Kaleidoscopio, locura
frenética de colores
inesperados. Te me parecías
al viejo kaleidoscopio, ingenuo todavía
del abuelo
modernista.
Jamás supe
por qué eras siempre inesperada. Ahora
-decías- me gustaría
que nos diésemos
un beso interminable, una salmodia
de besos
entrecortados- Así no, otra vez, y otra y otra,
y, de pronto: ¿por qué
me tocas,
con tu boca asquerosa, mi boca?
Te quiero –dijiste un día- para siempre
y como siempre no existe
resulta que no te quiero,
y así,
sin más,
te fuiste para siempre.
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