No me escriba una carta, señor cura, que eso, por fortuna, sé yo hacerlo. Acláreme. Un castigo del buen padre Dios, ¿puede hacerse a los ascendientes en sus descendientes o viceversa?. Por ejemplo, un pecado mío ¿puede castigarse afectando a un pariente a quien yo quiera? ¿Dice eso o puede inferirse de algún texto que le adelanto que no conozco?
Asimismo le digo que llevo mis buenos setenta y cinco años estudiando Derecho y llego a la conclusión octogenaria de que el concepto de justicia con que nos manejamos los humanos no es más que un remiendo ocasional de las desgarraduras de cada cultura en cada momento histórico.
Ignoramos, creo que un montón de gente, si no toda, en qué consiste, cómo es y el modo de que funciona la Justicia, ese atributo del buen padre Dios que El mismo permita que ceda al otro en que yo confío: la misericordia, porque es que si no preveo que las vamos a pasar canutas en alguna parte, a poco que atisbo, interpreto, releo y escucho.
Miro a mí alrededor y advierto cómo se distribuye lo que nosotros entendemos por bueno y malo como sembrando a voleo. Tiene que haber una razón, algo así como hasta puede que un intercambio de responsabilidades derivado de nuestra necesaria sociabilidad y del mandamiento fundamental de amar al prójimo, que lleve lo que vemos y entendemos como bueno o como malo, en relación con los comportamientos familiares o tribales. ¿O no?
Indudable es que cabe entender que el buen padre Dios, como dicen, escribe a veces derecho con renglones torcidos, y que eso que consideramos malo es tal vez lo mejor para algo o para alguien, ya sea de modo directo o por la relación familiar o de amor o de amistad o de enemistad incluso, entre la gente que somos.
Vengo de escuchar, en la misa vespertina, una vez más, la parábola de las diez mujeres y sus diez lámparas y sólo cinco previsoras y sólo cinco alcuzas con repuesto de aceite. Hace unos días, me enseñó una niña la sámara de un arce, que jugaba a ser helicóptero y cuando le dije que de algunas brotaba otro arce, menos de diez años, me preguntó y yo no sabía, por qué unas si y y otras no, ¿quién las elige y conduce a la ladera solana del soto? La brisa, como sonriendo, movió las hojas, ya teñidas de otoño de los arces de al lado.
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