domingo, 30 de octubre de 2011

Una alegría, me llevé esta noche. Paso por el blog, sin saber por qué, hago un repaso de comentarios y me encuentro nada menos que dos, uno de una nieta y otro de un biznieto de mi querida queridísima patrona, doña Manuela, de Carretas, 6, 2º, que ya expliqué en su día por qué era un cuarto, según el modo de contar madrileño castizo. Una hija, la segunda, creo, de mis buenos de Pipi y Basi, que se casaron estando yo en la pensión, de modo que tuvo que ser allá por 1946 0 1947, y se acuerdan de la señorita Felisa, que cuando la convencíamos los estudiantes de que participara en alguna de nuestra fiestas, ella que siempre, elegantísima y seria, comía sola en una mesa de al lado de la galería, se animaba y cantaba con nosotros y nos decía en broma que no la tentásemos, que iba a perder la dignidad, y de Socorrito, que dormía al lado del teléfono, en una interior y ellos le llaman tía Coco. Y seguro que alguno tiene que acordarse de mi querida amiga Nines, que tejía bufandas inacabables y usaba zapatillas con un pompón azul en el empeine, que, no sé por qué, no he podido olvidar.

Doña Manuela, para nosotros doña Manolita, que, después de cenar, jugaba a la brisca en la cocina con el señor Lombao, a quien apenas veíamos porque trabajaba como un negro como jefe de los talleres del Informaciones que entonces dirigía don Víctor de la Serna, de dos de cuyos hijos, Manolo y Jesús, fui yo sucesivamente buen amigo en diferentes etapas de la vida.

Pues ¡no me iba a acordar de aquel sonado bautizo del primer nieto de mis patronos!, más que patronos, padrinos nuestros, que nos cuidaron y mimaban, sobre todo doña Manolita, en aquellos difíciles tiempos del racionamiento y siempre se arreglaba para darnos buenos guisos, en que ponía la magia inagotable de sus manos y la indispensable imaginación que en aquella época tenía que suplir las carencias de mercados y tiendas de ultramarinos, que era como se llamaban los colmados y tiendas de comestibles. Pagaba yo mil pelas al mes y eso comprendía un bocadillo hecho con media barra y una tortilla francesa a media tarde, porque entonces medía yo metro noventa y dos de estatura y pesaba setenta y seis kilos, y como dos de mis primos se habían muerto de ella alrededor de la fecha de mi nacimiento, tenía toda mi familia n miedo tremendo a aquella entonces plaga de la tuberculosis, de modo que pactaron con la patrona pagar un poco más y la sobrealimentación del bocadillo dicho.

¡Tiempos! La novia del hermano de Pipi, que nunca estaba en casa porque era aparejador y como es lógico sólo venía, soltero entonces, a cenar y dormir, se llamaba Fabiola, y le tomábamos el pelo a él escuchándole telefonearle, porque se escondía para cortejar telefónicamente desde una escalera que había al lado de la habitación de Socorro y llevaba al piso de arriba, una especie de ático, que hoy sería un estupendo dúplex. Arriba se hospedaban o dormían, según, mi primo Enrique Armas, su compañero de trabajo Antonio Llordén, del Barco de Valdeorras, Capitalina y Teresa, Capi y Tere, que eran las chicas de servir que ayudaban a la patrona además de su nuera, y aquel misterioso policía que no soy capaz de recordar cómo se llamaba.

Parte del bautizo lo celebramos en casa y otra parte en un merendero con organillo. Recuerdo haber visto fotografías en que aparezco con gorra visera de cuadros y pañuelo anudado al cuello, tocando el organillo, que en la fotografía no se ve, pero recuerdo que era amariillo y que Capi, un poco pimplada, bailando con no sé quien, agarrao como entonces se bailaban los chotis en un ladrillo, se cayeron en un arriate de flores.

Era aquella una casa inmensa, con pasillos larguísimos, en cuyas esquinas, cuando se acercaba el verano, ponía doña Manolita unos inmensos botijos blancos, que olían a tierra mojada y hacían un agua que sabía a gloria. Los botijos, la primera vez, se lavaban con agua mezclada con un puñado de anises. Mujeres de largo faldamento se ponían a las puertas de los toros y del fútbol con botijos análogos y por unas perras, entre quince y veinticinco céntimos, te dejaban echar un trago. Permitidme, ambos comentaristas del aburrido blog de un viejo octogenario, que os mande un fuerte abrazo, extensivo a cuantos descendientes haya tenido aquel matrimonio, bueno, honrado, trabajador y cariñoso como pocos, que recuerdo siempre con muy cariñoso y agradecido afecto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola soy la nieta de Manolita otra vez, pero soy la hija de su hija y hermana del primer nieto Lombao al que se refiere usted.

Mi abuelo fue jefe de máquinas del Informaciones y posteriormente del diario Pueblo. Es verdad que trabajó muchísimo, le concedieron la medalla de oro del trabajo y mi abuela fue una señora de fuerte personalidad a la que todo el mundo adoraba.

Socorro vivió en Madrid toda la vida
y los últimos años volvió a Salas donde murió no hace muchos años.

Mi abuela procedía de Salas y de la Espina por eso venían tantos asturianos.

Teresa vivió toda la vida con mis abuelos, la llamábamos la tata Tere
yera otro miembro mas de la familia.

Gracias por lo que estoy disfrutando.

Marisa A. Lombao

Anónimo dijo...

Hola soy la nieta de Manolita otra vez, pero soy la hija de su hija y hermana del primer nieto Lombao al que se refiere usted.

Mi abuelo fue jefe de máquinas del Informaciones y posteriormente del diario Pueblo. Es verdad que trabajó muchísimo, le concedieron la medalla de oro del trabajo y mi abuela fue una señora de fuerte personalidad a la que todo el mundo adoraba.

Socorro vivió en Madrid toda la vida
y los últimos años volvió a Salas donde murió no hace muchos años.

Mi abuela procedía de Salas y de la Espina por eso venían tantos asturianos.

Teresa vivió toda la vida con mis abuelos, la llamábamos la tata Tere
yera otro miembro mas de la familia.

Gracias por lo que estoy disfrutando.

Marisa A. Lombao