La selva trata siempre de recobrar su espacio. Las escaleras de un jardín, sus fuentes, los brocales de cada pozo, en los intersticios, crían hierbajos y ramitas que van tapando el cemento y denunciando la pereza de los viejos jardineros. Hoy leo que se persiguieron y mantuvieron sus respectivos ocupantes una especie de contienda, rematada por paliza, dos coches por las calles de Madrid, por donde cantaba el romance de corro que iba Alfonso XII, triste de sí, porque había muerto doña Mercedes, que cuatro duques la llevaron por las calles de Madrid, castillo famoso, que ardió en fiestas, en su coso, cuando mandaba allí el rey moro Aliatar y había salido aquel toro, tan famoso como el “Ratón” ése de nuestra sed de sangre y barbarie, cuyo alquiler de festejo crece a medida que aumenta el número de muescas que, a falta de culata de arma, le van pintando en cada asta.
Esta de principios, umbral de las leyes del talión y del más fuerte, es otra de las crisis que en la actualidad más rabiosa nos afligen. Cabe imaginar posible que tengamos que volver al cinturón de los revólveres y los concursos mortales de a ver quién “saca” más rápido.
Tal vez sean más urgentes los cursos definitorios de los límites de la libertad que arreglar las quitas y esperas de las deudas económicas y financieras que tenemos pendientes.
Parece mentira que la decadencia de occidente haya progresado tanto y en la misma progresión aparente que la población humana, ya de siete mil millones de personas, caóticamente repartidas sobre la faz de la Tierra y dando la impresión de que hay espacios sin poblar y otros donde no cabe nadie más sin pisar al vecino. Y que sea por donde vivimos menos por donde más se advierten los súbitos arrebatos de miedo, intemperancia, insolencia, crueldad y barbarie. Nadie se considera obligado a aguantarle nada a cualquier otro nadie, que a su vez, paga, a veces preventivamente, con la misma moneda. Me pregunto lo que ocurriría si en esas tremendas aglomeraciones donde no cabe alejarse, todos se comportasen habitualmente como este conglomerado nuestro, de nervios, prisas, ambiciones e intolerancia.
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