viernes, 21 de octubre de 2011

Joan Butler, contra todas las apariencias, resulta que es un señor, bueno, un míster, que al parecer es como se llama a los señores en el Reino Unido, que dicen es el nombre correcto de lo que en el colegio nos decían que se llamaba Inglaterra. Los colegios enseñan muchas cosas que se acercan a la verdad, pero también otras tan engañosas como llamarle a una autora Joan Butler y que resulte que se trata de un hombre llamado don, es decir míster Robert William Alexander.

Uno se sale de los textos, normalmente elementales, que usan en los colegios para tratar de enseñarnos cosas tan indispensables como la lista de los reyes habidos y por haber, godos o no godos, uno compra un libro más gordo, relee las enseñanzas habidas en el colegio donde trataron de desasnarnos por primera vez, y descubre que respecto de cada asunto allí tratado, hay varios, diversos y diferentes puntos de vista.

Por eso, tras de releer a Woodehouse, me doy un largo, apacible, desternillado viaje por las páginas del míster disfrazado de Joan Butler. Y aún tengo esas dos perlas de Jerome K. Jerome en que relata un fin de semana en el Támesis, con dos de sus amigos y el fiel perro (Tres hombres en una barca, sin contar un perro”) y el que hizo su protagonista, con los mismos amigos, por Alemania, tras de proveerse de uno de esos manuales que aseguran enseñar el idioma en cosa de días (“Tres ingleses en Alemania”). No les digo más que de Jerome hay dos o tres secuencias en cada libro, durante que estuve a punto de caerme de la silla definitivamente muerto de risa.

Me ayudan a esperar la llegada del primer tomo de las memorias de Sánchez Dragó, el de las setenta pastillas, según dice, de la supervivencia. Me deslumbra la fluidez de su relato, hasta que descubro habitualmente que mueve el agua demasiado tiempo sin salir de cada remanso. Aparenta agua viva con agua gastada. Gira como un tiovivo antes de continuar y reflejar el tramo siguiente de camino.

Estudia –repetían a su sobrino don Venerando y su esposa doña Basilisa en aquellos inolvidables sueltos de La Codorniz-, estudia hasta que domines el latín, la numismática y la lista de los reyes godos, que son los que te convertirán en un hombre de provecho.

Confieso que con la de veces que a mí me habrán exhortado a convertirme en un “hombre de provecho”, no he sido capaz, en más ochenta años, de enterarme muy bien de lo que es eso. Bien es verdad que el latín lo aprendí sólo a medias, de numismática no tengo ni idea y en la lista de los reyes godos me salto siempre a Recaredo segundo y tiendo a pasar como consecuencia sin citar a Gundemaro y Sisebuto. No hay nadie perfecto.

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