Doña Juana, que tal vez por ahí empezó lo de llamarle “la Loca”, paseó los restos de don Felipe, su amado esposo, rodeados de hachones encendidos, por tierras de Castilla. Somos proclives, en esta tierra nuestra del lucero vespertino, a jugar en plan de amigos con la muerte. Al mus, al tresillo, al parchís, a la oca, nos da igual, incluso a la guerra, jugamos con la “Dama del Alba” de Casona. La ponemos en las canciones y estuvo mucho antes en la Santa Compaña y en el Huestia Vaqueira que en la serie de los zombies y el sheriff que se enfrentan ahora en la habitual ventanilla de las sobremesas en que sigo fiel al Mentalista y su Juanito el Rojo, tan huidizo como aquel Fugitivo de la prehistoria. Llevamos y traemos a nuestros muertos y a los del contradictor, el adversario, el enemigo o el amigo con tanta frecuencia que es últimamente una ventaja lo de la incineración que ya preferimos la mayoría para que en su caso resulte fácil cuando molestemos, que siempre habrá a quien molestemos, abran la tapa y soplen. O el último día, como insisto en creer, resucitaremos, o si no, ¿qué habría quedado de nuestra ínfima memoria individual?
No estorban nada los restos de Franco en la basílica del Valle de los Caídos, como no estorban el resto de los históricos, dispersos por la geografía monumental patria, de uno y otro bando de cada lío nacional, que mira que hubo, cuando ya no dicen nada a quien descifra el nombre, los atributos y los viejos romances y latines con que los admiraron o denostaron sus enterradores. Moverlos de un lado a otro es lo que podría suscitar pasiones hoy domesticadas cuando menos por el paso del tiempo. Yo os aconsejaría traer otros restos de los demás bandos, ejércitos, idearios, utopías y sueños y enterrarlos en el mismo Valle y la misma basílica. No repudiar, sino aproximar. Que cada cual pueda encomendar al que prefiera cuando seguramente andan juntos por los jardines del buen padre Dios, deslumbrados ahora por la verdad que seguramente los convoca a darse cuenta de la banalidad de cuanto de este lado del espejo creyeron que los había separado definitivamente.
Como recoge cada valle el agua de la cuenca de su río, procedente de tierras de tan varia propiedad y naturaleza, convirtamos el Valle en un lugar de convocatoria a la paz duradera, a la libertad y a la justicia de la muerte, que todo lo niveló hace tanto tiempo para que éste de ahora haya sido posible.
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