide, que parece repetir supuestos, pero lo hace a diferentes alturas, y en ésta de ahora se exhiben más las carnes manipuladas para que duren, esas tetas y nalgas artificiales, esas caretas que hacen que llegues a confundir, entre eso y tu vejez miope, unos personajes con otras, todos enseñando, a veces con patéticos resultados, parte de sus orgullos, antes pudendos.
Hay rincones, programas en canales de cadenas, donde habitualmente se sustituye ingenio por procacidad deslenguada. Y el disparate hace sonreír, porque la sorpresa dispensa carencias de ética y ausencia de estética de algunas faltas del mínimo respeto que incluso deberían, pienso, merecer nuestras debilidades, esos defectos con que fracasamos al enfrentarnos con su obstinada reiteración, una y otra vez.
Se me viene al proscenio de la memoria aquel chiste feroz del individuo que era tan marrano que tenía, entre los dedos de la mano, bolitas de esas negras que “todos” tenemos entre los dedos de los pies.
-¿Quién mató al Comendador?
-Fuenteovejuna, Señor.
Todos a una.
No hay comentarios:
Publicar un comentario