miércoles, 5 de octubre de 2011

Todas las ventanitas de la tele de España a ver cómo se casa ver si es verdad, la señora duquesa y se marca además unos pasos de baile, a la salida, de puro regocijo, que suecelencia se mofa de la vieyera agobiante, de las escaseces, de las crisis y se casa en Sevilla, en la capilla de una de sus casas, enormes casas en que debe ser tan tremendo vivir solo que suecelencia se ha casado para no estarlo, que, ya digo, para mí sería horrible, máxime cuando leo en una entrevista de hace días que las sillas son en su mayoría o hay muchas de adorno, y no conviene sentarse, no se desmoronen, piezas, como son, de museo.

Sevilla se ha puesto de fiesta, que mira tú lo que le hace falta a Sevilla para sacar las batas de cola y ponerse a bailar por sevillanas o como la señora duquesa, que se ha arrezagado la falda de volantes y el ya señor duque consorte tocó, que yo lo vi, las palmas.

Mañana, Deo volente, será otro día, pero el de hoy vino a rebosar de buenas noticias del fondo monetario y del banco de la comunidad y de los alemanes, que acceden a seguirse esforzando en dar largas al asunto de los pagos esos, pendientes, que a lo mejor, con las calores de este sorprendente otoño, maduran otra vez los membrillos y se produce el milagro y hay modo de ir pagando, aunque sea tarde mal y a trancas y barrancas.

A lo mejor es un regalo sorprendente, con ocasión de una boda sorprendente. Ya os había dicho que en cuanto apuntase allá lejos la lucecita de la salida del largo túnel nos empezaríamos a encontrar con signos, señales y síndromes de un nuevo mundo inimaginable, y ¿por qué no portentoso?