Hay una señora, en el partido que llaman popular, que se ha descolgado en su congreso sevillano con la enmienda de que se suprima de la ponencia social la calificación de cristiano respecto del humanismo inspirador del pensamiento de su partido político.
Propone que se sustituya lo de cristiano por occidental o por europeo. Como si en la cultura occidental, y, concretando todavía más, la europea, fueran disociables de su esencial humanismo cristiano.
La señora en cuestión quiere, en aras, en el fondo, de la cultura respecto de cuyo probable origen fundamental se aparta, dar al césar lo que le pertenece, despojado de cualquier vestigio de lo que no. Pretende quitar de la moneda incluso el recuerdo del buen padre Dios, no sea cosa de que alguien pretenda apoyarse o siquiera inspirarse en El para gobernar. El gobierno, supongo que opinará, es cosa exclusiva del ingenio humano, separado de la cosa espiritual, vagamente imaginable para una cultura como la europeo-occidental, sólida, ilustrada, enciclopedista … y vaya, es curioso, al final de la cita habrá siempre un componente con tufo para esta señora irrespirable, dado que incluso los por cualquier camino detractores de sus principios, tienen el componente humanístico cristiano que justifica la virulencia de su oposición.
En mi modesta y discrepante opinión, si se borra lo de cristianismo, no hay cultura europea ni occidental de que hablar.
Otra cosa es que haya llegado a la conclusión de que es hora de dejar de ser occidental –y como tal decadente- y europeo –un concepto cada vez más evanescente, a medida que se evidencia la imposibilidad de crear unos estados unidos de Europa tantas veces soñados-.
Personalmente estoy convencido de que en el supuesto de que los humanos fuésemos capaces de destruir todos los caminos, las hipótesis, las religiones que afanosamente buscan y así generan modos de conocer o de negar al buen padre Dios, se abrirían otras, como ha venido ocurriendo desde que el mundo es mundo y hay seres humanos haciéndose las preguntas fundamentales, que estarán siempre en la esencia de cada cultura, respondidas en cada una de ellas con el mismo apasionado afán de afirmar o de negar, ambas, en el fondo, reveladoras del mismo afán de saber.
Y en la medida en que un partido político lo pretenda negar, habrá empezado a disociarse de la realidad de la vida y de las cosas. Y su proyecto de Utopía será otro error y cuando corra el peligro de desmoronarse hablarán de otra supuesta crisis de crecimiento, que no será, como ahora mismo, más que un error de distribución de la carga, que escora el barco en que vamos todos, de un riesgo a otro de naufragio.
El meollo de la cuestión, no está en las palabras, sino en los hechos de la gente que somos.
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