Los sábados toca hacer parte de la compra semanal: unos filetes, dos pechugas de pollo, una docena de salchichas y los “adornos” de un cocido y unas lonchas de jamón de york o de mortadela, entre todo, de unos veinte a veinticinco euros, lo que supone al mes, entre ochenta y cien, que dan comida para alrededor de media semana y medio mes, según los respectivos cómputos.
Supuesto que cada otra media semana cueste como quince o veinte euros más, entre sesenta y ochenta mensuales, habida cuenta de que podría consistir en potaje, lentejas, arroz y unes fabes con tucu, adornadas de croquetas, fritos de coliflor o unos fréjoles y unos emparedados o unas torrijas y unos freixuelos con o sin relleno, asejún y siempre cabe tener una reserva de compota de manzana y una tortilla de patata. Comer cuesta, añadiendo luego azúcar, sal, unas cabezas de ajos, una pizca de salsa de tomate, pan y leche, huevos, harina, aprovechando ofertas, para tres o cuatro, entre cuatrocientos y quinientos euros mensuales, a que hay que añadir vivienda, ropa y menaje, energía eléctrica, agua y recogida de basuras, y, por lo menos, un teléfono, fijo o móvil, como queráis. No menos, entre pitos y flautas, de mil euros al mes, dado que algo habrá que invertir en leer, ocio y, en definitiva, supervivencia civilizada. ¿Entre mil doscientos y mil quinientos?
¿Quién puede hablar de amortizaciones o de hipotecas?
¿Quién de subir impuestos –directos o indirectos-, por debajo de esas cifras de ingresos?
Me pregunto cuántos cabezas de familia se están llevando a casa en este país entre mil doscientos euros y mil quinientos, al mes, incluso con la colaboración de otras personas del escaso personal familiar que tengan curro.
Porque hemos llegado a entender que es preciso que ingentes cantidades de un dinero que no hay se concentren en pocos bolsillos personales o corporativos para que se inviertan en la creación de riqueza, pero tiene que haber unos límites, adosados a la imaginación y la investigación, indispensables para ir progresivamente abaratando la participación en lo indispensable, antes de hablar de ese insaciable tener más que desvía mucho, pienso que demasiado, de lo escaso para malgasto y prodigalidad en superfluo. Los proverbiales “pompam vel ostentationem” de que insultantemente se alardea por unos y meticulosamente, en el doble sentido de la palabra, se oculta por otros, que, por lo menos, así acreditan restos de conciencia y pizcas de vergüenza.
Hay más de cinco millones de personas en paro. Si, ya se, me vais a decir de la economía sumergida, pero opino que no dará para demasiadas alegrías económicas. Si acaso, como remedio de urgencia para la subsistencia social. Perseguirla sería tan inhumano como desahuciar y dejar sin techo, cosa que también sabemos que ocurre.
Nos gustaría ver listas, roles, nóminas. Que las empresas públicas, la administración y las empresas privadas mantengan a la vista, como han de tener los hosteleros sus precios, las retribuciones, pagos, salarios, dietas y demás gabelas de sus órganos de gobierno y representación, de sus ejecutivos, de trabajadores, asesores y demás colaboradores. Y lo que cobran sus obreros de a pie.
Nos gustaría saber, a la hora de apretarnos el cinturón propio, el agujero del suyo por que van los demás, que suponemos, porque es de buena fe suponerlo, que los apretones serán universales y proporcionales.
¿Somos o no somos un estado social, solidario, profunda y constitucionalmente respetuoso con, por lo menos, los derechos humanos?
¡Mira que si con lo superfluo bastase para tapar todos, la mitad, o por lo menos algunos de los agujeros que nos tienen tan acongojados!
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