Siempre es motivo de estupor que echen fuera a quien todavía, digan lo que digan las máquinas del tiempo, podría servir un tiempo más. Y sin embargo, hay que darles la razón, nadie calcula su tiempo de emigrar, irse del puente, de la poltrona, del sitial y dejárselo al siguiente protagonista de otra ilusión. Da pena. Te avisa de que llegará tu tiempo, y en ocasiones conviene engancharse al que se va, con quien colaboraste y él contigo, e irse a mirar cómo lo hace el siguiente. Hay siempre un siguiente y hasta es posible que mejor, más moderno, más ilusionado. Y hasta puede que valga más no mirar, que siempre será nuestro juicio y la crítica que hagamos todo lo mediocre que se sigue de que subconscientemente, nos compararemos, con el plus de envidia nostálgica, que es la peor tal vez de las envidias posibles, con esa amargura incorporada que nos viene de la sensación de fracaso que muchos tenemos hacia el final del camino de la vida, cuando se acaba la trayectoria de nuestra vida útil.
No acabo de comprender por qué esta nostalgia que suele asaltar a los humanos cuando deberíamos sentirnos más jubilosos, tras de haber completado la mayor parte del camino y lo más arduo de nuestras obligaciones, que nos preocuparon tanto cuando nos preparábamos para afrontarlas y nos agobiaron, por lo menos en alguna ocasión, durante la madurez. Ahora lo lógico, al pasar sucinta revista a todo lo ocurrido en una vida a punto de culminar y completarse, es la tristeza de no haber logrado casi nada, con el consuelo, a la vez, de poder echar cuentas y ponderar nuestra frágil condición, que de algún modo, si no justifica, por lo menos aminora la escasez de resultados.
Hay quien echa de menos aquel vigor juvenil con que afrontábamos cada encrucijada y tomábamos las casi siempre precipitadas decisiones de entonces, pero yo también recuerdo que tuvimos vocación más de estudiantes que de maestros. Nos atrajo más el aprovechamiento del día, disfrutando del paisaje y de la alegría de la caravana, que el rigor ascético que cada camino requiere para ir dejando huellas.
Me diréis que a qué viene toda esta monserga ultradigresiva de esta tarde dominical. Es fácil de entender: me he enterado precisamente hoy de que quieren jubilar poco menos que a empellones a un amigo que considero pleno de facultades y proyectos.
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