No merece la pena hablar ni de política ni de economía. La política la adulteran sus profesionales, la economía sus sordomudos.
Cualquier viajero de un mediano fuste, yo nunca he pasado de ahí, como turista de tercera que llegué a ser, en aquellos inolvidables vagones forrados de madera de pino, advierte en seguida que a donde quiera que llegues, hay gente que justifica el calificativo de hermosa que le adjudica sin reservas Saroyan en su Comedia Humana.
Deduzco que son por lo tanto los políticos quienes con sus tejemanejes y enredos nos complican la vida e inventan enemigos donde no hay más que semejantes. Nos motivan para la amarradiella con los vecinos, cuando los vecinos se nos parecen tanto que no hay duda de que podríamos entendernos con ellos con la mayor facilidad.
La economía es otra cosa. El dinero, como el oro que debería respaldar las emisiones de billetes, atrae por sí mismo, obnubila, tienta de apoderarse de lo ajeno y de esconder lo propio, bien enterrado, oculto, a buen recaudo, lejos de las manos de quienes parecen siempre prestos a tratar de arrebatarnos nuestra parte del botín.
La economía es un problema de fingidos sordomudos que simulan no entender más razón que las que asisten a su definitivo propósito de esconder lo propio y pretender lo ajeno para tratar de acumular siempre un poco más, cuanto más lejos mejor y mejor oculto de la ambición del prójimo.
La indispensable sociedad humana se convierte así en campo de batalla, allí donde debería serlo de encuentro solidario y cooperación recíproca.
Puede que ya no nos quede más remedio que reinventarnos. Asusta que los astrónomos, en su insaciable curiosidad, estén descubriendo planetas lejanos y posiblemente aptos para la vida, en que se desencadenan fenómenos que podrían parecerse a los que poblaron en su día la Tierra.
Cualquier día, alguien habrá escrito una brillante novela de ciencia ficción y como C.S. Lewis cuando la trilogía de Perelandra, nos contará la parábola de otro Paraíso posible, para ensayar de nuevo en otro lugar del universo, a partir de nuestro posible fracaso colectivo.
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