Está, como cada año, la garza, incorporada a la variopinta fauna del río. Por más que la hostiguen a veces, según su humor, las gaviotas, esas carroñeras hipócritas, disfrazadas de ingenuidad blanca. Parece una anoréxica pensativa, en la orilla, tal virándose, satisfecha como Narciso, en el agua que pasa tan lenta que le permite verse reflejada. Los patos ni la miran, las peligrosas son esas tres ocas siempre juntas, siempre una por lo menos, alerta y vigilante, cuando las otras dos, supongo que por turno, duermen. Me dice un amigo, mío, no de las ocas, que hace poco trajo el otra, trató de mezclarse con ellas y a poco pasó río abajo, el cadáver de la pobre intrusa.
Casi tan duro el mundo de las ocas, patos, gaviotas y garza como este nuestro en que asesinan a las muchachas núbiles, apuñalan a la gente que pasa y se matan a palos, otros, como si lo de vivir y convivir fuese cosa de broma.
No se tiene, pienso, el debido respeto a la vida. Se la juega uno, por mirar de un modo u otro, pasar a destiempo por sitio equivocado o decir algo que molesta a un turbulento prójimo transitoria o definitivamente enloquecido.
El respeto por la vida, propia o ajena, es una de las asignaturas importantes de la licenciatura que nos permitiría ir saliendo de este otra crisis, que no es la económica, pero está ahí también, acumulada, y no se podrá salir de una sin hacerlo también de la otra, si no a la vez, casi.
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