Noviembre es, en el año, un mes trascendente. Una especie de lo que Marañón llamaba presenio, del año. El presenio era, según el ilustre doctor, ese espacio de tiempo previo a la senilidad, que va entre los sesenta y los setenta años. En noviembre, de que decían los ancianos de mi niñez, mucho más jóvenes de lo que yo soy ahora, que era un “feliz mes, que empieza por toso los Santos y acaba por san Andrés”. En noviembre, concretamente el once, que es san Martín, es tradición que acabe el año agrícola, se paguen las rentas, puesto que ya se habrá recogido y se hallará a buen recaudo la cosecha en el hórreo y se hará la matanza.
A lo largo de noviembre, se aprende en la vida, y, cada año, el año, a envejecer, que no es puñalada de pícaro, eso de irse acostumbrando a que duelan las articulaciones cuando va a cambiar el tiempo, se te acentúe la fatiga al trepar una cuestecilla y tantos etcéteras como uno va descubriendo, cada cual en su noviembre, mes de presenio y otoño, castañas y viento del sur, con la mar abarloada, todavía en calma, al espigón del puerto, como midiéndose con él para preparar los primeros envites.
Sale hoy el sol, engañoso y fugitivo, sobre las canas de noviembre. Crujen las hojas que alfombran las caleyas, al paso taimado del raposo en busca de pitanza, que ahora o no hay gallinas o están bajo siete llaves, prisioneras. Con los famosos pitos de caleya, orgullosos gallos de corral acabaron las autopistas, las autovías y hasta las comarcales de curvas infinitas, por donde también corren más de lo que deberían los dichosos automóviles de nuestras pesadillas. ¿No os habíais dado cuenta? Los coches son el anhelo de los adolescentes, la presunción de los hijos de papá y mamá, la herramienta de los ejecutivos, el pasatiempo de los adultos y la pesadilla de los ancianos.
Empieza hoy noviembre, un día noveno mes de algún ensayo de calendario, puesto que ahora es undécimo, penúltimo de cada año, cuya dorada voz es luego la Navidad. Hoy estarán los cementerios llenos de ramos de flores, flores, centros, floreros, coronas y cruces de flores. Hoy, los vivos, sembrarán flores sobre la muerte, la taparán, la disimularán con flores. Habrá cola en los cementerios y los columbarios para poner el cubo, el búcaro, el florero, la paleta o el ramo de flores. Habrán hecho su agosto las floristerías del mundo, que anteayer ya no admitían encargos y mi mujer tuvo que comprar las flores en ramo e irlas colocando hasta que el ramo se convirtió en un pavo real de flores, un destello precolombino. Los indios que esperaban a Colón y sus huestes, vestían su liturgia con profusión de flores, desparramaban las flores. Es como si desafiáramos la desnudez del invierno que acecha en lo más profundo del bosque.
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