Diecinueve de noviembre, víspera de esperanzas y de recuerdos. No sé quién eligió el día ni por qué, pero opino que podría ser un acierto, algo así como un símbolo de la antigua receta de mezclar siempre los viejo con lo nuevo para proporcionar a lo nuevo la añadidura las esencias. La barrica y la cachimba, como las teteras, dan lo mejor de sí mismas cuando estando culotadas por lo irremediablemente viejo, se les pone el fervor entusiasta de la nueva cosecha, todavía con el recuerdo vagamente frutal del origen.
Aroma de la tierra antigua, fustigada por el sol.
Nadie podrá decir, si nos equivocamos colectivamente, que no dispusimos de ocasión de salirnos del cauce para inventar, como sin duda es necesario, caminos nuevos, ensanchar el viejo o empecinarnos en reemprender lo que hasta ahora fuimos.
La gente, si se parase a pensar, deliberara sólo consigo misma, huyera del consejo y de la consigna y resolviese con su simple y sencillo sentido común, integraría una voluntad colectiva llena de pasión y posibilidades.
La gente, si no quiere en su mayoría pensar y prefiere estar a las consignas, los consejos y las interesadas permanencias gestionadas a base de esgrimir desharrapados fantasmas, logrará una colectiva sinrazón y seremos los mismos, un poco más ensimismados, más enfrascados y aislados de lo que ha pasado y sigue pasando en un mundo radicalmente distinto del que se enfrentó con los problemas de los tres últimos siglos de deslumbramiento y barbarie.
Creo que estamos en un tiempo nuevo, que exige, para residir en él, acomodar la conducta colectiva, o, si preferís, social, a unas nuevas circunstancias e incluso a unos conceptos sustanciales que, erosionados por el tiempo, ofrecen perspectivas diferentes y requieren ajustes indispensables para la convivencia en paz, libertad y justicia que anhelamos creo que todos.
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