viernes, 21 de octubre de 2011

La hora taurina, para los ingleses, es la de tomar el te. Las cinco en punto de la tarde –el te, Jeeves, please- Y Jeeves va en busca del servicio de plata, esmeradamente limpio, brillante como debe ser y estar siempre un servicio de plata. La abuelita, sin embargo, los tenía salseados en la parte baja del aparador, porque decía que la demasía en la plata era una forma desde luego inadecuada de ostentación Y no digo, servir como algunos el te en servicio de oro, que dicen que los hay, como dicen que hay billetes de quinientos euros y dicen que son los que no se gastan los delincuentes, que se los pasan, de unos a otros, en paquetes hechos por fuera con papel de periódico sujeto con gomitas como aquellas con que disparábamos proyectiles de papel a las orejas de los prójimos de primera fila. Un prójimo de primera fila, casi siempre empollón es además, por definición, sospechoso de chivatismo y complicidad con el mando.

Son sospechosos, los billetes de quinientos euros, que dicen que los hay, y repartían unas hojas grandes, tamaño dina no sé si 3 ó 5, entre los banqueros y los bancarios, con un retrato del billete en cuestión y abajo lo de “se busca” y lo de “vivo o muerto”.

Cada vez, dicen, que uno de esos billetes de quinientos euros ve la luz, lo enfocan todas las sospechas. A saber si será falso. Por si fuera falso, apenas nadie lo quiere ni lo cambia. Quite eso de mi vista, que hasta no se si será pecado mirarlo, dado lo que se sospecha de él, sobre todo si viene con otros de la manada, otros de la especie, otros del paquete. Y como llegar lleguen unos cuantos a cualquier banco, aunque sea del parque, empieza a emitir señales y un enteco señor de gafas negras, gabardina de cinturón y sombrero de fieltro con el ala doblada para sombrear la cara, sigue al gordo del cabás ahora vacío, calvo, con aspecto de contable de algún colectivo mucho más siniestro que aquellas bandas orientales capitaneadas por el malvado doctor Fu Manchú, implacablemente perseguido por Mr. Neyland Smith y el doctor Petrie. A ver, a ver, de dónde ha sacado ese unos billetes que me pregunto yo a mí vez, ¿para que los fabricaron, si ahora resulta que son sospechosos de ser armas de delito?

A Bertie, ilustre miembro del club de los Zánganos, no le preocupan estas disquisiciones. El no usa billetes de quinientos euros, que dicen que existen, que se ha visto alguno junto a las huellas del abominable hombre de las nieves, en las estribaciones del Himalaya, usa billetes de quinientas o hasta de mil libras esterlinas, o mejor guineas, que son, digamos, las libras de los ricachos y valen un poco más, que para los ricachos, las docenas siempre han sido de trece o catorce huevos. Por cierto, Jeeves, los huevos pasados por agua del desayuno de esta mañana, los que había al lado de los arenques, estaban duros. Debes vigilar que no ocurre de nuevo, que le sientan mal a tía Agatha.

Habrán adivinado que contra las crisis y la estupidez, me refugio en Woodehouse.

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